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¿Sirvió para algo ‘ocupar’ la Catedral de San Pablo?
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LA OCUPACIÓN DE LOS ‘INDIGADOS’ LLEGÓ A DIVIDIR A LA IGLESIA ANGLICANA

¿Sirvió para algo ‘ocupar’ la Catedral de San Pablo?

New Change. La calle que está justo detrás de la catedral de San Pablo se llama New Change. Podría pasar por un elaborado plan de marketing,

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¿Sirvió para algo ‘ocupar’ la Catedral de San Pablo?

New Change. La calle que está justo detrás de la catedral de San Pablo se llama New Change. Podría pasar por un elaborado plan de marketing, pero no lo es. Cuando los primeros indignados comenzaron a montar sus tiendas para pedir precisamente eso, un “cambio nuevo”, nadie reparó en el nombre de aquella calle estrecha.

Fue con el tiempo cuando James, un joven de 20 años, se percató de que aquello podía ser una señal, un símbolo para ellos. Cuatro meses dan para mucho y entre los paseos que había que hacer cada mañana para estirar las piernas después de las noches frías en un saco, uno ya miraba hasta el último rincón de la plaza que pasó a convertirse en su casa.

Hoy no queda rastro ni de James ni de los miles de acampados que durante 136 días han vivido a los pies del templo en protesta por los excesos del capitalismo. La Policía los desalojó en la madrugada del martes. El 18 de enero, un tribunal dio luz verde para desmantelar el campamento y el 22 de febrero el proceso judicial quedó agotado cuando la corte de apelaciones de Londres rechazó su derecho a recurrir. La pregunta que hoy se hacen muchos es: estos cuatro meses, ¿han cambiado algo?

En un principio, los militantes anticapitalistas londinenses no tenían pensado acampar allí. Cuando el 15 de octubre el movimiento Ocupa Wall Street cruzó el charco y convocó a todos sus camaradas europeos, los británicos tenían en mente la City, símbolo del sistema financiero, pero la Policía se lo impidió y fue entonces cuando descargaron sus tiendas a los pies de San Pablo.

La Iglesia Anglicana, con los ‘indignados’

Su presencia dividió a la Iglesia Anglicana y dos altos miembros del clero llegaron a dimitir. Primero fue el rector, el canon Giles Fraser. El responsable de dar autorización a la acampada dejó su cargo al no estar de acuerdo con forzar judicialmente el final de la protesta. Una semana más tarde, le siguió el mismo deán de la catedral, el reverendo Grea-me Knowles, que al no saber gestionar la situación señaló que su posición era insostenible.

Se temió una auténtica crisis, pero la máxima autoridad, el arzobispo Rowan Williams, tomó cartas sobre el asunto y zanjó la polémica con unas declaraciones que dejaron con la boca abierta a más de uno. “Reina la sensación -justa o no- de que la sociedad está pagando por los errores y la irresponsabilidad de los banqueros, de que los mensajes no llegan, de que volver al modelo de negocio tradicional nos impacienta”, dijo en un comunicado. “Las protestas han atraído a un inesperadamente amplio grupo de gente que ha expresado la creciente y profunda exasperación con el 'establishment' financiero que no da señales de cambio”.

De esta manera, el arzobispo de Canterbury se hacía eco de algunas de las propuestas de los indignados y, sin pelos en la lengua, decía que había llegado el momento de "dejar atrás las aventuras de la economía virtual" y de "invertir en la economía real". Sus palabras no sólo sentaron cátedra, sino que dejaron claro que San Pablo no volverá a cerrar sus puertas.

Cuando las tiendas de campaña empezaron a multiplicarse alrededor del templo, se puso la llave a la puerta, algo que no había pasado desde la II Guerra Mundial. Cundió el pánico y muchos creyentes se acercaron para ver qué ocurría. Entre ellos, Ruth, una mujer de 62 años, que pasó a convertirse en la abuelita de los militantes anticapitalistas. Les llevaba fruta y macetas con flores para que las tiendas fueran “más acogedoras”.

El de Ruth no era un caso aislado. En la pequeña comunidad formada en el corazón de la capital británica se podía ver a pensionistas, familias con hijos, estudiantes e incluso a empleados de la City que durante el descanso para comer se dejaban caer por allí. John, un joven banquero que no me quiso dar su nombre real dijo que tenía que reconocer que “muchos de los errores que ha cometido la banca los está pagando el ciudadano que ahora se tienen que enfrentar a grandes recortes para salir de la crisis”.

La mayoría se paseaban entre las tiendas para curiosear, pero otros estaban verdaderamente implicados con la causa. Unos les llevaban comida, otros mantas y alguno incluso libros para la “biblioteca”. Uno de los títulos que podía leerse era “Islas del Tesoro: Paraísos fiscales y los hombres que robaron al mundo”, del periodista británico Nicholas Shaxson.

Entre los que se acercaba diariamente a leerlo estaba Sam. Su atuendo poco tenía que ver con el resto de sus compañeros. Mientras que la mayoría vestía vaqueros, el joven de 33 años, lucía un elegante traje inglés que acompaña con unos relucientes zapatos marrones de piel. “Visto así porque quiero que nos tomen en serio. Mucha gente piensa que aquí sólo hay parados o estudiantes que vienen a pasar el rato, pero no es cierto. La mayoría trabajamos. Muchos van a la oficina y luego vienen aquí a dormir. Yo por ejemplo tengo mi propio negocio. Sólo me hace falta Internet y aquí lo tengo”, decía la semana pasada, cuando se resistía a acatar la decisión judicial.

Junto a la tienda de Sam estaba la de Tony, un músico que tocaba sus temas para recaudar dinero para la comunidad. A sus pies había dos cartones que especificaban dónde iban a parar las monedas. Uno rezaba: “Para comida para el campamento”. Otro, “para el rescate de Grecia”. Sus canciones se escuchaban hasta el martes cuando uno abandona la catedral por la calle New Change. Estos cuatro meses, ¿han cambiado algo?

New Change. La calle que está justo detrás de la catedral de San Pablo se llama New Change. Podría pasar por un elaborado plan de marketing, pero no lo es. Cuando los primeros indignados comenzaron a montar sus tiendas para pedir precisamente eso, un “cambio nuevo”, nadie reparó en el nombre de aquella calle estrecha.