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"No está la cosa para andar por ahí con un cochazo"
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LA CLASE MEDIA SE DISFRAZA DE POBRE

"No está la cosa para andar por ahí con un cochazo"

Fermín acaba de entrar en la treintena y trabaja en el sector audiovisual. Durante una entrevista en la que se presenta como un joven valor que

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"No está la cosa para andar por ahí con un cochazo"

La hora de la prudencia

Julio es funcionario público desde hace más 40 años y cuenta con un buen sueldo. Con los hijos crecidos y sin más gastos que los propios, durante una temporada se dedicó a su capricho, los coches. Lo hizo sin excesos: sólo tenía uno, pero solía ser de alta gama. Ahora se lo ha replanteado. Ha vendido su BMW y se ha comprado un modelo modesto de otra marca. “No está la cosa como para andar por ahí con un cochazo, aunque en realidad sea lo único de valor que tienes. ¿Por qué? Porque es mejor no molestar a la gente”.

Es un maquillaje social que se utiliza para no dañar a los demás

Ambos son dos ejemplos evidentes de que la crisis no sólo afecta psicológicamente a quienes la sufren más directamente sino que también modifica sutilmente el comportamiento de los que capean el temporal bien e incluso con éxito. Lo que se exhibe ahora es una creciente prudencia. Si en épocas de crecimiento no importaba mostrar el propio triunfo, ahora existe un repliegue hacia el disfrute privado y una tendencia suspicaz a confundirse con la masa.

Empatía y autodefensa

Jesús María Reiriz, psicólogo y escritor, explica el fenómeno psicológico como “un maquillaje de la relación personal que se lleva a cabo para no dañar al prójimo, para preservar su dignidad”. No considera que pueda considerarse un rasgo dominante y general en la población, aunque reconoce que se da, y cree que en un escenario de agravamiento de la crisis el comportamiento de ocultación no iría a más, sino que, sencillamente, permanecería. “Es un elemento de regulación de las relaciones sociales”, comenta, “que podemos rastrear en muchos refranes como ‘En casa del ahorcado no hables de la soga’”. En ese aspecto nivelador, el fenómeno parece tener un fondo positivo y es, según Reiriz, un elemento que permite mantener una cierta confianza en la sociedad civil y en que esta “no está por completo deshumanizada”. Sin embargo, se trata de un comportamiento de doble dirección, es decir, no sólo se encamina a ayudar al prójimo, sino también a defenderse de él, a impedir que una supuesta sensibilidad herida se torne contra uno. Es, pues, al tiempo empatía y sospecha, ayuda y autodefensa.

Cuando las cosas se ponen duras de verdad, no hacer ostentación se convierte en indispensable

Daniel es periodista, y no le va ni bien ni mal, pero sobrevive con algo más de mil euros al mes. Para él, “mientras se mantiene el espejismo de que todos pueden llegar al mismo punto de éxito, el enriquecimiento no se juzga negativo, porque no nos conviene decir que es malo aquello que deseamos y que parece a nuestro alcance. Cuando la cosa se tuerce y vemos que no vamos a llegar a ese lugar jamás, surge el resentimiento, luego la sensación de haber sido estafados, luego el odio”. En su opinión, el objeto de ese odio es “el que tengamos más cerca de entre aquellos a los que la jugada les ha salido bien. Preferimos encarnar el odio en alguien concreto cuyos defectos podamos señalar con más precisión. Y eso es lo que los triunfadores, entre comillas, tratan de evitar”.

“Vives como un cura”

Adriano es un guionista de televisión de origen peruano, lleva en España quince años. En su país ha visto el mismo mecanismo operando en condiciones mucho más extremas. “Cuando las cosas se ponen jodidas de verdad”, comenta, “como pasó allí en algunas épocas, lo que sucede no es que no quieras hacer ostentación, sino que directamente el que tiene un Mercedes acaba vendiéndolo, si puede, y teniendo un Escarabajo. El camuflaje pasa a ser algo necesario para la propia seguridad, para prevenir un secuestro, por ejemplo”.

Podría salir a la calle y comprarme un Ferrari ahora mismo, pero no me apetece porque mis amigos lo están pasando mal

Pero Adriano va más allá. “Desde mi punto de vista, hay un miedo inconsciente a la lucha de clases y ese miedo no deja de estar justificado. Cuando yo me retiro una temporada a mi casa en el campo a trabajar escribiendo y vuelvo a Madrid y paso a tomar algo con los amigos, muchos de los cuales están en paro, siempre están esos cuchicheos y esos sarcasmos. Vives como quieres. Así viven los ricos. Vives como un cura… Y el tono no es el mismo que cuando las cosas iban mejor. El tono es amargo y a veces beligerante. Lo curioso es que no se encabronan con el que gana 100 millones de euros por pegarle a un balón. Se enfadan conmigo que curro como el que más”.

La envidia como martillo destructor

El mecanismo de ocultación parece centrarse en sectores medios. Reiriz lo explica con sencillez: En el caso de los muy ricos, este resorte se vuelve más difícil, cuando no inútil. “Si Amancio Ortega intentase hacerlo resultaría sencillamente imposible. Sin embargo en unas capas de clase media o media-alta, sí puede funcionar ese cierto caparazón de desinformación”. Con todo, sí se están dando casos de constricción semipública entre los muy ricos, como cuando el multimillonario Michael Hirtenstein, antaño conocido por la exhibición de su lujo y su derroche, declaró que “podría bajar a la calle ahora y comprarme un Ferrari, pero todos mis amigos lo están pasando mal. No me apetece andar comprándome juguetes aleatorios”.

Caminamos por ahí con nuestra camisa más vieja por lo que vayan a decir y por lo que pudiera pasar

Al cabo, todo esto que unos llaman prudencia, otros solidaridad y los de más allá defensa personal deviene de una raíz común: la envidia preexistente que se manifiesta de manera virulenta cuando las condiciones de vida empeoran. “Los aforismos definen cual es el poso de la propia cultura”, insiste Reiriz, “y aquí tenemos muchos del estilo de ‘poderosa es la envidia porque es un martillo destructor’ o ‘el enemigo peor, el de tu propia profesión’, que nos retratan”.

Para terminar con automóviles, basta con recordar la polémica suscitada recientemente por un anuncio del modelo Dacia Duster en el que, al ser informada del precio (unos 12.000 euros), la mujer que lo había preguntado ponía cara de asombro y exclamaba entre indignada y displicente: “¡No podemos pagar tan poco!”. Insufrible soberbia para algunos, inteligente sarcasmo para otros, el anuncio no dejó indiferente a casi nadie y muchos foros de internet echaron humo. Ponía el dedo en la llaga de lo que se quiere ser, de lo que se puede y de cómo lidiar con ambas cosas sin tener que odiar a nadie o caminar por ahí con nuestra chaqueta más vieja. Por lo que vayan a decir. Por lo que pudiera pasar.

La hora de la prudencia