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La violencia empaña el recuerdo de la revolución egipcia
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NUEVOS ENFRENTAMIENTOS EN EL SEGUNDO ANIVERSARIO DE LAS REVUELTAS

La violencia empaña el recuerdo de la revolución egipcia

Las banderas desplegadas por las autoridades en los edificios oficiales parecían decorar el escenario de un vodevil. El Gobierno se felicitaba por el resultado de la

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La violencia empaña el recuerdo de la revolución egipcia

Las banderas desplegadas por las autoridades en los edificios oficiales parecían decorar el escenario de un vodevil. El Gobierno se felicitaba por el resultado de la revolución egipcia, mientras decenas de miles de personas volvían a protagonizar una moción de censura contra los islamistas. La plaza Tahrir volvió a recuperar el esplendor de las grandes manifestaciones, aunque en una de sus calles aledañas decenas de manifestantes recurrían de nuevo a la violencia para mostrar su descontento.

Los enfrentamientos seguían el mismo registro de los últimos meses. Lluvia de piedras y cócteles molotov respondida con gases lacrimógenos. Aunque con el paso de las horas los incidentes violentos se fueron reproduciendo no sólo en El Cairo, sino también en otras grandes ciudades como Alejandría o Suez. Fuentes del Ministerio de Sanidad señalan que hay, al menos, 22 muertos -entre ellos dos policías- y varios centenares de heridos, entre los que se encuentra un estudiante español que recibió una pedrada en un ojo, según el Ministerio español de Asuntos Exteriores.

A la vanguardia de las reivindicaciones se ubicaban los sectores más violentos, entre los que se encuentran los ultras de los equipos de fútbol y un grupúsculo de nuevo cuño denominado Black bloc, que amenaza con emplear la violencia contra los islamistas. Se desconoce su procedencia o si realmente representan una amenaza real, pero su irrupción en escena coincidía con altercados más serios. Primero con un intento de asalto a la sede de la presidencia y después con distintos incendios y cortes de carretera, que sumían al país en el caos. 

Por la plaza Tahrir desfilaban decenas de adolescentes con pasamontañas negros y estética anarquista, supuestamente integrados en esta suerte de milicia. Y junto a ellos, paradójicamente, decenas de miles de personas completamente al margen de la violencia. Fatma, una ama de casa, aseguraba que había acudido a la plaza para “condenar la revolución de los Hermanos Musulmanes y del presidente Morsi”. Según ella, no sólo nada había cambiado en estos dos años, sino que “la situación del país y la economía van a peor”.

Un país hastiado

De forma más folclórica, Mahmud había llegado desde la localidad de Fayum, a unos 100 kilómetros de El Cairo, para recitar una poesía en la que le pedía al Gobierno que mejore la situación de la agricultura que alimenta a esta región y a gran parte del país. La inquina hacia los Hermanos Musulmanes no se reflejaba sólo en su forma de ejercer el poder, sino en la escasa mejora de las condiciones de vida de millones de egipcios.

Las demandas que se escuchaban en Tahrir eran las mismas que hace dos años: “Pan, justicia y libertad”. Las pancartas también pedían como entonces la caída del Gobierno. Fathi, un harapiento señor que superaba la cincuentena sostenía una de ellas. “Hicimos una revolución para tener una vida digna y no hemos conseguido ni uno sólo de esos objetivos”, señalaba.

La economía se encuentra en un estado cada vez más frágil, debido a la depreciación de la moneda local y a la consiguiente escalada del precio de los productos importados. El Gobierno negocia un préstamo con el FMI que otorgue estabilidad al país, aunque asegura que la situación no es crítica. En la víspera de este aniversario, Mohamed Morsi reconocía en un discurso que “no se han cumplido todos los objetivos de la revolución”, aunque pedía a los egipcios paciencia y que no llevaran sus protestas a un escenario violento.

La crisis política nunca ha terminado de cerrarse. La inestabilidad ha marcado tanto a las altas instituciones del Estado como a sus decisiones, nunca previsibles y siempre reversibles en el último momento. Y esto degenera en una situación explosiva de difícil vuelta atrás y que el Gobierno se ve incapaz de manejar. Ayer los islamistas decidían quedarse en su casa para no empeorar más las cosas. El orgullo por la revolución egipcia se atisbaba sólo con cuentagotas y el rumor del himno nacional sólo significaba un tenue murmullo en las gargantas de miles de manifestantes.  

Las banderas desplegadas por las autoridades en los edificios oficiales parecían decorar el escenario de un vodevil. El Gobierno se felicitaba por el resultado de la revolución egipcia, mientras decenas de miles de personas volvían a protagonizar una moción de censura contra los islamistas. La plaza Tahrir volvió a recuperar el esplendor de las grandes manifestaciones, aunque en una de sus calles aledañas decenas de manifestantes recurrían de nuevo a la violencia para mostrar su descontento.