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Cándido Iglesias, el gallego que llegó sin un duro y ahora es socio de Ferran Adrià o Messi
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Cándido Iglesias, el gallego que llegó sin un duro y ahora es socio de Ferran Adrià o Messi

Dejó su Lugo natal en plena posguerra y llegó a Barcelona siendo un niño con los bolsillos vacíos. Así pasó de trabajar en los bares a abrir un imperio con los mejores

Foto: Ferran Adrià, Cándido Iglesias y Leo Messi. (EC)
Ferran Adrià, Cándido Iglesias y Leo Messi. (EC)

Cuando en los años cincuenta del pasado siglo Cándido Iglesias salió de su aldea lucense, solo pensaba en una cosa: llegar lo más lejos posible con el dinero que tenía. Y el dinero solo le pagaba el viaje hasta Barcelona, por lo que se apeó en la Estación de Francia de la capital catalana dispuesto a comerse el mundo. Tenía 13 años y el futuro tan negro como la España de la posguerra. Hoy está (casi) jubilado, pero su imperio incluye varios restaurantes en asociación con Ferran Adrià, el mejor cocinero del mundo; y, para colmo, acaba de abrir un gran restaurante en el centro de Barcelona en asociación con Leo Messi, para muchos el mejor futbolista del mundo. De la miseria a la gloria. De la Galicia profunda al Olimpo, lo que significa codearse con los más grandes y tener en sus manos, entre otras cosas, una de las mejores marisquerías de España.

Aquel niño emigrante acabó codeándose al final con lo más granado de la galaxia. Pero su historia es una historia de trabajo, esfuerzos, sudor y lágrimas, recompensada décadas después con un éxito empresarial del que muy pocos pueden alardear. Para colmo, Cándido acaba de ser galardonado con el premio Aegaca, el que concede la Asociación de Empresarios Gallegos en Cataluña, entidad que preside Julio Fernández, propietario de la multinacional Filmax. Un reconocido galardón que pone la guinda a su carrera, que ahora continúan sus tres hijos, Juan Carlos, Pedro y Borja.

El día en que Cándido llegó a Barcelona, buscó una pensión cercana a la estación de tren y se presentó a la dueña: sus padres llegarían dos días más tarde y le pagarían la cama. Así pudo dormir sobre blando. Al día siguiente, salió a caminar por una desconocida gran ciudad pidiendo trabajo en todos los bares que encontraba a su paso. Ser niño no le ayudaba. Por eso, en su segunda noche, se sinceró con la patrona de la pensión: estaba solo en la gran ciudad y buscaba trabajo. La patrona se apiadó del pequeño gallego y puso en marcha sus contactos para buscarle casa y trabajo. “Mi padre siempre nos dijo que le contó la verdad a la dueña de la pensión porque si escapaba de allí, sobre todo porque no tenía dinero para pagarle la cama, estaría escapando toda su vida”, rememora su hijo Juan Carlos. Y así llegó a casa de la propietaria del histórico bar La Plata, detrás de la Capitanía de Barcelona, que le alojó y le dio faena. Y le amadrinó.

Con 13 años, Cándido Iglesias llegó solo a Barcelona. Empezó en casa de la propietaria del histórico bar La Plata, que le alojó y le dio faena. Y le amadrinó

De allí, pasó a otro mítico bar: Casa Orellas, en la calle Avinyó. Sus dueños se jubilaban en 1965 y querían cerrar el local. Cándido, con un socio, les convenció para que le traspasasen el bar. Por esa época, conoció a Pura, que luego sería su esposa. Así pues, cogieron el Casa Orellas, le pusieron vitrinas, lo modernizaron y se convirtió en un referente barcelonés, especialmente a la hora del vermut. Pero su socio le tomó la delantera y un buen día de 1968 se encontró con las persianas bajadas y cerrojos nuevos. “Mi padre se encontró sin nada y abandonado. Estuvo incluso unos días buscando a su socio y suerte que no lo encontró”, recuerda Juan Carlos. La historia de la restauración barcelonesa no hubiese sido la misma.

El croquis en una servilleta

La traumática experiencia le sirvió para poner en marcha otra de sus salidas emprendedoras. Ni corto ni perezoso, se fue a ver a Manuel Rodríguez, propietario de uno de los locales de copas más emblemáticos de la zona alta de Barcelona: el Bacarrá. Sorpresivamente, el empresario le recibió. Cándido le hizo varios croquis en servilletas sobre cómo sacar mayor rentabilidad a su negocio: se trataba de poner dos barras en el salón y ganar espacios. Salió de allí convencido de que sus ideas habían caído en saco roto. Pero no: Rodríguez le llamó de allí a unos días y le hizo dibujar con tiza los cambios propuestos en el propio local. A las dos horas, era el nuevo director del Bacarrá. Y su nuevo patrón le regaló encima un coche. Una historia paralela a la de su ahora nuevo socio, Leo Messi, cuyo primer contrato con el Barça se firmó en la servilleta de un bar. Casualidades de la historia. En 1970, Rodríguez abrió La Regleta, la primera macrodiscoteca barcelonesa, con capacidad para más de 3.000 personas, y Cándido simultaneó los cargos de director de los dos locales. En 1974, volvió al gremio de la restauración con el restaurante Panduriño, otro de los bares de comida míticos de la capital catalana, ubicado en la calle Floridablanca.

Pero no fue hasta la década de los ochenta cuando cogió las riendas de su propio destino: tuvo la oportunidad, en 1986, de comprar el local donde se ubica el que sería su buque insignia: la marisquería Rías de Galicia. Y para ello, se fue a La Caixa a pedir un préstamo para pagar el local. Se lo concedieron. “Era una época en que se tenían en cuenta los valores y principios. Además, los directores de sucursal tenían mucho más poder que ahora y no hubo problemas para obtener el préstamo”, explica Juan Carlos Iglesias. Y ahí ya comenzó a engordar el mito Iglesias.

En 2011 dio una gran fiesta de altura a los clientes que le habían acompañado durante 25 años. Nadie lo sabía, pero era también la fiesta de despedida

71 kilos de caviar como regalo

En 2011, en el 25º aniversario de las Rías, sus hijos le convencieron para dar una gran fiesta a los clientes que les habían acompañado durante dos décadas y media. Era una fiesta de altura. Nadie lo sabía, pero era también la fiesta de despedida. Cándido se despedía a lo grande sin que nadie lo supiese. Incluso los discursos eran más un acto de gratitud a los clientes por los años vividos que una oferta de futuro. La familia llegó a comprar 71 kilos de caviar para despedirse. Era el último acto de un emprendedor antes de renunciar a su vida profesional, el agradecido adiós a quienes le habían ayudado.

“Esa era una época muy dura. Estábamos en plena crisis económica y el bajón se notaba especialmente en la restauración. Pero ocurrió una cosa maravillosa: a partir del día siguiente de la fiesta de aniversario, el restaurante comenzó a llenarse todos los días, por lo que nos replanteamos el cierre. De hecho, los últimos años, entre 2007 y 2012, vivíamos de los ahorros que teníamos, porque no había beneficios. Pero él no quiso nunca tocar el sueldo de los empleados”, subraya Juan Carlos. Y eso que por el negocio pasaba lo más granado de la política, la economía y la farándula catalana y española e incluso internacional, como Sting, Robert de Niro o Ron Wood, por poner algunos ejemplos. Pero para entonces, también había ido adquiriendo hasta tres locales adyacentes a la marisquería, que conformaron lo que sería A Cañota, un restaurante de tapas luego profusamente imitado.

Sociedad con los Adrià y los Messi

A partir de ahí, cuajaron los proyectos con los hermanos Adrià. Así, de estar prácticamente en bancarrota, la familia pasó a abrir los restaurantes A Cañota, Tickets, Pakta, Bodega 1900, Niño Viejo y Hoja Santa, Bobo Pulpín, Roma 2009 (el espacio gastronómico del Nou Camp), Bellavista y Enigma. En cinco de ellos (Tickets, Pakta, Bodega 1900, Niño Viejo y Hoja Santa y Enigma), son socios al 50% con los hermanos Adrià. En el Bellavista, tienen como socios a los hermanos Messi. ¿Y cómo llegaron ahí? “Eran clientes nuestros. Cuando nos asociamos con Adrià, vimos un local cercano y se lo planteamos. Nos dijeron que sí y en 2011 abrimos negocio, cuando ellos ya habían anunciado que cerraban El Bulli. Comenzamos con un proyecto muy personal de Albert Adrià. Nosotros, hasta ese momento, no trabajábamos con un nivel tan alto de exigencia, pero nos adaptamos. Todos los locales tienen una personalidad propia. Siempre son diferentes. Lo que hacemos ahora son desviaciones de conceptos que ya tenemos”. Adrià, entonces en la cúspide mundial, desechó cientos de ofertas y se decantó por el valor intangible de los emprendedores gallegos. Genio y visionario.

"Mi padre nos dejó hacer. Si nos hubiera apartado, ninguno estaríamos trabajando en el negocio familiar. Está al margen, pero vigilante en todo momento"

“Los Messi también eran clientes nuestros y nos salió la oportunidad de incorporarlos como socios al proyecto que teníamos con el Bellavista”, dice Juan Carlos Iglesias. Y no es pequeño ese proyecto con los argentinos: un restaurante de 1.000 metros cuadrados más otros 1.000 metros cuadrados de terraza interior. Las dos asociaciones y su pujanza personal son un 'hat-trick' empresarial único incluso en la innovadora restauración barcelonesa.

Local en Madrid y Sitges

La familia tiene en cartera abrir local en Madrid en 2017 y en Sitges, aunque ahora la prioridad es consolidar el impresionante crecimiento de los últimos cinco años. ¿Un crecimiento demasiado desbocado? Depende. “A veces, el crecimiento es obligado, porque a la que creces un poco, has de contratar a buenos directivos y con un determinado tipo de perfil, lo que te obliga a abrir nuevos negocios para absorber los costes de estructura. Es la pescadilla que se muerde la cola. Pero se trata de llegar a un punto de equilibrio entre estructura y costes”, advierte Juan Carlos.

De hecho, Juan Carlos Iglesias es el hombre de las ideas, el que imagina los negocios y controla el imperio, mientras que Pedro es el componente de la familia que lidia con los socios y Borja es más ejecutivo. “Mi padre nos transmitió la estabilidad, la amabilidad, esa predisposición ante el cliente. De nuestra madre nos viene el estar obsesionados por tener un comportamiento intachable con la gente”, cuenta Juan Carlos. Y el secreto del éxito, el de siempre: “Has de hacer bien las cosas y tener buen género. Nuestra marisquería llegó a ser la segunda más grande de Barcelona tras el Botafumeiro”. Y eso son palabras mayores. Luego, está el talante: “Mi padre nos dejó hacer. Si nos hubiera apartado, seguramente ninguno estaríamos trabajando en el negocio familiar. Él se mantiene ahora al margen, pero vigilante en todo momento. Y los tres hermanos venimos cada uno de un campo diferente, por lo que nos compenetramos a la perfección. Pero, sobre todo, con mucho respeto y cariño. Eso sí, para que todo vaya bien, no podemos andar con subterfugios. Las cosas que no te gustan han de decirse cuanto antes, porque de lo contrario se enquistan y es peor”.

Cuando en los años cincuenta del pasado siglo Cándido Iglesias salió de su aldea lucense, solo pensaba en una cosa: llegar lo más lejos posible con el dinero que tenía. Y el dinero solo le pagaba el viaje hasta Barcelona, por lo que se apeó en la Estación de Francia de la capital catalana dispuesto a comerse el mundo. Tenía 13 años y el futuro tan negro como la España de la posguerra. Hoy está (casi) jubilado, pero su imperio incluye varios restaurantes en asociación con Ferran Adrià, el mejor cocinero del mundo; y, para colmo, acaba de abrir un gran restaurante en el centro de Barcelona en asociación con Leo Messi, para muchos el mejor futbolista del mundo. De la miseria a la gloria. De la Galicia profunda al Olimpo, lo que significa codearse con los más grandes y tener en sus manos, entre otras cosas, una de las mejores marisquerías de España.

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