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Ruy González de Clavijo, embajador ante el hombre más poderoso de la tierra
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HISTORIAS EJEMPLARES DE LA HISTORIA

Ruy González de Clavijo, embajador ante el hombre más poderoso de la tierra

No se puede vivir el alma de las cosas sin acercarte antes a comprenderlas. Clavijo a su rey Enrique

Foto: Ruy González de Clavijo, embajador ante el hombre más poderoso de la tierra
Ruy González de Clavijo, embajador ante el hombre más poderoso de la tierra

No se puede vivir el alma de las cosas sin acercarte antes a comprenderlas.

Clavijo a su rey Enrique III en la tercera misiva

En 1396, en el año de Dios (o de Allah a pesar del desfase de ambos calendarios), el cruel sultán Bayaceto I había inflingido una muy severa derrota en la batalla de Nicópolis a un ejercito de unos veinte mil hombres voluntariosos y devotos, imbuidos de una fe que no acudiría en su socorro cuando con mas vehemencia la reclamaban. Fueron literalmente aniquilados, cuando no vendidos como esclavos en los mercados, donde la tragedia humana ultimaba su pavoroso vae victis.

El emperador de Constantinopla estaba a la sazón sitiado por el temido turco al amparo de sus todavía inexpugnables murallas pero su situación era cada día más desesperada y precaria, por lo que envió diferentes embajadas en demanda de socorro a los reinos cristianos. El empuje de los musulmanes turcomanos no presagiaba nada bueno.

Algunos años mas tarde y en un giro copernicano de la historia, hacia 1402, Tamerlán, harto de la arrogancia de Bayaceto y de sus bravuconerías le echó el guante en las llanuras de Tchibukova y castigó sus desatinos introduciéndolo en un escabel que el Gran Mongol solía usar para subir a su corcel. Huelga decir que el desdichado turco moriría en medio de terribles calambres que hacían las delicias de la imparable horda que acompañaba a su carismático líder. Aquellos terribles guerreros, para redondear la humillación del desdichado turco, aliviaban sus necesidades encima de la caja  acompañándolas con vehementes imprecaciones de imposible traducción.

La mayor pesadilla de Occidente

En los albores del siglo XV el intuitivo monarca Enrique III ya atisbaba por dónde “irían los tiros” de lo que durante cerca de doscientos años habría de ser la mayor pesadilla para el Occidente de aquella época hasta que Juan de Austria y Álvaro de Bazán decidieron parar en seco al hegemón turco en Lepanto.

Hacia 1403 Ruy González de Clavijo, acompañado por el poliglota dominico Alfonso Páez de Santamaría, se dirigirían con sus correspondientes credenciales hacia Samarkanda para presentarse a Tamerlán, el gran Mongol, en un viaje en el que su supervivencia y la de su sequito estaban en entredicho a cada momento.

Castilla buscaba un pacto diplomático con los mongoles para hacer la pinza a los turcosSe embarcaron en una travesía de cerca de 20.000 Km, cuyo objetivo no era otro que el de implicar en una relación diplomática sin precedentes a un coloso asiático de espíritu nómada que se derramaba por las estepas arrasando todo lo que se le ponía a tiro. Nadie osaba enfrentarse a aquella horda pues su mera mención causaba pavor. La idea de un pacto de asistencia mutua en el que la diminuta y guerrera Castilla trataría de crear una pinza comercial y diplomática –cuando no militar– contra el temido Bayaceto, era el móvil y ambicioso objetivo a la vez de aquellos embajadores del rey castellano.

Dejando atrás Rodas y Constantinopla, el aliento de la muerte gravitaba por aquellos pagos ya que las aguas que embocaban hacia el estrecho de los Dardanelos estaban infestadas de naves con patente de corso y el Gran Bayaceto no solo fomentaba la caza del infiel sino que su crueldad era de sobra conocida. Los temerarios castellanos acudieron al recurso del disfraz en innumerables ocasiones y las prédicas del orate subían de tono en cuanto se atisbaba alguna nave sospechosa.

Bordeando la ribera sur del Mar Negro desembarcarían en la antigua Trebisonda para proseguir por rutas terrestres hacia lo que hoy es Uzbekistán. Hábilmente y confundidos entre tribus de pastores, habían conseguido dar esquinazo a los guardianes de la Sublime Puerta. Como supervivientes que se abrazan para conjurar la muerte una vez mas, los castellanos celebrarían con un modesto festín haber escapado de las garras de Bayaceto.

La audiencia con Tamerlán

El ocho de septiembre de 1404, el primer embajador europeo, un hábil escudero con un dominio del arte de la espada fuera de toda duda, y un clérigo de avanzada e infrecuente erudición entre sus anquilosados pares, rendirían pleitesía al que fuera posiblemente el hombre mas poderoso de la Tierra en aquel tiempo, Tamerlán.

Por aquel entonces el Gran Mongol estaba levantando en armas un gigantesco ejército de 250.000. hombres para arrasar (su deporte favorito) el imperio chino de los primeros Ming, que algo disolutos y olvidadizos no habían reparado en el pago de la tributación que se habían comprometido a ingresar con regularidad en las arcas del alto jerarca estepario.

Envuelto en tan frenéticos preparativos, el Mongol atendió cortés y correctamente a los altos dignatarios de Occidente y los agasajó generosamente. Pero su atención estaba absorbida por las campañas en el frente oriental. Una mañana desapareció del campamento con sus tropas más aguerridas y el grueso de su ejército en dirección hacia el sol naciente, dejando a los castellanos con más dudas que certezas.

Agotado el periodo de cortesía y concluidos los agasajos formales, recibieron la inesperada noticia de la muerte de TamerlánLa vuelta no fue nada fácil. Agotado el periodo de cortesía y concluidos los agasajos formales, recibieron la inesperada noticia de la muerte de Tamerlán en los sangrientos combates que se estaban librando en las fronteras orientales. Aquella fuerza de la naturaleza finalmente había puesto rumbo a la eternidad.

Para el 24 de marzo de 1406, la comitiva, que había perdido mas de tres cuartas partes de sus porteadores e integrantes y que había sobrevivido asaltos, secuestros, abordajes y a una odisea digna de engordar la mejor crónica de caballerías de la época, llegaba a Alcalá de Henares a rendir cuentas a su rey... Tres años habían transcurrido desde su partida.

De aquella epopeya nos quedará la construcción de la ciudad de Madrid (regalo del Gran Mongol al rey castellano) situada a las afueras de Samarkanda y la increíble crónica registrada entre las hojas del libro Embajada a Tamerlán. Una historia de un realismo contundente a pesar de que entonces –y quizás ahora todavía – parezca mas ciencia–ficción por lo increíble de los acontecimientos que en ella se narran.

En estos tiempos de gris marengo, podemos buscar la inspiración en la osadía de aquel rey y sus hombres y la iniciativa necesaria para buscar la línea del horizonte sin que su evasión constante nos desanime para seguir luchando en pos de utopías razonables.

No se puede vivir el alma de las cosas sin acercarte antes a comprenderlas.