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¿Y quién corre con el riesgo?
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¿Y quién corre con el riesgo?

Al escuchar las declaraciones de unos y otros alrededor de los problemas de nuestro mercado laboral, a veces me parece que en este país todo el

Al escuchar las declaraciones de unos y otros alrededor de los problemas de nuestro mercado laboral, a veces me parece que en este país todo el mundo quiere ser empleado de otro.

No queremos asumir riesgos, mejor que los corran otros por nosotros. Así podemos quejarnos todo el rato de que los políticos no mejoran nuestra economía y las empresas son unas avaras que no quieren contratarnos. Patalear y patalear todo el día como niños malcriados.

Últimamente doy muchas conferencias sobre cómo encontrar trabajo en una economía deprimida. Os imaginaréis cuál es uno de mis mensajes estrella: sin riesgo, no hay ganancia.

Encontrar trabajo requiere escuchar al mercado para ver qué es lo que necesita. Igual que hace cualquier vendedor para colocar su producto, el parado se transforma en el mejor comercial posible de su propio talento. ¿Y qué es lo que NO quiere el mercado empresarial?

Pues no quiere pataletas. Eso lo primero. Pero sobre todo, no quiere a más comodones que no se atrevan a compartir con él el riesgo de hacer negocios.

Pensamos en ‘las empresas’ como si fuesen vacas lecheras inagotables, grandes multinacionales avaras, explotadoras y suciamente capitalistas. Es fácil envilecer al oponente cuando no está presente.

Pero la realidad del tejido económico español está compuesta sobre todo de pymes. Muchas pequeñitas, algunas medianas y unas poquitas grandes o multinacionales. Y todas ellas están pasando esta crisis igual o peor que muchos parados.

De lo que no hablamos casi nunca en los medios es del riesgo que asumen los empresarios al contratar a un trabajador, pagándole su sueldo y sus cuotas de la seguridad social desde el primer día, aún sin saber si rendirá en su trabajo en un mes, en seis, o nunca. Si le sale rana, el empresario acaba pagando la indemnización y vuelve a repetir (y pagar) todo el proceso, mientras que la rana se va saltando a la oficina del INEM. ¿Quién es la víctima aquí?

En las tertulias de empresarios uno se da cuenta de que muchos son auténticos héroes trepando montañas de burocracia pública, venciendo masas de escépticos clientes y luchando día tras día para que los empleados, en los que han depositado el futuro de su propio patrimonio personal, se tomen en serio el modelo empresarial.

Confieso que yo también lo he sufrido en el pasado. Una administrativa que no verifica el pedido a una imprenta, tirando miles de euros a la basura. Un comercial que no firma un contrato después de una negociación, dejándome a merced de un proveedor avinagrado por los meses de incumplimiento de un acuerdo cuya magnitud económica era mucho mayor a sus ojos que a los míos. ¡Imagínate quién pagó los platos rotos!

En España hemos pecado de evitar el riesgo a toda costa. De ir a las inversiones seguras y montar negocios ‘redondos’ que no implicaban grandes riesgos. Desde aprovechar subvenciones, hasta seguir subiéndoles los precios a los turistas sin renovar las instalaciones, y pasando por montar chiringuitos de amiguetes enchufados que han vivido de ordeñar y exprimir vacas lecheras de otro que no se enteraba. Ahora pataleamos porque ya no quedan vacas que exprimir.

Hay dos preguntas claves que hacerse, sea uno empleado o sea empresario: ¿cuánto riesgo estás asumiendo ahora? ¿Qué te impide asumir más? De la lista de impedimentos que te salgan, separa los externos de los internos. Los de fuera dan para más pataletas. Los que pululan bajo tu superficie dan para aprender qué es lo que te frena, y cómo hacerte más fuerte.

El niño que no se arriesga a caerse nunca aprende a andar, y todos andan antes o después, luego todos hemos sabido asumir riesgos en la vida. Luego nos convertimos en hombres y mujeres adultos que temen caerse, evitan los caminos difíciles, ahogando fatalmente su propio desarrollo personal.

No te engañes pensando que porque tienes un empleo fijo no tienes amenazas. Si la empresa quiebra, cambia de manos, o si ocurre cualquier inesperado accidente o desastre natural, te darás cuenta de que sí corrías riesgos, aunque no quisieras saberlo.

La gente que se enfrenta a los riesgos de la vida es más interesante. Siente más, se detiene para emocionarse ante los pequeños placeres y se vuelve fuerte ante las grandes pérdidas. Sencillamente está más viva. Se le nota en la piel, en los ojos, en el andar. Irradian ganas de vivir.

Si fuimos nómadas en nuestros orígenes, teóricamente podríamos volver a serlo, haciendo del riesgo nuestra única morada. Irónicamente, es probable que fuésemos más felices que ahora, encerrados infantilmente en la seguridad de nuestra civilizada casita, con la blackberry y la Wii.

Al escuchar las declaraciones de unos y otros alrededor de los problemas de nuestro mercado laboral, a veces me parece que en este país todo el mundo quiere ser empleado de otro.