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¿Descansamos bien? Por qué nuestros antepasados no dormían como nosotros
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LOS CICLOS DE SUEÑO SON DIFERENTES

¿Descansamos bien? Por qué nuestros antepasados no dormían como nosotros

Hay quien afirma que el hombre dormía, antes de la invención de la luz eléctrica, en dos ciclos nocturnos separados por una pausa de alrededor de dos horas

Foto: Un delegado durmiendo durante la Convención Republicana de 1948. (Corbis)
Un delegado durmiendo durante la Convención Republicana de 1948. (Corbis)

Si a alguno de nuestros antepasados se le explicasen las bondades de echar la siesta defendidas por algún estudio científico de nuevo cuño, seguramente esbozarían media sonrisa y se reirían de nosotros. No únicamente por el hecho de que, a pesar de echar una cabezadita, su esperanza de vida fuese muy inferior a la de nuestros contemporáneos sino también porque dependiendo del momento de la historia del que hablemos, sus hábitos podían ser completamente opuestos a los defendidos por la ciencia actual.

La obsesión por conocer los patrones de sueño de nuestros antepasados ha ocupado gran número de ensayos durante los últimos años. Quizá el másimportante de ellos sea el trabajo de investigación de Roger Ekirch, profesor del Instituto de Virgina Tech, que en At Day’s Close: Night in Times Past (W.W. Norton & Company) matizaba la lógica teórica que sugería que antes de la aparición de la luz eléctrica, nuestros antepasados se recogían con la puesta del sol y se levantaban con el canto del gallo.

En su libro, enunciaba una de las teorías más seguidas en la actualidad y que ha ganado en peso durante los últimos años, seguramente, por lo pintoresco de la misma. Según unos 500 testimonios que abarcan de los Cuentos de Canterbury de Chaucer a la Odisea de Homero pasando por tribus nigerianas, la costumbre de realizar dos grandes sueños a lo largo de la noche, separados por una vigilia nocturna de unas dos horas, se encontraba bastante extendida. Se pueden espetar multitud de reservas respecto a dicha idea, como por ejemplo los millones referencias al sueño continuo presentes en multitud de narraciones o testimonios históricos, pero se trata de una costumbre relativamente habitual, especialmente en el mundo rural.

Primer sueño, hacer el amor, segundo sueño

Según Ekirch, que realiza una lectura positiva de dichas costumbres, esas dos horas son el tiempo ideal para meditar, reflexionar, escribir o, incluso, hacer el amor. De hecho, el autor aduce que uno de los factores que explican la alta natalidad de la época es precisamente tener algo con que llenar esta pausa en el sueño. En definitiva, era un momento de esparcimiento en el que, según afirma el profesor, no se sufría por conciliar el sueño, sino que se gozaba de una relajación y clarividencia máximas, lo que lo convertía en el momento idóneo para la escritura. Un manual de medicina francés recomendaba, por ejemplo, practicar el amor en dicha pausa.

La invención de la luz eléctrica cambió para siempre nuestras costumbres

No obstante, debemos recordar, como hace el propio autor en un artículo publicado en The New York Times, que el sueño era mucho menos reparador que en la actualidad. Compartir cama con personas enfermas, el asma, la tuberculosis y otros problemas hoy solucionados perjudicaban la calidad del sueño, especialmente, entre las clases proletarias.

No existe consenso respecto a las bondades de realizar esta separación entre el “primer sueño” y el “segundo sueño”, por mucho que algunos estudios científicos hayan intentado explicar que, de manera natural, esos son los ciclos de sueño que debería seguir el ser humano. Es el caso de una investigación realizada por Thomas Wern del Instituto de Salud Mental, en la que tras examinar a un grupo de personas que carecieron por completo de luz nocturna durante dos semanas (es decir, unas condiciones ambientales muy semejantes a las de nuestros antepasados), descubrió cómo estos empezaban a despertarse en mitad de la noche como, en teoría, habían hecho hasta el siglo XVIII, cuando la invención de la luz eléctrica lo cambió todo.

Edison y Ford tienen la culpa

La invención de la luz eléctrica cambió nuestra vida para siempre, pero también, nuestros hábitos de sueño. Aunque existían artilugios que permitían alumbrar la oscuridad durante la noche, su potencia era baja y su coste, caro. Las bombillas alteraron para siempre la relación del hombre con la noche, que pasó a ser ese período de tiempo que prolongaba el día, sólo que con una mayor intimidad. Durante ella se podía acudir a reuniones sociales, al bar, al casino o al teatro, y ya no se trataba únicamente del telón de fondo para merodeadores o criminales. La cama no nos llamaba ya con tanta antelación, y los horarios del hombre dejaron de estar sujetos al capricho del sol y la luna.

El fordismo acabó con la siesta

Por supuesto, si la noche podía ser utilizada para prolongar el ocio, también para el trabajo. Apareció el turno nocturno, pero también, la optimización del tiempo. Si realmente el ser humano dormía en dos grandes ciclos durante la noche con un descanso en medias, podía llegar a pasar más de diez horas entre las sábanas, algo muy poco práctico si la jornada laboral podía llegar a rondar, igualmente, las diez horas. El segundo sueño era un lujo que pocos se podían permitir.

En ese sentido, es habitual señalar a Henry Ford, fundador de la Ford Motor Company y, sobre todo, principal responsable de la acuñación del concepto de “fordismo” por el modo de producción en cadena utilizada en su fábrica, como el culpable de la desaparición de la siesta. La paralización de la maquinaria después de la hora del almuerzo restaba productividad a la cadena por lo que, a partir de entonces, dejó de formar parte del horario de muchos trabajadores, por mucho que la tendencia actual sea la de defender la productividad de dicho sueño vespertino.

Los ritmos circadianos

¿Qué es mejor, por lo tanto, imitar a aquellos que según Ekirch, preferían partir su tiempo de sueño, o nuestros usos actuales? El propio autor está seguro de que ahora dormimos más y mejor que nunca, por lo que no debemos aspirar a imitar a aquellos que, durante la Edad Media, llegaban a pernoctar en sillas.

Dormir del tirón sigue siendo la mejor manera de optimizar el sueño

Como siempre, probablemente se trate de una cuestión de costumbres y de comprobar qué es lo que mejor nos sienta. Los defensores de lo natural, es decir, aquellos que consideran que debemos comportarnos según nuestra naturaleza sin tener en cuenta cómo la tecnología ha modificado nuestra vida, probarán con el doble sueño. Desde el punto de vista de las fases del sueño, tiene bastante sentido: si el tiempo que dura cada ciclo completo es de entre una hora y media y dos horas, la interrupción se produciría después de los dos primeros ciclos.

Pero ello no siempre es posible, y dormir ocho horas con la mente descansada sigue siendo, seguramente, lo mejor que podemos hacer si nos levantamos a las siete de la mañana. Aunque haya quien lo califique de mito, probablemente sea la manera más racional de aprovechar nuestro tiempo libre, sobre todo teniendo en cuenta que este es cada vez menor.

Si a alguno de nuestros antepasados se le explicasen las bondades de echar la siesta defendidas por algún estudio científico de nuevo cuño, seguramente esbozarían media sonrisa y se reirían de nosotros. No únicamente por el hecho de que, a pesar de echar una cabezadita, su esperanza de vida fuese muy inferior a la de nuestros contemporáneos sino también porque dependiendo del momento de la historia del que hablemos, sus hábitos podían ser completamente opuestos a los defendidos por la ciencia actual.

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