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Te quiero, pero lejos
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LAS RELACIONES A DISTANCIA, IDEALES PARA LAS PERSONAS MADURAS

Te quiero, pero lejos

“Crees que el amor puede con cualquier distancia, pero luego te estampas contra la realidad”. Rosana tiene dieciocho años y ha estado sosteniendo una relación a

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Te quiero, pero lejos

“Crees que el amor puede con cualquier distancia, pero luego te estampas contra la realidad”. Rosana tiene dieciocho años y ha estado sosteniendo una relación a distancia durante los últimos tres. Estudia medicina y vive en Barcelona. Su novio, en Cádiz, donde lo conoció en verano y donde él ha conseguido una plaza de bombero. Ni ella se decidió a probar fortuna en el sur, por no alejarse de una familia que es el principal soporte con el que cuenta, ni él en el  norte por no abandonar un trabajo bien pagado en busca de lo que consideraba “una quimera”.

A poca distancia en la misma línea sanguínea está el ejemplo opuesto. Arturo, tío de Rosana, de 59 años, vive en Lérida y es profesor, divorciado y con dos hijos. Lleva más de diez años manteniendo una pareja estable que vive a cuatrocientos kilómetros al oeste y a la que sólo ve una vez a la semana,­ y si hay suerte. “No es el amor lo que puede con la distancia”, corrige él, “lo que puede con ella es tener las cosas claras, un planteamiento práctico y una reevaluación de las necesidades propias. El amor importa, claro, pero con el tiempo se descubre que no es ni mucho menos la clave”. Así pues… ¿Es posible el triunfo de una relación a distancia? ¿Es factible en la madurez lo que en la juventud resulta casi antinatura?

Amores idealizados

Las parejas son iguales en cualquier parte del mundo, al menos en lo que tienen de complicado ten con ten, contencioso y negociado, pero en algunas partes están más estudiadas que en otras. Los norteamericanos, con su tendencia a crear disciplinas donde nosotros hacemos, como mucho, observación amateur, han tenido hasta un Centro para el Estudio de las Relaciones a Larga Distancia. Lo creó Gregory Guldner, un médico californiano especializado en sociología, aunque tras años de funcionamiento decidió cerrarlo. Quizá ya había dicho todo lo necesario.

Más ventajas que inconvenientes

Arturo no está demasiado de acuerdo con estas premisas. “Por lo que veo”, observa, “muchos de los estudios que se han hecho hablan de parejas jóvenes que están en la universidad. Yo creo que esto funciona precisamente cuando se es más mayor y se tienen las cosas más claras. El conflicto ese que supuestamente hace crecer la relación ya lo hemos vivido con nuestras parejas antiguas… a veces demasiado conflicto, y a veces más que crecimiento, lo que trajo fue destrucción. Ahora simplemente hemos aprendido a evitarlo. Y creo que se da todo lo contrario a una idealización. Aunque eso de que no quieres perder el tiempo que tienes peleando es del todo cierto”. Para él, además, la relación a distancia “permite sostener un tipo de conexión intelectual que a menudo la vida en común se lleva por delante. Las ideas necesitan aire, no mal aliento por las mañanas”.

Raquel es una mujer en la treintena, profesional, y que pese a haber nacido en Madrid, vive en Zúrich con su pareja desde hace siete años. Sin embargo, durante otros siete, los primeros de la relación, tuvo que permanecer separada del que ahora es su marido. Aunque en su visión de las cosas la separación era un accidente y un obstáculo a superar, no es reacia admitir que haya relaciones cuya esencia sea precisamente la distancia. “Yo creo que sí puede suceder, especialmente a cierta edad, cuando ya no es tan fácil amoldarse a otra persona en todos los detalles de tu vida, en lo que es el “orden” de tu casa, si quieres salir con amigos, si trabajas hasta tarde pero nadie te está esperando… y qué decir si además al menos uno de los dos tiene hijos de otra pareja. Tal vez lo mejor sea vivir la relación a distancia y tenerlo así todo sin conflictos”.

Conozco el caso de unos amigos que estaban casados con dos hijos y que vivían en la misma casa, pero que realmente tenían una relación a distancia

Entre las ventajas que encuentra en aquella situación no deseada, ahora que la recuerda desde la estabilidad de una pareja “permanente”, están “la independencia, el tiempo que estas solo sin dar explicaciones a nadie y en el que puedes hacer tus planes… Es una prueba de fuego, si superas esa época es que realmente estás seguro de tus sentimientos. Se vive mucho más intensamente, aprecias el tiempo que pasáis juntos y comunicas más acerca de tus sentimientos, especialmente en los instantes en que no le ves, cuando le echas de menos”.

 Una situación demasiado ideal

Sin embargo, reflexiona Raquel, “también se podría decir que no conoces a la persona en su rutina diaria, sólo en vacaciones y fines de semana, sin estrés, y podría haber sorpresas a la hora de vivir juntos a diario. Conozco el caso de unos amigos que estaban casados, con dos hijos y que vivían en la misma casa, pero realmente tenían una relación a distancia: el era un supermánager que se pasaba el día volando por el mundo. Cuando estaba en la ciudad trabajaba hasta tarde. Su mujer sólo se ocupaba de los hijos, pero también tenía su babysitter y sus salidas al cine todos los miércoles, gimnasio, etc… Llegó la crisis, el marido dejó de viajar y estaba todas las noches en su casa, pero su mujer se iba al cine con sus amigas, su gimnasio… y duraron un telediario después de diez años casados”.

Internet, los chats y el móvil aportan su grano de arena a aquellos a los que el billete en turista les siga resultando prohibitivo

Jorge, un funcionario que mantiene una relación a distancia (Madrid-Palencia) desde hace siete años afirma que para no decepcionarse con la convivencia, lo mejor es “no tenerla”. “A una determinada edad no nos hacen falta los problemas gratuitos que trae el estar juntos. Además, tengo hijos, aunque ya sean mayores, y mi pareja también tiene los suyos, y francamente, cuanto menos interfiera nadie en ese asunto, mejor. Yo no me veo de padre postizo, y siempre me ha molestado que interfieran en cómo educo a los míos”.

Según Guldner, la frecuencia con la que una pareja se ve “no tiene apenas influencia en la duración ni en la calidad de la relación”. Al menos, es indudable que la tecnología ha ayudado un poco a hacer las cosas llevaderas cundo no son tan vocacionales como en el caso de Jorge. “Hoy en día volar es barato”, explica Raquel. “Te puedes plantear vivir de lunes a viernes en un lugar donde tengas un trabajo bien pagado y el fin de semana donde esté tu pareja”. Internet, los chats, el móvil, el WhatsApp y el resto de cachivaches imprescindibles de hoy en día, aportan también su grano de arena para aquellos a los que el billete en turista les siga resultando prohibitivo.

Las mayores dificultades

El problema, para Raquel, que “todo está colgando de un hilo. Si uno de los dos se cruza en su lugar de trabajo habitual con una persona que le agrade, es muy probable que abandone la relación a distancia”. Arturo piensa que “hay que tener un grado de confianza total, o bien de desinterés. En mi caso es confianza… si no, ¿para qué tener pareja”. Ambos coinciden en que, en todo caso, una situación de distancia hace más intensos los rencuentros, más tristes las despedidas y, al menos al principio, convierte las etapas de separación en una sucesión de altibajos. “Luego te acostumbras”, reflexiona Arturo. “Aprendes…entiendes que no estás separado, en realidad”.

Poco consuelo para Rosana, en todo caso, que a sus 18 y recién “divorciada”, no está para escuchar a su tío y menos aún a Guldner. “Jamás lo volveré a intentar”.

“Crees que el amor puede con cualquier distancia, pero luego te estampas contra la realidad”. Rosana tiene dieciocho años y ha estado sosteniendo una relación a distancia durante los últimos tres. Estudia medicina y vive en Barcelona. Su novio, en Cádiz, donde lo conoció en verano y donde él ha conseguido una plaza de bombero. Ni ella se decidió a probar fortuna en el sur, por no alejarse de una familia que es el principal soporte con el que cuenta, ni él en el  norte por no abandonar un trabajo bien pagado en busca de lo que consideraba “una quimera”.