Así era la vida en la mansión Playboy, contada por las conejitas
Gracias a los testimonios de las 'playmates' sabemos que la realidad de la finca dista mucho del glamour, el brillo y el progresismo social que su fundador solía reivindicar
Hugh Hefner, el legendario fundador del imperio Playboy, que falleció a finales del mes pasado, a menudo declaraba haber desafiado las prohibiciones estatales de control de natalidad y aborto y haber sido el verdadero desencadenante de la revolución sexual de los años 60 y, sin embargo, su legado más reconocible tiene orejas de conejo y rabos de algodón. Cuando la periodista Gloria Steinem se infiltró en uno de sus exitosos clubes, reveló al mundo que aunque la revista estuviese transformando las actitudes sexuales de los estadounidenses, ese cambio social cojeaba en el trato y la representación de las mujeres.
El quid de la crítica de Steinem es que cualquier revolución sexual fallará si los hombres son los únicos a los que se les permite definirla. La periodista contrarrestó en 'A Bunny's Tale' el supuesto relato subversivo y emancipatorio de Hefner, exponiendo la realidad a la que se tenían que enfrentar las llamadas conejitas en los clubes: cosificación sexual, abusos, explotación laboral y malos salarios. Y, al parecer, la vida de aquellas “afortunadas” de la mansión del fundador, incluso en estos tiempos, no dista mucho de las condiciones de aquellas camareras.
Para convertirse en una de las muchas "novias" del fundador había que aprobar un test de iniciación que implicaba pasar una noche con Hefner
Al leer el artículo de Steinem, publicado en 'Show Magazine', muchos se cayeron del caballo y se dieron cuenta de que el imperio de Hefner quizá no fuese el mejor representante de los ideales de la liberación sexual y el feminismo. “Lo que Playboy no sabe acerca de las mujeres podría llenar un libro entero. Cuando una mujer lee la revista a veces se siente como un judío leyendo un manual nazi”, señaló la periodista cuya investigación, en efecto, mejoró las condiciones de trabajo en los exclusivos clubes, casi desaparecidos durante los 90 y que ahora se reparten por medio mundo.
Desde su fundación en 1953, con Marilyn Monroe protagonizando la primera portada, hasta incluso después de la muerte de Hefner, el debate sobre el supuesto feminismo de Playboy ha dado mucho de qué hablar. Por su parte, el dueño siempre se ha defendido ante las críticas: “Lo que quería era crear un fenómeno 'pin-up' dedicado a la chica de al lado. La belleza está en todas partes: en el campus, en la oficina o en la puerta del vecino. Ese era el concepto. A las chicas buenas también les gusta el sexo, es una parte natural de la vida. No hay por qué avergonzarse”, dijo en una entrevista a 'NPR' en 2003.
Si las paredes hablasen...
No obstante, en estos últimos años hemos ido conociendo lo que acontece en el lugar más secreto del imperio Playboy: su mansión, la cual se hizo famosa por sus fiestas en los 70. Muchos hombres idealizan la finca de Holmby Hills (Los Ángeles) como un paraíso del lujo y la belleza femenina, pero la realidad, según los testimonios de las propias conejitas, dista mucho del glamour, el brillo y el progresismo social que su fundador solía reivindicar. Las sonrisas forzadas de las playmates (chicas de portada) escondían una realidad diferente, sobre la que, por contrato, no debían hablar.
Como explica Holly Madison, autora de 'Down the Rabbit Hole', una llegaba a ser conejita casi por accidente, pero luego resultaba muy complicado abandonar dicha cárcel diseñada para el disfrute del dueño y sus amigos. Por lo general, captaban jóvenes desorientadas, de entornos rurales y vulnerables que querían convertirse en una de las muchas "novias" del fundador. Para conseguirlo, informa 'Diply', había que aprobar un test de iniciación que implicaba pasar una noche en el dormitorio con Hefner.
Todos piensan que la puerta de metal estaba destinada a impedir que la gente entrase. Pero empecé a pensar que era para encerrarme
Aunque la mansión no fuese tan espectacular como cabría imaginarse (a veces la describen como cutre o asquerosa), sin duda, si en algo coinciden los muchos testimonios que han visto la luz estos años es que lo peor de la experiencia Playboy son las rígidas reglas impuestas por su dueño. Tanto es así que como explicó a 'The Mirror' Melissa Howe, una de las más populares de los últimos tiempos, “si haces algo mal, recibes un e-mail”. El control sobre su imagen era total: siempre hay que enseñar la mansión y todo lo que acontece en ella de forma favorecida y nada de aparecer borracha en una fotografía de Instagram o Twitter. Además, todas tenían que volver no más tarde de las 21:00 y, por supuesto, los novios o cualquier clase de invitados no eran bienvenidos: “Si incumples las reglas, te expulsan. Y una vez estás fuera, nunca podrás volver”.
Uno podría esperar que aquellas mujeres competirían por ganarse el favor de Hefner y así convertirse en su novia principal. Pero, al parecer, nadie quería el puesto: no implicaba un mayor salario, solo más trabajo para la marca, mayor visibilidad pública y dormir con el dueño. La decadencia de Hefner en su últimos años acrecentaba este sentimiento y además se notaba en las condiciones de las chicas. Si bien antes recibían 1.000 dólares por semana (aunque solo se les permitiese gastarlos en ropa), en los últimos tiempos tan solo han recibido techo y mantenimiento. Si en el pasado la 'playmate' del año recibía un Porsche, el premio en lo que llevamos de siglo XXI era un Mini Cooper que debían devolver al año.
“Todo el mundo piensa que la puerta de metal estaba destinada a impedir que la gente entrase. Pero empecé a pensar que estaba ahí para encerrarme”, resume Madison. Tras la muerte de Hefner, es una incógnita si la vida en la mansión será igual de alocada que siempre. Tan solo se sabe que su vecino, el millonario Daren Metropoulos la compró el año pasado y que se siente “afortunado y privilegiado de tener una pieza única de la historia y el arte”.
Hugh Hefner, el legendario fundador del imperio Playboy, que falleció a finales del mes pasado, a menudo declaraba haber desafiado las prohibiciones estatales de control de natalidad y aborto y haber sido el verdadero desencadenante de la revolución sexual de los años 60 y, sin embargo, su legado más reconocible tiene orejas de conejo y rabos de algodón. Cuando la periodista Gloria Steinem se infiltró en uno de sus exitosos clubes, reveló al mundo que aunque la revista estuviese transformando las actitudes sexuales de los estadounidenses, ese cambio social cojeaba en el trato y la representación de las mujeres.