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La cadena perpetua de Mubarak no es suficiente para un Egipto con sed de venganza
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ABSUELVEN AL DICTADOR Y A SUS HIJOS DE LOS DELITOS DE CORRUPCIÓN

La cadena perpetua de Mubarak no es suficiente para un Egipto con sed de venganza

La horca que desde hace semanas preside la plaza Tahrir era sólo una entelequia que pendía sobre la cabeza de Hosni Mubarak. El dictador fue condenado

Foto: La cadena perpetua de Mubarak no es suficiente para un Egipto con sed de venganza
La cadena perpetua de Mubarak no es suficiente para un Egipto con sed de venganza

La horca que desde hace semanas preside la plaza Tahrir era sólo una entelequia que pendía sobre la cabeza de Hosni Mubarak. El dictador fue condenado a cadena perpetua, una pena más grave de la esperada, pero insuficiente para un sector de la población que clama justicia por los crímenes cometidos durante tres décadas. Mientras que Mubarak y su ministro del Interior pasarán sus días entre rejas por la matanza de cientos de civiles durante la revolución, los mandos intermedios del departamento fueron absueltos por las mismas causas. Las corruptelas que el propio tirano y sus hijos mantenían con una red cercana de empresarios también quedaron impunes. La cárcel se queda muy pequeña para quienes habían soñado que con la pena capital, como reclamaba la Fiscalía.

“No se trata de pedir una pena más o menos dura, sino de que haya justicia”, aseguraba Karim Abdel Ali, un joven que había acudido a la simbólica plaza Tahrir, como fueron haciendo otros tantos miles conforme fue avanzando la tarde. Mientras en otras ciudades egipcias la gente inundaba las calles, el ágora cairota volvía a convertirse en el corazón del país. Islamistas, jóvenes revolucionarios, ultras de los equipos de fútbol y varios candidatos presidenciales volvieron a compartir espacio para pedir una vez más el fin del antiguo régimen.

Los más apasionados se habían dado cita a primera hora de la mañana frente a la Academia Policial, que ha acogido el proceso que comenzó hace exactamente diez meses. Como ha sido habitual durante las sesiones, decenas de partidarios y detractores de Mubarak se encontraban separados por un imponente despliegue policial. A la hora señalada, varios de los manifestantes se arremolinaron en torno a un coche, con la radio al máximo volumen. Cuando las ondas emitieron las históricas palabras, comenzó la locura colectiva. Gritos de “Alá es grande”, besos al suelo y fuegos artificiales festejaron que, a sus 84 años, el dictador pasará el resto de sus días a la sombra.

El revuelo posterior no respetó ni la propia sala del juzgado, donde comenzaron a llover golpes y empujones. Sólo unos segundos después, el veredicto absolvía a Ala y Gamal Mubarak, quien estaba considerado el verdadero delfín de su padre, al entender el juez que los delitos de corrupción de los que les acusa han prescrito. “Cómo es posible que los hijos de Mubarak no sean declarados culpables y cómo es posible que los mandos de Interior, quienes debían ejecutar las órdenes, no sean tan culpables como los que las emitían”, señalaba a este periódico Farid Fakry, uno de los abogados de las familias de las víctimas de la revolución.

Los vástagos del dictador todavía no han terminado su periplo por los banquillos. Aún tendrán que ser juzgados por presuntos delitos de blanqueo de capitales. Pero la corrupción rampante que incendió las calles en enero del año pasado ha esquivado una esperada prueba. La fortuna de la familia Mubarak está repartida en bancos de diferentes países. Incluso uno de sus colaboradores más cercanos, Husein Salem, absuelto también de los cargos de corrupción, se encuentra en España pendiente de extradición. El tirano pagará sus desmanes con la cárcel, pero la gran pregunta es quién pagará la factura de 30 años de negocios turbios.

La enfermedad del dictador

Con chaqueta y sin el pijama que ha mostrado en otras ocasiones, el rais se mostró impasible tras las rejas durante la lectura del veredicto que lo enviaba a prisión. La Fiscalía decidió nada más concluir la vista que Hosni Mubarak debía abandonar el Hospital Militar en el que ha permanecido los últimos meses para ingresar de forma inmediata en una prisión común. La televisión oficial informó entonces de que el ex presidente se había resentido de los graves problemas de salud, que ya venía acusando desde hace meses. 

Los Hermanos Musulmanes consideraron el proceso toda una “farsa”, por lo que intentaron colocarse al frente de las protestas. Incluso el candidato a la presidencia, el poco carismático y menos amigo de las multitudes, Mohamed Morsi, se sumó a las manifestaciones de Tahrir. Su rival en la segunda vuelta, el último primer ministro nombrado por Mubarak, Ahmed Shafiq, fue el único de los candidatos que se presentaron a suceder al faraón que aceptaron la sentencia.

“Shafiq representa lo más oscuro de aquel régimen contra el que llevamos tanto tiempo luchando”, declaraba Dina Basiuni, otra de las manifestantes. El resultado del juicio era tan esperado por su carácter histórico como por la influencia que puede tener en la elección del primer presidente democrático tras Mubarak. Un hipotético indulto podría haber estrechado el cerco contra Shafiq de un sector más amplio de la población, sediento de venganza. La pena de muerte habría sido demasiado castigo de unas autoridades judiciales donde todavía pesan las antiguas amistades.   

El veredicto contra el ex presidente fue quizá más lejos de lo previsto, pero, en cualquier caso, se trata de una solución intermedia. Shafiq se apresuró a desmentir que indultaría al ex dictador si alcanzara la presidencia, como se rumorea en algunos corrillos. A última hora de la noche una multitud todavía clamaba que el antiguo régimen sigue presente, pese a la condena de Mubarak. La elección dentro de dos semanas entre el candidato islamista y el último hombre fuerte de la dictadura ayudará a despejar la conjetura.

La horca que desde hace semanas preside la plaza Tahrir era sólo una entelequia que pendía sobre la cabeza de Hosni Mubarak. El dictador fue condenado a cadena perpetua, una pena más grave de la esperada, pero insuficiente para un sector de la población que clama justicia por los crímenes cometidos durante tres décadas. Mientras que Mubarak y su ministro del Interior pasarán sus días entre rejas por la matanza de cientos de civiles durante la revolución, los mandos intermedios del departamento fueron absueltos por las mismas causas. Las corruptelas que el propio tirano y sus hijos mantenían con una red cercana de empresarios también quedaron impunes. La cárcel se queda muy pequeña para quienes habían soñado que con la pena capital, como reclamaba la Fiscalía.