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El espía disléxico que robó en 'tuppers' los secretos de EEUU
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LA DESCACHARRANTE HISTORIA DE BRIAN REGAN

El espía disléxico que robó en 'tuppers' los secretos de EEUU

Un nuevo libro desvela con pelos y señales la vida de este trabajador de la inteligencia americana que estuvo a punto de montar un chiringuito de espionaje de una sola persona

Foto: Puso en jaque al FBI y a punto estuvo de cometer el mayor robo de inteligencia de la historia.
Puso en jaque al FBI y a punto estuvo de cometer el mayor robo de inteligencia de la historia.

El 23 de agosto de 2001, apenas unas semanas antes de que los atentados del 11 de septiembre cambiasen la historia del siglo XXI, un único hombre fue detenido justo antes de cometer el que podría haber sido el mayor robo de información de la historia estadounidense. No, detrás de ello no había una compleja red de espías repartidos por todo el mundo, ni grandes cantidades de dinero, ni una declaración de principios vital a lo Julian Assange que sirviese como carburante ideológico para la filtración de secretos de Estado a países como Libia o Irak.

Tan solo había un único hombre: Brian Patrick Regan, un neoyorquino de 39 años que había trabajado entre 1995 y 2000 para la oficina de la National Reconnaissance Office de las Fuerzas Aéreas estadounidenses en Chantilly (Virginia). Disléxico, agobiado por las deudas y por un futuro incierto, decidió tomarse la justicia por su mano –al menos hasta que el FBI dio con su identidad– y sacarse un cuantioso sobresueldo a base de filtrar miles de informes de inteligencia a los grandes enemigos de los estadounidenses.

La popular idea de que el bueno de Regan no tenía muchas luces le dio carta blanca para imprimir miles de documentos sin que nadie se preguntase por qué

Su peculiar historia ha sido recogida en 'The Spy Who Couldn't Spell: a Dyslexic Traitor, an Unbreakable Code and the FBI's Hunt for America's Stolen Secrets', Yudhitjit Bhattacharjee y que relata tanto la historia de esta versión beta de Edward Snowden como la del equipo del FBI que se las vio y se las deseó para descodificar los documentos que portaba cuando fue detenido. Esta es su historia, sintetizada en un avance del libro publicado en 'The Guardian'.

Información privilegiada a la hora del almuerzo

La imagen que Bhattacharjee pinta de Regan es la de un hombre que siente que el universo le debe algo. Maltratado por sus compañeros y despreciado por sus profesores, el neoyorquino había visto cómo sus dificultades para integrarse socialmente y su dislexia –la misma que, a la larga, le haría ser descubierto– le habían convertido en un marginado, a pesar del cariño de su mujer y sus cuatro hijos. Pero, al mismo tiempo, la popular idea de que el bueno de Regan no tenía muchas luces le dio carta blanca para imprimir miles de documentos sin que nadie se preguntase qué estaba haciendo.

Todo comenzó a principios de 1999. No eran buenos momentos: se sentía humillado por sus compañeros y superiores, no tenía un duro –por decirlo suavemente; había acumulado una deuda de 100.000 dólares– y su matrimonio se iba a pique. La cosa solo podía ir a peor, ya que después de rechazar su traslado a Europa, tuvo que aceptar salir de la NRO un año más tarde. ¿La solución? Quizá un tanto expeditiva, pero sin duda útil: enriquecerse a base de robar los secretos de su país, gracias a su acceso a Intelink, una red secreta de servidores en los que se deposita la información de inteligencia americana.

Sus compañeros le guardaron todos sus documentos “top secret” por si los podía necesitar más adelante mientras él estaba de viaje

Dicho y hecho. Durante los meses siguientes, Regan no solo empezó a descargar documentos (sobre las capacidades militares de EEUU, sobre los generales libios que estaban siendo espiados, sobre guerra biológica…), sino que también empezó a leer sobre aquellos espías que le habían precedido y que habían fracasado en su empeño para saber qué errores habían cometido y no repetirlos. Sin embargo, el hecho de que por primera vez alguien completamente anónimo, un don nadie, fuese a tomar la iniciativa a la hora de vender dichos secretos, le daba una gran ventaja. Tampoco es que tuviese un método ultraconfidencial para tratar con la información que obtenía: utilizaba la impresora del trabajo para imprimir miles de documentos sacados de Intelink.

La mayor parte de estos tenían que ver con países de Oriente Medio y el norte de África, aquellos que Regan consideraba que pagarían más por sus secretos, ya que gracias al petróleo se lo podían permitir: Irak, Libia, Irán o Sudán estaban entre ellos, aunque también China. Cientos de estos papeles fueron almacenados en un armario que se encontraba entre su escritorio y el de sus compañeros, y cuya puerta abría a diario para depositar nuevos tacos de folios. A sus colegas les daba bastante igual lo que pudiese estar imprimiendo, hasta el punto de que cuando hicieron limpieza de muebles mientras Regan estaba de viaje, le guardaron todos sus documentos “top secret” por si los podía necesitar más adelante.


Tras meses de laboriosa recopilación de documentos, en marzo de 2000 Regan metió un puñado de estos en la parte de abajo de su bolsa del gimnasio y salió de la oficina. No le detuvieron, ni esa vez ni las decenas de ocasiones en las que hizo lo propio con todo el material que había obtenido (unas 20.000 páginas en total), contando también con CD y VHS, y que guardó en su casa metidos en 'tuppers'. ¿Quién podría estar interesado en dicho material? Regan terminó decantándose por Libia, a la que pensó hacer una suculenta oferta por 13 millones de dólares. Fue entonces cuando empezó a diseñar un complejo sistema de codificación para poder comunicarse con los libios.

Se pilla antes a un espía que a un cojo

Ese fue, seguramente, su gran error. Después de escribir a la embajada libia, empezó a tener la sensación de que estaba siendo perseguido. Y probablemente fuese así, puesto que el FBI empezó a seguir la pista de Regan en abril de 2001, después de que cayese en sus manos el triple documento con el cual este intentaba ponerse en contacto con la inteligencia libia. Aunque el fragmento no detalla exactamente cómo terminaron todos esos documentos en el correo de la oficina del FBI de Washington, sí explica que fueron las constantes faltas de ortografía de Regan las que la ayudaron a dar con su verdadera identidad.

Cuando fue detenido, Regan estaba a punto de embarcarse en un vuelo hacia Zúrich, donde pensaba reunirse con diplomáticos iraquíes, libios y chinos

La inteligencia americana vio a Regan conduciendo apresuradamente después de enterrar un puñado de valiosos documentos que consideraba su verdadero seguro de vida, lo que confirmó las sospechas del agente Steven Carr de que él era el espía que buscaban. No fue hasta el 23 de agosto de 2001 que se decidieron a dar el último paso; era el momento propicio, ya que cuando fue detenido, Regan estaba a punto de embarcarse en un vuelo hacia Zúrich, donde pensaba reunirse con diplomáticos iraquíes, libios y chinos (o, al menos, intentarlo). Encima llevaba un puñado de notas encriptadas y la dirección de estas embajadas.


En febrero de 2003, después de meses intentando descubrir qué se ocultaba en las notas encriptadas que portaba, Regan fue condenado. Aunque la fiscalía llegó a solicitar la pena de muerte por alta traición –algo que no ha ocurrido en EEUU desde el ajusticiamiento de Julius y Ethel Rosenberg en 1953–, finalmente aceptó la cadena perpetua sin libertad condicional por intento de espionaje y recopilación ilegal de información de defensa, a cambio de desvelar todos los lugares donde había depositado dichos documentos, que se encontraban diseminados bajo la tierra de los estados de Virginia y Maryland. Actualmente, Regan cumple condena en la cárcel del condado de Lee en Virginia, y pocos se acordaban de él, al menos hasta que Bhattacharjee ha recuperado su fascinante historia para la eternidad. A ver para cuándo una adaptación cinematográfica, a poder ser dirigida por los Coen.

El 23 de agosto de 2001, apenas unas semanas antes de que los atentados del 11 de septiembre cambiasen la historia del siglo XXI, un único hombre fue detenido justo antes de cometer el que podría haber sido el mayor robo de información de la historia estadounidense. No, detrás de ello no había una compleja red de espías repartidos por todo el mundo, ni grandes cantidades de dinero, ni una declaración de principios vital a lo Julian Assange que sirviese como carburante ideológico para la filtración de secretos de Estado a países como Libia o Irak.

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