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La venganza es buena para la salud (de las mujeres)
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LAS ESPOSAS DE LOS PERSONAJES PÚBLICOS NO SIEMPRE LAVAN LOS TRAPOS SUCIOS EN CASA

La venganza es buena para la salud (de las mujeres)

Aquella historia fue un escandalazo. Tras veinticinco años de feliz matrimonio, Pierrette Lalane, hasta entonces señora de Le Pen, había decidido abandonar el lecho conyugal y

Foto: La venganza es buena para la salud (de las mujeres)
La venganza es buena para la salud (de las mujeres)

Aquella historia fue un escandalazo. Tras veinticinco años de feliz matrimonio, Pierrette Lalane, hasta entonces señora de Le Pen, había decidido abandonar el lecho conyugal y reclamaba el divorcio. Jean Marie, al parecer, se resistía a firmar los papeles y, por supuesto, se negaba a pasarle la correspondiente pensión. La pelea marital saltó del dormitorio a los ‘tabloides’ franceses y el líder de la extrema derecha no tuvo otra ocurrencia que declarar: “Si mi esposa tiene problemas económicos, lo mejor que puede hacer es ponerse a limpiar”. Unos días después, Pierrette Lalane aparecía ataviada como Dios la trajo al mundo en la revista PlayBoy. Eso sí, se adornaba con una cofia, un delantal y un delicado plumero. Nada que ver con la Medea de Eurípides, desde luego, pero mucho más divertido.

El ‘club’ de las esposas despechadas cuelga el cartel de completo hace ya tiempo. Pero en él siempre tienen cobijo las ex (y no ex) de políticos, artistas e intelectuales. Mujeres que suman a su condición de ‘engañadas’ la vergüenza de soportar la mirada maliciosa, y a ratos compasiva, de la opinión pública. El silencio de algunas ‘señoras de’ vale más que mil palabras. Sólo hay que recordar la cara de Silda Spitzer la mañana del 17 de marzo de 2008, cuando su esposo Eliot, el cliente No 9, anunció su dimisión como gobernador del estado de Nueva York tras desvelarse que era un consumidor habitual de sexo de lujo.

Sin embargo, ellas no siempre optan por lavar los trapos sucios en casa. “La venganza es un sentimiento muy humano. No muy útil, a mi juicio, pero sí muy humano. Cuando uno se siente agraviado necesita dar una salida a ese dolor que le oprime, ya sea humillación, en el caso del hombre, o perplejidad, ridículo y, muchas veces, culpa, en el caso de la mujer”, explica el psiquiatra Rafael Manrique, especialista en terapia familiar y autor de numerosos ensayos sobre las relaciones de pareja, como Conyugalidad y Extraconyugalidad: nuevas geografías amorosas.

Claro que hay castigos y castigos. Y algunas mujeres no tienen reparos en llevarse por delante al hombre que les hizo sentirse burladas. ¿O no es eso lo que intentó Lydia Bosch acusando al su entonces marido, Alberto Martín, de abusar de su hija mayor, Andrea, fruto de una relación con el también actor Miqui Molina? Muy madeinspain fue también el famosísimo y ya casi olvidado ‘caso Juan Guerra’ ¿lo recuerdan? Los tejemanejes del malversador, prevaricador y usurpador hermano de Alfonso Guerra se destaparon porque una mujer, su esposa, se sintió relegada a la intimidad del hogar cuando el hermanísimo alcanzó poder y fortuna. Ella fue la que puso sobre la mesa de Pedro J. los papeles que destaparon toda la trama.

Pactos sagrados

La venganza envuelve un sentimiento trágico y es fieramente humana, como diría Blas de Otero, porque las relaciones personales se sustentan siempre sobre lealtades invisibles, tal y como las definió el psiquiatra húngaro Böszörményi-Nagy. “Nuestro aparato psíquico lleva (inconscientemente) incorporado un registro de méritos, un balance de deudores y acreedores. Cualquier individuo entrega para recibir a cambio. Siempre. Unas veces será una vida sexual activa, otras una conversación inteligente, otras protección para mí y para mis hijos…Pero invariablemente damos ‘algo’ a cambio de ‘otra cosa’…Y cuando esa ‘otra cosa’ no se recibe, o no se cobra en cantidad suficiente, nuestro cerebro registra un obligado ‘voy perdiendo’… y si no gano demasiado surge, irremediablemente, el conflicto”, explica Norberto Barbagelata, psiquiatra y co-director del grupo Zurbano de Terapia Familiar. 

En lenguaje de andar por casa, y nunca mejor dicho: la vida de pareja se cimenta sobre pactos implícitos y pactos explícitos. Uno tras otro. Algunos son de pequeño calado –“tú recoges los niños del colegio y yo llevo el coche al taller”-, pero otros adquieren la condición de sagrados “hasta el punto de que cuando se traicionan, la herida sangra y se produce una convulsión en el seno de la familia”, explica la psicóloga alemana Annette Kreuz, directora del centro Terapia Familiar Fase 2, de Valencia.

El pacto de fidelidad conyugal es uno esos compromisos sacrosantos. Aunque no siempre: “Hay tantos tipos de relaciones, y, por supuesto, de acuerdos, como familias”, advierte la psicóloga Raquel Mora. Y, desde luego, no es exclusivo. “Siempre que hablamos de la pareja, pensamos que el único engaño posible es el sexual, pero no es cierto. A veces, uno se siente traicionado porque el cónyuge no cumple con su rol de padre o madre, o porque el tiempo libre lo ocupa con terceras personas, o porque se niega a compartir el cuidado de los mayores, o, simplemente, porque ha decidido prestar dinero a uno de sus hermanos” recuerda Manrique.

En el caso de Woody Allen y Mia Farrow se mezclaron una y todas las traiciones posibles. Un terremoto. Eso fue lo que debió sentir bajo sus pies Mia Farrow cuando descubrió en la casa de su pareja, el cineasta Woody Allen, unas fotos, posando desnuda, de su hija adoptiva, Soon-Yi. La historia es de todos conocida, pero a veces nos olvidamos de que Mia acusó a Allen de abusar de su hija común Dylan, de siete años; abusos que nunca fueron probados.

Los lazos que atan

En realidad, la deslealtad del otro tiene más que ver con lo que los terapeutas familiares llaman las promesas afectivas (estaré cuando me necesites, te protegeré cuando sea necesario, seré sincero/a en lo fundamental, nunca te haré daño intencionadamente) que con los enredos de dormitorio. “Recuerdo a una pareja joven con tres hijos pequeños. Cuando la menor tenía tres años, y ella comenzaba a recuperarse de la maternidad, él tuvo una relación extraconyugal con una compañera de trabajo. Vinieron a mi consulta para intentar salvar el matrimonio, pero fue imposible. Yo le pregunté una y otra vez por qué se sentía traicionada y ella respondía, una y otra vez también, que le consideraba un ingrato por haber roto las promesas de una vida futura, esas oportunidades aplazadas (por las repetidas maternidades) que ya nunca tendrían juntos. Nunca mencionó la palabra infidelidad”, cuenta Raquel Mora, psicóloga de la concejalía de Familia y Menor de Las Rozas y profesora del Máster de Terapia Familiar que imparte la Universidad Pontificia de Comillas. 

Pero la traición no siempre lleva emparejada la ruptura. A veces, una pequeña gran venganza hace posible la reconciliación. “En ocasiones resulta imprescindible para recomponer una relación cuando ha habido una falla de gran magnitud”, dice el psiquiatra Rafael Manrique. Y recuerda el ‘caso Clinton’. Allí estaba él, Bill, todo un presidente de los EE.UU, silencioso y cabizbajo, aguantando, día tras día, bajo la atenta mirada de su inteligente esposa, el chaparrón de los tribunales y la opinión pública. Por cierto, cinco años después de aquel affaire sexual, Hillary escribiría un libro, Living History, nada menos que 600 páginas, contándolo todo otra vez y justificándose por haber perdonado a su marido.

Para la psicóloga alemana Annette Kreuz, la clemencia es posible en muchas más ocasiones de las que imaginamos. “Es un sentimiento magnífico, magnánimo, sí, pero también egoista, porque una vez que se otorga el perdón y éste es sincero, la relación de poder en la pareja cambia, el que concede el indulto es, y se siente, libre”, asegura esta terapeuta. Claro que, para que éste sea otorgado, la persona que ha cometido la ofensa no sólo ha de reconocer su daño, también ha de repararlo. "De alguna manera, el sufridor quiere resultar, aunque sea temporalmente, ganador de la contienda”, concluye Kreuz.

Además, la expiación de la culpa puede reportar numerosos beneficios familiares. "A veces, sólo queremos pagar con la misma moneda, esto es, un enredo de cama, pero otras, exigimos a nuestro cónyuge que abra espacios de libertad hasta entonces desconocidos en la relación, y eso la enriquece de manera formidable", opina Rafael Manrique.

Sin embargo, si el perdón no es sincero, o el humillado se queda a sabiendas de que lo que desea de corazón es marcharse, la pareja puede terminar enrocada en lo que la psicología clásica denomina la escalada simétrica, muy propia también de relaciones familiares donde, aun sin haber traición por medio, no es posible negociar las diferencias. “Uno queda enganchado en el deseo permanente de venganza y la convivencia resulta asfixiante. No te dejo, tampoco te permito marcharte, pero te impido ser feliz”, advierte el psiquiatra Norberto Barbagelata.  

Aquella historia fue un escandalazo. Tras veinticinco años de feliz matrimonio, Pierrette Lalane, hasta entonces señora de Le Pen, había decidido abandonar el lecho conyugal y reclamaba el divorcio. Jean Marie, al parecer, se resistía a firmar los papeles y, por supuesto, se negaba a pasarle la correspondiente pensión. La pelea marital saltó del dormitorio a los ‘tabloides’ franceses y el líder de la extrema derecha no tuvo otra ocurrencia que declarar: “Si mi esposa tiene problemas económicos, lo mejor que puede hacer es ponerse a limpiar”. Unos días después, Pierrette Lalane aparecía ataviada como Dios la trajo al mundo en la revista PlayBoy. Eso sí, se adornaba con una cofia, un delantal y un delicado plumero. Nada que ver con la Medea de Eurípides, desde luego, pero mucho más divertido.