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Los fantasmas de la primavera árabe persiguen a Al Assad
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EL LÍDER PODRÍA SER EL PERO DICTADOR DERROCADO

Los fantasmas de la primavera árabe persiguen a Al Assad

El fantasma de Bashar al Assad vaga por las calles de Damasco sin saber muy bien a dónde va. El atentado contra la cúpula de seguridad

Foto: Los fantasmas de la primavera árabe persiguen a Al Assad
Los fantasmas de la primavera árabe persiguen a Al Assad

El fantasma de Bashar al Assad vaga por las calles de Damasco sin saber muy bien a dónde va. El atentado contra la cúpula de seguridad ha dejado malherido al régimen, que trata de recuperarse a base de espasmos. El Ejército ha lanzado una dura contraofensiva contra la oposición en la capital y en distintos puntos del país, mientras el presidente sirio se mantiene en un enigmático segundo plano.

Las rumores saltaron poco después de producirse el golpe de la insurgencia. Desde la oposición afirmaban que Al Assad se encontraba refugiado en las montañas de Latakia, al oeste del país, de donde es oriunda la familia del presidente y donde hay una mayor concentración de su clan de los alauíes. El día más duro para la estabilidad de su Gobierno, el dirigente sirio dejó que fuera el recién nombrado ministro de Defensa quien diera la cara. Al día siguiente, se vio obligado a fotografiarse junto a él para demostrar que permanecía en la capital siria.

Poco más se ha vuelto a saber de su paradero y ahora las especulaciones apuntan a su esposa, Asma al Assad, que podría haberse marchado a Rusia. Tampoco el presidente asistió al entierro de los oficiales fallecidos, quizá por razones de seguridad o –siguiendo con las elucubraciones- porque podría estar preparando las maletas.

Tampoco tendrá demasiados destinos donde escoger. El resto de países árabes, de mayoría suní, esperan ansiosos la cabeza de Al Assad. Sólo Rusia, China e Irán lo apoyan públicamente. En el vecino Líbano, las milicias de Hezbolá, con gran influencia a lo largo del país, también podrían prestarle su apoyo. Aunque el movimiento chií está lejos de ser aquel grupo clandestino abigarrado en las montañas y su presencia en las altas instituciones dificulta que pueda esconder en su territorio a un aliado tan incómodo.

Reino Unido, uno de los países partidarios de la intervención armada en Siria, tampoco volverá a acoger al matrimonio Al Assad, pese a que ambos estudiaron durante años en Londres. Mientras que Estados Unidos hace meses que dejó caer al régimen, como ya hizo con el resto de Gobiernos asaltados por las llamadas revoluciones árabes.

En una difícil disyuntiva

El tunecino Zine El Abidine Ben Alí fue el primero en sufrir los rigores de la primavera y el que menos tardó en abandonar el barco. Pocas semanas después de comenzar las protestas, el dictador huyó en avión junto a su mujer, rumbo a Arabia Saudí, donde se mantiene exiliado. Durante este tiempo se le han ido acumulando las condenas. La última de ellas, esta misma semana, cuando un tribunal tunecino lo sentenció en ausencia a cadena perpetua.

Tampoco soportó mucho más el dictador egipcio Hosni Mubarak, que cedió el poder 18 días después de comenzar la revolución. El rais juró, sin embargo, que moriría en su tierra e intentó pasar sus últimos días en un lujoso complejo turístico del Mar Rojo. Finalmente, la Justicia lo reclamó y ahora consume su delicada salud en una prisión común de la capital egipcia, mientras el resto de su aparato continúa al frente del Estado, pese a la victoria de los islamistas en las elecciones presidenciales.

El transcurrir de las revueltas se fue tornando cada vez más violento y el episodio más sangriento hasta ahora lo protagonizó Libia. El coronel Muamar el Gadafi murió en combate, como había prometido, tras una cruenta guerra civil. Los bombardeos de la OTAN, que algunos reclaman ahora para Siria, fueron determinantes para que las milicias insurgentes llegaran a Trípoli y se hicieran con el poder.

Damasco, la siguiente ficha del dominó

Todas las miradas apuntan a Damasco como la siguiente ficha del dominó. Pero ni en Siria reina una hegemonía confesional como en Túnez o Egipto, ni el oftalmólogo que regresó a la carrera de Londres para convertirse en presidente comparte la esquizofrenia guerrillera del malogrado dictador libio.

El hipotético carácter gélido de Bashar al Assad, sin embargo, saltó por los aires con la represión de las protestas que han dejado más de 17.000 muertos desde marzo del año pasado, según las cifras de la oposición. El tercero de los cinco hermanos de la familia gobernante, se reveló como un líder tan sanguinario como su padre, Hafez al Assad, que provocó la muerte de unas 20.000 personas, al reprimir en 1982 una revuelta suní en la ciudad occidental de Hama.

Es la última carta sobre la mesa para Al Assad, que significa en árabe “león”. Pero el levantamiento en Siria entró hace meses en una guerra sin vuelta atrás. El frágil equilibrio de poder se ha despedazado y aunque la represión continúe, el país está en una situación ingobernable. El enfrentamiento abierto entre confesiones anuncia futuras venganzas. Tampoco el presidente mantendrá un aparato que lo sustente en caso de desmoronamiento definitivo. Al Assad tendrá que elegir entre la histeria macabra de una guerra sin fin o buscar un retiro bien lejos.

  

El fantasma de Bashar al Assad vaga por las calles de Damasco sin saber muy bien a dónde va. El atentado contra la cúpula de seguridad ha dejado malherido al régimen, que trata de recuperarse a base de espasmos. El Ejército ha lanzado una dura contraofensiva contra la oposición en la capital y en distintos puntos del país, mientras el presidente sirio se mantiene en un enigmático segundo plano.