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El 'triunfo' de la ultraderecha sonriente
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MARINE LE PEN Y EL FRENTE NACIONAL, A LAS PUERTAS DE LA ASAMBLEA NACIONAL FRANCESA

El 'triunfo' de la ultraderecha sonriente

Su gesto más característico es la sonrisa, que regala con generosidad en entrevistas, mítines y debates. También es su arma más poderosa, quizás porque es el

Foto: El 'triunfo' de la ultraderecha sonriente
El 'triunfo' de la ultraderecha sonriente

Su gesto más característico es la sonrisa, que regala con generosidad en entrevistas, mítines y debates. También es su arma más poderosa, quizás porque es el atributo –biológico e ideológico– en que menos se parece a su padre. Lo practica con decisión y lo intercala de oreja a oreja incluso en sus más vehementes discursos, en los que habla de cerrar fronteras, deportar personas y hacer la guerra al Islam. Marine Le Pen, la hija pequeña del ultraderechista Jean Marie Le Pen y su heredera política, preside el Frente Nacional francés desde 2011 y ha mejorado en un año los resultados que su padre cosechó en casi cuarenta. Y lo ha hecho, según sus biógrafos, a golpe de carisma.

Gane o no, ya ha ganado. Su formación política "de derecha moderada", según su propia definición, fue tercera en resultados en las pasadas presidenciales francesas y concurre a la segunda vuelta de las legislativas, que se celebra este domingo, tras haber superado en las primeras el umbral legal en decenas de circunscripciones. Muchos analistas creen que esta mujer aún joven, notablemente atractiva y doblemente divorciada conseguirá volver a sentar a la ultraderecha en la Asamblea Nacional francesa, después de haber conseguido que Frente Nacional sea de facto la tercera fuerza política gala. Esta vez no será por un cambio en los resortes del sistema electoral, como le ocurrió a su padre en 1986. Si ella llega, será porque los franceses habrán querido que esté en la Cámara.

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Consagrada al Frente Nacional

Marine, nacida Marion Anne en 1968, confiesa que todos sus recuerdos lo son indisolublemente unidos al Frente Nacional, que su padre fundó antes de que ella cumpliera los cuatro años. Cuando tenía ocho, en 1974, alguien puso una bomba en el edificio en el que vivía su familia, en el distrito XV de París, y lo hundió hasta los cimientos, aunque sin víctimas mortales. Fue el día, explica ella en su autobiografía, en el que comprendió que había gente que odiaba a su padre. También fue el momento en que Marine, tan inclinada a hacer mitología de sí misma, sitúa el inicio de su compromiso político.

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Su primera campaña se remonta a marzo de 1983, cuando apenas contaba 14 años y acompañaba a su padre en los mítines, y se iniciaría joven tanto en la política como en los escándalos que le son parejos. En 1987, y coincidiendo con un pico en la curva de su propio radicalismo, Jean-Marie Le Pen llamó públicamente a que la mujer regresase al hogar a ocuparse de las tareas domésticas. Su ya exmujer y madre de Marine, Pierrette Lalanne, contraatacó apareciendo semidesnuda en Playboy, limpiando en paños menores una casa que era, figuradamente, el hogar Le Pen. Marine, que tenía entonces 19 años, evita sistemáticamente referirse a este episodio, aunque sus biógrafos aseguran que nunca le ha perdonado a su madre que airease de esa forma las miserias familiares.

La política siempre estuvo entre las ambiciones de Marine, que se licenció en derecho en la Sorbona y fue presidenta de honor, con tan sólo 23 años, del Círculo Nacional de Estudiantes de París, cercano al Frente Nacional. Sólo en su primer matrimonio –con Frank Chauffroy, empresario– se distanció en lo personal de un Frente al que volvería en sus segundas nupcias –con Éric Lorio, antiguo secretario nacional de la fuerza política– y con su actual pareja –Louis Aliot, vicepresidente de la formación y su secretario general del 2005 a 2010–. 

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Su devoción al partido es incondicional y el aspecto que más valoran los militantes, según una reciente encuesta. Goza de una popularidad en constante aumento y el convenio sobre su idoneidad es poco menos que unánime desde que en 2011, el 67% de los militantes de su partido la eligieran presidenta de la formación, relevando a su padre y venciendo al candidato de la opción dura, Bruno Gollnisch.

Desde entonces, Marine Le Pen no solo arenga un ejército –el de la ultraderecha que se autoproclama "moderada” pero “indignada"– que crece de forma lenta pero sostenida: también dispone del carisma imprescindible en un ecosistema político, el francés, marcadamente personalista. Incluso la marca electoral con la que el Frente Nacional ha jugado a refundarse para estas legislativas, la Rassemblement Bleu MarineAgrupación Azul Marino–, habla de un azul marine que es el de la bandera nacional, pero también el nombre de pila de su candidata.

Excluida de la Asamblea

Es así como se siente Le Pen, cuyo antiguo grupo parlamentario –entonces dirigido por su padre– dejó de serlo no porque tuviera menos votos, sino por un cambio legislativo. "Sería un éxito volver a la Asamblea Nacional, de la que hemos estado excluidos 25 años", afirmaba la líder hace unas semanas.

En las elecciones legislativas de 1986 el sistema electoral francés pasó a ser proporcional y el Frente Nacional obtuvo un 9,8% de los votos, lo que le permitió ocupar 35 escaños en la Asamblea y tener grupo propio. Fue el primer éxito histórico del Frente Nacional y el primero de los sustos que ha dado a Francia, donde jamás la extrema derecha había cosechado un resultado tan espectacular.

Sin embargo, muchos políticos y ciudadanos franceses se mostraron entonces contrarios al cambio en la mecánica electoral, entendiendo que venía motivado por los intereses partidistas del entonces presidente de la República, el socialista François Mitterrand, y que además había llevado a la ultraderecha de Le Pen a la Asamblea. En las siguientes elecciones, las de 1988,  la República volvió a su sistema electoral tradicional –el mayoritario a dos vueltas– y la formación de ultraderecha consiguió el mismo porcentaje de sufragios, pero sólo obtuvo un escaño. Desde entonces, su dirigente Jean-Marie Le Pen y después su hija, Marine Le Pen, se consideran víctimas de un boicot institucional y desahuciados de un espacio en la Cámara que consideran propio por derecho.

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Y para recuperarlo, la hija apuesta por cortejar a unas mayorías a las que el padre sólo consiguió asustar hablándoles, para conquistarlas, en el universal idioma de los gestos. El mismo mes en que accedió a la presidencia del partido, Marine expulsó de la formación a Alexandre Gabriac, un destacado militante y cargo al que los medios habían sorprendido en plena ejecución del saludo nacionalsocialista. El Frente Nacional, alegó su presidenta, "no admite en su seno este tipo de comportamientos inadmisibles que recogen una ideología repugnante". 

Ha sido una de las declaraciones más específicas que jamás se le han arrancado a Marine, dotada como su padre para una retórica de tono épico abundante en proclamas y escasa, hasta hoy, en políticas concretas. Entre algunas de las grandes medidas Le Pen propone en su hipotético gobierno están la salida de Francia del euro y la OTAN, la creación de una controvertida condición de ciudadano francés –que incluiría una cartera de puntos–, la restauración de la pena de muerte y la expulsión de inmigrantes ilegales. Se opone parcialmente al aborto y rotundamente al matrimonio homosexual, pero se cuida de no comparar a sus contrayentes con enfermos de VIH y estos, a su vez, con leprosos. Es un error que ya cometió su padre, y Marine no es mujer que tropieza dos veces con la misma piedra.

La sucesora de la sucesora

La de Le Pen es una marca a prueba de bombas, tanto literal como metafóricamente, y un capital al que cada vez más franceses confían su voto de forma incondicional. El pasado mes, el patriarca de 83 años presentaba en sociedad a la última de las Le Pen en meterse en política: Marion Marechal-Le Pen, de 22 años. "Está titulada en Derecho, es valiente, inteligente, guapa y llena de cualidades. Viene de familia", afirmó el anciano con orgullo. 

La elección de Carpentras, la circunscripción por la que concurrirá la nieta del histórico líder –y sobrina de Marine–, no es casualidad. Allí fue "donde el Frente Nacional fue insultado y acusado falsamente por una conspiración política de izquierdas", denunciaba hace un mes escaso el octogenario líder –ya sólo espiritual– de la extrema derecha francesa. "El Frente Nacional quiere vengar lo que ocurrió en Carpentras con esta joven chica que es un símbolo de su generación".

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En 1990, unos miembros recientemente disgregados del Frente Nacional fueron procesados por haber profanado tumbas judías en el cementerio de esta localidad cercana a Marsella. En las semanas previas a la cita electoral muchos analistas predijeron el descalabro de la formación en esta circunscripción porque recordar los macabros hechos, adujeron, en nada ayuda al discurso conciliador que practica Marine Le Pen, clave de su éxito.

El simbólico tiro, no obstante, no parece haberle reventado a los Le Pen por la culata. En la primera vuelta, Marion Marechal-Le Pen se llevaba el 34,6% de los votos y se imponía a sus rivales conservadores –30% de los votos– y socialistas –22% de los votos–. Todos los sondeos auguran que este domingo sumará un escaño más para el Frente Nacional. 

Su gesto más característico es la sonrisa, que regala con generosidad en entrevistas, mítines y debates. También es su arma más poderosa, quizás porque es el atributo –biológico e ideológico– en que menos se parece a su padre. Lo practica con decisión y lo intercala de oreja a oreja incluso en sus más vehementes discursos, en los que habla de cerrar fronteras, deportar personas y hacer la guerra al Islam. Marine Le Pen, la hija pequeña del ultraderechista Jean Marie Le Pen y su heredera política, preside el Frente Nacional francés desde 2011 y ha mejorado en un año los resultados que su padre cosechó en casi cuarenta. Y lo ha hecho, según sus biógrafos, a golpe de carisma.