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Hacia la sociedad Vision Zero: el alto precio que pagaremos por acabar con los suicidios
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¿ES POSIBLE REDUCIR LOS SUICIDIOS A CERO?

Hacia la sociedad Vision Zero: el alto precio que pagaremos por acabar con los suicidios

Después de que países como Suecia consiguiesen reducir el número de accidentes a través del enfoque Vision Zero, muchos han sido los que han intentado trasladarlo a otros aspectos de la vida

Foto: El infierno está empedrado de buenas intenciones: ¿qué pasa cuando debemos velar continuamente por el bienestar de los que nos rodean? (iStock)
El infierno está empedrado de buenas intenciones: ¿qué pasa cuando debemos velar continuamente por el bienestar de los que nos rodean? (iStock)

La seguridad vial de Suecia tiene muy buena fama internacional, como tantos otros aspectos del país escandinavo. No es de extrañar, si se echa un somero vistazo a los datos: entre 1997 y 2011, el número de accidentes descendió de 541 a 314. Y, desde los años setenta, a pesar de que el parque de automóviles ha crecido enormemente, la cantidad total de accidentes se ha reducido sin comprometer la movilidad de los automovilistas. Lo que no resulta tan conocido es el programa que provocó este sustancial descenso, que ha sido adaptado en otros países y que recibe el nombre de Vision Zero.

En 1994 arrancó dicha iniciativa bajo una clara premisa: “ninguna muerte humana es aceptable”. A diferencia de lo que ocurre con la mayor parte de programas de seguridad vial, este no realizaba ningún cálculo entre costes y beneficios sobre el dinero que habría que invertir para salvar vidas, sino que aseguraba que el valor de la vida humana es incalculable y, por ello, el único objetivo posible es reducir el número de muertes a cero. La propuesta fue tan bien recibida que en 1997 el parlamento sueco aprobó una ley de seguridad vial que implantaba esta iniciativa privada. Se revisaron las infraestructuras, se crearon sistemas de vigilancia y se desarrollaron nuevas tecnologías.

Con ella se proponía perseguir el en apariencia utópico objetivo de que ninguna persona muriese en un accidente de coche en el país sueco, que ha obtenido mejores resultados que otros vecinos, como Noruega, que también han implantado programas similares. Actualmente, el objetivo se encuentra en alcanzar una reducción del 50% de esas 541 muertes para el año 2020; según sus cálculos, 2050 debería ser el año en el que se consiguiese erradicar por completo los accidentes automovilísticos.

Tan buen resultado dio el programa Vision Zero que las instituciones no han dudado en adaptarlo a otros campos en los que mueren muchas personas

La buena fama internacional del programa probablemente sea merecida. Como resume con buen ojo un artículo publicado en StreetsBlog USA, el programa dio con la clave a la hora de reevaluar las velocidades máximas de cada una de las vías, orientar el diseño de las calles a la seguridad del ciudadano y relativizar la educación del viandante para reconocer que, efectivamente, son las máquinas y su diseño lo que en muchos casos provoca los accidentes. Se trata de una iniciativa privada que puede mejorar la vida pública, y que pronto, puede adaptarse a multitud de otros aspectos de la convivencia. Un proceso que dice nos enseña multitud de cosas acerca de la vida del siglo XXI y, sobre todo, de la autonomía del individuo si espera que sea el Estado el que acabe con todos los peligros.

El objetivo: que aquí no muera nadie

Tan buen resultado dio el programa Vision Zero que Suecia no ha dudado en adaptarlo a otros campos de la vida humana en los que mueren un gran número de personas al año. Como explica Nathalie Rothschild en The Atlantic, a lo largo de este año se han realizado propuestas semejantes para evitar los ahogos (por parte de la Swedish Life Rescuers' Association), las caídas de ancianos (por la Asociación Nacional de Pensionistas), los accidentes en la construcción (por una coalición de sindicatos y asociaciones del trabajo) e incluso el aborto (por parte del Partido Demócrata Cristiano). El ministro de trabajo ha abogado por adoptar un enfoque Vision Zero para acabar con las muertes en el lugar de trabajo.

La lógica parece clara y contundente: si hemos conseguido reducir el número de accidentes automovilísticos hasta el punto de que el 0% ya no es una utopía, quizá también pueda funcionar en otros campos. Incluido el de los suicidios, que es uno de los problemas más recurrentes del país escandinavo: en 2009, 13,6 habitantes por cada 100.000 personas se quitaban la vida, uno de los niveles más altos de toda Europa. De ahí que en 2008 una coalición de centro-derecha anunciase su plan para acabar por completo con este problema, como explica el reportaje de The Atlantic: “Nadie debería terminar en una situación tan vulnerable que la única salida posible sea el suicidio”, explicaba el plan. “La visión del gobierno es que nadie debería acabar con su propia vida”.

Para ello se aprobaron un gran número de medidas, entre las que prevalecían el control y reducción de los métodos para suicidarse. El acceso a los puentes fue limitado, como ocurre con el viaducto de Segovia en Madrid. El número de ingresos hospitalarios preventivos aumentó. La venta de antidepresivos fue controlada, así como el consumo de alcohol, especialmente en los grupos de riesgo. Los trenes instalaron airbags para minimizar el impacto si alguien saltaba a las vías. Se animó a toda clase de médicos a reconocer los riesgos de suicidio rápidamente. Y, aun así, el número de suicidios no sólo no se redujo, sino que aumentó en el año 2013. El fracaso de la iniciativa tiene una moraleja clara: hay algunos aspectos de la vida humana que siempre se escaparán al control de las autoridades.

El nuevo mundo feliz

Cada vez son más los que se manifiestan contra los peligros de esta en principio bien intencionada visión. Si bien intentar acabar con los suicidios es una pretensión razonable, los métodos utilizados para ello pueden herir gravemente la autonomía del individuo que, con la excusa de proteger su salud, ve cómo el estado limita cada vez más su libertad. Una argumentación semejante a la que muchos esgrimen ante la prohibición del tabaco o el intento de control de las bebidas azucaradas gigantes en Nueva York. Tanto más cuando este tipo de medidas no llegan al meollo del problema.

La única manera en que el Estado podría alcanzar la cifra cero sería encerrando a cualquiera que haya expresado un pensamiento suicida

Uno de ellos es el profesor de filosofía de la Universidad de Pomona en California Michael Cholbi, como explica en una columna de opinión publicada en Psychology Today. Dificultar el acceso del suicida a su arma ejecutora probablemente acabará con un gran número de muertes, pero no curará su depresión ni evitará que vuelvan a intentarlo. Además, “podemos caer en la tentación de utilizar otras medidas de la prevención del suicidio que sean éticamente más problemáticas”. Medidas que, como señala el autor, invadan la privacidad del enfermo, violen el principio de confidencialidad, prescriban demasiados antidepresivos y disparen el número de pacientes en instituciones.

“Resulta particularmente preocupante la insistencia de Vision Zero en que el suicidio es 'responsabilidad de todos'”, explica el profesor. “Mientras que una mayor conciencia sobre los suicidios ayudará sin duda a reducirlos, este sentimiento puede llegar demasiado lejos. Pocos podrían recibir con gusto una sociedad de vigilancia mutua, en la que todo el mundo vigile cualquier signo de pensamiento suicida en los demás”. Nos encontramos ya en territorio orwelliano: el papel del Estado y de sus miembros debe ser vigilar al vecino, eso sí, por su propio bien.

Es el enfoque que comparte el psiquiatra David Eberhard, autor de En la tierra de los adictos a la seguridad (2006) y que también aparece en el artículo de The Atlantic. En el libro explicaba cómo la obsesión de sus compatriotas por la seguridad ha provocado tanto la tendencia del Estado a intervenir en la vida del individuo como la incapacidad del ciudadano para solucionar sus problemas con sus propios medios. “Si llevásemos esta visión hasta el extremo, la conclusión lógica, y la única manera en que el Estado podría alcanzar la cifra cero, sería bombardeando los cuidados psiquiátricos con cantidades ingentes de dinero y encerrando a cualquiera que haya mencionado un pensamiento suicida”.

No todo es tan sencillo como la seguridad vial, en la que participan tanto el diseño de automóviles, carreteras y señales como el error humano no intencionado: el suicidio, como ocurre con otros ámbitos, está relacionado con lo emocional y, por lo tanto, resulta difícilmente mesurable. Por mucho que Alfred Skogberg de Suicide Zero lo defina así, el suicidio no es un “accidente psicológico”. Como señala en el reportaje Eberhard, “la gente no se mata porque haya puentes, se matan porque se sienten mal”. Según afirma el psiquiatra, el suicida, al contrario que el peatón atropellado y por mucho que su condición mental lo condicione, ha tomado una elección. Y esa es una de las razones por las que es humano.

La seguridad vial de Suecia tiene muy buena fama internacional, como tantos otros aspectos del país escandinavo. No es de extrañar, si se echa un somero vistazo a los datos: entre 1997 y 2011, el número de accidentes descendió de 541 a 314. Y, desde los años setenta, a pesar de que el parque de automóviles ha crecido enormemente, la cantidad total de accidentes se ha reducido sin comprometer la movilidad de los automovilistas. Lo que no resulta tan conocido es el programa que provocó este sustancial descenso, que ha sido adaptado en otros países y que recibe el nombre de Vision Zero.

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