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Votar entre la espada y el fusil
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LOS EGIPCIOS ELIGEN EN UNAS HISTÓRICAS ELECCIONES ENTRE ISLAMISTAS Y MIEMBROS DEL ANTIGUO RÉGIMEN

Votar entre la espada y el fusil

A unos metros, el Ministerio de Defensa. En la

Foto: Votar entre la espada y el fusil
Votar entre la espada y el fusil

A unos metros, el Ministerio de Defensa. En la perpendicular se atisba la catedral cristiana más importante de El Cairo. El rostro del último primer ministro nombrado por Hosni Mubarak, Ahmed Shafiq, se repite constantemente en cada uno de los carteles que abundan en las calles. Para la mayoría, es la misma cara que la del depuesto dictador. Para otros, es sencillamente lo que desean, poco más de un año después de acabar con décadas poder absoluto designado en burdas pantomimas electorales.

Los militares custodian el colegio electoral, exclusivo para hombres, donde una larga cola espera bajo un sol de justicia para elegir por primera vez de forma verdaderamente democrática al presidente de su país. La interminable lista con el censo ya no es un problema, porque la mayoría de ellos ha consultado el número de mesa por Internet. En unos pocos meses los egipcios se han acostumbrado a la democracia. Aunque según Tarek Ali, un delegado de la campaña de Shafiq, “todavía queda mucho por aprender”.

“No queremos más dictaduras, pero sí un Gobierno fuerte. Egipto no se puede reconstruir de la noche a la mañana”, asegura este hombre cincuentón, desde el asiento en el que vigila las urnas. “Llevamos meses a la deriva, no hay estabilidad, ni seguridad en las calles, hace falta un presidente con mano de hierro”, añade.

“Shafiq, Shafiq”, repiten varias personas en la cola. “Nuestro Ejército es lo más grande que tenemos, son quienes nos han defendido de nuestros enemigos durante muchos años. Ahora no podemos desprendernos de ellos”, insiste Adel Sherafi. Hace unos meses esta misma avenida acogió el último de los muchos episodios violentos que han desangrado la transición democrática egipcia. Una manifestación de islamistas frente a las dependencias de los generales acabó con la muerte de cerca de una veintena de personas. Aunque los responsables no fueron los tranquilos barbudos, sino agitadores infiltrados que decidieron defender el agravio a los uniformados disolviendo la protesta con cuchillos y armas de fuego.

Jóvenes soldados imberbes a los mandos de un fusil recuerdan frente a los centros de votación que los militares aún tutelan el proceso democrático. El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas se autocalificó esta semana como el “defensor de la revolución”, aunque reiteró que cederá el poder en las fechas previstas y no intervendrá en las votaciones. La relación con el Ejército se ha convertido en uno de los grandes tabúes de la campaña electoral egipcia.

“No es el momento de hablar de esa tema”, ha reiterado el ex secretario general de la Liga Árabe y ministro de Exteriores en el antiguo régimen, Amro Musa, cada vez que le han preguntado al respecto, en diferentes reuniones con la prensa en las últimas semanas. “Musa es civil, es un hombre de un gran prestigio y una gran experiencia, pero además tendrá buenas relaciones con los militares”, asegura Abu Ahmad, mientras espera su turno para otorgar el voto a este candidato. “No me gustan Musa ni Shafiq porque están muy vinculados al antiguo régimen, pero hay que frenar a los islamistas, que tratan de aglutinar todo el poder e imponernos su visión de la religión”, recalca a su lado un joven cristiano copto, representante de la minoría religiosa más mayoritaria de Egipto.

La opción islamista

Tampoco los islamistas han afilado sus uñas contra la Junta Militar durante las últimas semanas. Tras su incuestionable victoria en las elecciones parlamentarias, los Hermanos Musulmanes han mantenido un tira y afloja con los mandos marciales, que se ha relajado por completo en las últimas semanas. Los dos candidatos islámicos más fuertes han tratado de robarle votos al contrario apelando a una mayor aplicación la ley islámica y a un proyecto de regeneración del país, que acabe con una corrupción rampante en las grandes esferas del poder.

Los carteles de la marca política de la Hermandad que adornan las calles no reflejan las espadas sobre el Corán, el tradicional símbolo sobre el que se ha sustentado la octogenario cofradía, sino el rostro amable de un candidato de barbas recortadas sobre colores de reminiscencias nacionalistas. En el popular barrio de Rod el Farag la publicidad electoral de los Hermanos gana por mayoría absoluta.

Frente una de esas grandes pancartas pervive el recuerdo de Naguib Mahfuz, el Nobel de las letras árabes que sufrió un intento de asesinato por islamistas radicales. En el colegio que lleva su nombre prácticamente hay consenso en torno a los candidatos islamistas, representantes de una corriente política muy alejada de esas posturas violentas. Mohamed Mustafa y su amigo Mohamed Hasan han dado su voto a los Hermanos Musulmanes, más que por el candidato que presentan, “por su programa”.

“Sus propuestas económicas son muy buenas y además son los verdaderos defensores de un Estado islámico fuerte”, asegura uno de ellos. Otro joven que escucha la conversación, entra en escena. Según él, “quien defiende de verdad los valores del islam es Abul Futuh”, un antiguo dirigente expulsado de la organización por sus posturas rebeldes con la jerarquía más inmovilista. “Los Hermanos ya se hicieron con la mayoría en el Parlamento, dijeron que no iban a asumir todo el poder y ahora quieren ocupar todos los elementos clave del Estado”, insiste el muchacho, bajo la mirada de un militar que ha dejado su puesto de vigilancia para supervisar el debate político y asentir ante las palabras de este último.