Los caballos salvajes del oeste de Estados Unidos representan el desafío de mantener el equilibrio entre el medio ambiente y una especie no nativa, a la vez que plantea una oportunidad de colaboración entre las autoridades y la comunidad civil.
"Trabajamos para mantener una población saludable de caballos salvajes en las tierras públicas, a la vez que nos aseguramos que los pastizales en los que viven se mantengan productivos y saludables", explicó a Efe Courtney Whiteman, de la Oficina de Administración de Tierras (BLM, en inglés) de Colorado.
Voluntarios de numerosas organizaciones no lucrativas y grupos cívicos colaboran con BLM, institución que también trabaja con presos de cinco cárceles que cuidan y entrenan a los caballos salvajes.
"Los reclusos alimentan a los animales y proveen extenso entrenamiento a caballos seleccionados como parte del proceso de rehabilitación de esos reclusos", puntualizó Whiteman.
"Beneficia a los presos porque les da una experiencia laboral significativa que pueden usar tras quedar en libertad. Y obviamente beneficia a los animales, porque un caballo o un burro entrenado tiene más posibilidades de ser adoptado", agregó.
Según registros históricos, los caballos salvajes fueron traídos al oeste de EEUU por los primeros exploradores españoles que llegaron a la región a finales del siglo XVI.
Los equinos salvajes actuales son mayormente descendientes de aquellos traídos por los españoles, según demuestran varios análisis genéticos, y descienden también de caballos liberados por sus dueños durante la gran depresión económica en la década de 1930.