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Los hijos pródigos del 15M regresan un año después
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CINCO 'INDIGNADOS' DESENCANTADOS CON EL MOVIMIENTO HACEN AUTOCRÍTICA

Los hijos pródigos del 15M regresan un año después

El entusiasmo del 15M llenó las calles de media España, pero no todo dentro del movimiento fue autocomplacencia. La llamada Spanish Revolution también cosechó la decepción

Foto: Los hijos pródigos del 15M regresan un año después
Los hijos pródigos del 15M regresan un año después

El entusiasmo del 15M llenó las calles de media España, pero no todo dentro del movimiento fue autocomplacencia. La llamada Spanish Revolution también cosechó la decepción de algunos de sus integrantes, que vivieron con desencanto la "indocumentación", la "polarización ideológica" o la "indefinición" a las que derivó la iniciativa, utilizando sus propias palabras. El Confidencial recoge el testimonio de cinco indignados de las principales capitales nacionales que, aseguran, volverán pese a todo a las calles del país, pero creen necesaria una reflexión interna si el 12M15M quiere reeditar el éxito de su primera convocatoria.

Guillermo, 34 años, Madrid. “Nos pudo la burocratización”

Cuando le preguntamos si el 15M fue una revolución, un movimiento o una iniciativa, Guillermo lo tiene claro: “Fue una protesta”. La protesta, nos cuenta, “de gente nacida entre los 70 y los 80 que veía con horror determinadas prácticas políticas, más que económicas”.

Para este escritor, que acudió a Sol desde el inicio de las concentraciones, el problema del 15M no fue que careciera de objetivos definidos, como señalan hoy muchos de sus críticos. La reivindicación, nos dice, "era y es el sentido común”. “Un tío no puede estar ganando 500 euros con un contrato de becario cuando en realidad es el responsable de su área y trabaja 40 horas a la semana. Eso es de sentido común. O la corrupción. O el sistema electoral”. Es de lo que hablaban los llamados indignados –una “etiqueta a posteriori”, según Guillermo– cuando se definían su iniciativa como apolítica y asindical: “No es que quisieran estar al margen de la política, sino que había una percepción de que ya estaba bien de que ésta solo pudiera hacerse desde la trinchera de la izquierda o de la derecha. Sobre todo a la hora de reivindicar cosas que no son ni de un lado ni del otro, sino de sentido común”.

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Un clima, explica, que eclosionó en una “terapia de grupo” colectiva. “Durante las dos primeras semanas éramos un montón de gente con nuestros problemas, un buen humor tremendo y un afán inclusivo pocas veces visto, pero de repente, todo fueron prisas: asambleas, burocracia, soluciones, propuestas, comisión de la comisión de la comisión… Se hizo aburrido y perdió accesibilidad. Se convirtió en una copia de lo que se criticaba. Nos pervirtió la falta de naturalidad”. También fue ahí, según Guilllermo, cuando el 15M empezó a perder adhesiones. Es fácil, nos explica, “simpatizar con algo indefinido que protesta contra injusticias palmarias. Pero es complicado simpatizar con algo que se empeña en ser lo que no es: un contrapoder”.

“Para mí no hay un 15M ahora”, concluye. “Hay marcas publicitarias que tienen ese nombre, pero el 15M éramos la gente, los individuos, uno a uno, que estábamos ahí. No una organización”.

Laura, 32 años, Sevilla. “Ideologización y savia vieja”

Laura nos explica que acudió a su primera concentración en Sevilla “desde el escepticismo” y con un compromiso personal: marcharse si era capaz de reconocer a alguien de la cabecera de la manifestación. No lo hizo, le gustó lo que encontró y se quedó.

Su decepción vendría a los dos días, durante la primera concentración espontánea en las famosas Setas –la plaza que acabaría por convertirse en el emblema sevillano del 15M–. “Todo el mundo estaba tan tranquilo, sin consignas políticas. Al poco aparecieron dos con un micro y un altavoz y empezaron a gritar consignas políticas: 'PSOE y PP, la misma mierda es', y cosas así”. Laura reconoció a uno de ellos. “Sevilla”, aclara, “es una ciudad pequeña, y como periodista me había tocado cruzarme ya muchas veces con él, uno de los más activos en protestas contra la LOU o Bolonia”.

Laura, que se tiene por una “persona absolutamente pacífica y que cualquiera definiría como de izquierdas”, se dirigió a ellos para pedirles que no gritaran consignas políticas. “En una ciudad gobernada en coalición por PSOE e IU, dejar a IU fuera de las críticas... Más aún cuando el candidato de IU a la alcaldía, que era en aquel momento Teniente de Alcalde del Ayuntamiento, estaba imputado por un presunto delito de corrupción”. No cosechó ningún éxito. “Intentaron darme un discurso sobre las maldades del bipartidismo. Me di la vuelta y me fui”.

“En Sevilla tuve la sensación de que aquello era algo que desde el primer momento nacía mal: con un componente político muy importante y con savia más bien vieja”.

Ana, 28 años, Madrid. "El 15M acabó siendo un gran '¿Y qué hay de lo mío?'"

Ana se dice poco interesada en la discusión sobre el nombre o la dimensión que le queramos poner al 15M: "Sobre todo, fue la primera vez que los españoles decidimos gritar que estamos cabreados, porque estábamos todos cabreados sin diferencia de edad, de estrato social o de ideología". Ése, reseña, fue y sigue siendo "el verdadero éxito del 15M".

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Y sin embargo, Ana está desilusionada con el movimiento. "Empecé a desencantarme el día que vi cosas como el stand procomida vegana. Me di cuenta de que no había un objetivo fijo, sino que para muchos consistía en pedir por pedir". Después llegó "aquello de la revolución será feminista o no será" o la ocasión en que un joven que se decía portavoz le reconoció "que no tenía ni idea de lo que hacían ni de cuantas asambleas había" y que estaba cansado de que "aquello lo organizasen cuatro cabecillas".

"La gente está hasta el moño", concede Ana, "pero de repente se decidió sacar a colación todos los temas del mundo habidos y por haber. El 15M quiso ser tan democrático que pasó de tener un propósito a ser un gran '¿Y qué hay de lo mío?'".

Ana volverá a Sol esta semana. "Aunque esté desencantada, me acercaré. No porque me sienta ya parte del 15M, sino porque no están las cosas como para quedarse en casa sentada y cruzada de brazos mientras vemos como cada día merman nuestros derechos y las clase media se diluye a pasos agigantados".

Paula, 34 años, Barcelona. "Se pretendió pasar de 0 a 100"

También acudirá Paula, que pese a su decepción sigue pensando que el 15M "es necesario". Ella estuvo en las concentraciones de Barcelona en Plaza Cataluña, esgrimió el altavoz y participó activamente en una subcomisión. También se involucró en las posteriores asambleas vecinales organizadas por los indignados, "que es donde verdaderamente ha innovado el 15M". A un año de la cita, esta asesora se dice desilusionada con el fenómeno.

"Hace dos o tres años, a nadie le interesaba la política. En particular a los jóvenes. Y de repente, en un fin de semana, todo el mundo quiso recuperar el tiempo perdido. Nos encontramos con personas hablando de capitalismo y liberalismo, de separación de poderes y legitimidad democrática que sencillamente no sabían de lo que estaban hablando. Y normalmente, era a los que más se oía". Paula se dice frustrada precisamente porque la petición de "muchos de los cambios importantes para nuestra sociedad" se vio neutralizada por su modo de presentación: "de forma indocumentada, con consignas facilonas, pancartas, términos absolutos y falta de matices". "Muchos se empeñaron en pasar de 0 a 100 en un mes", resume, "y no entendieron, o no quisieron entender, que para llegar al 100 hay que empezar a contar por el uno". 

Un caldo de cultivo idóneo, según ella, para que además se empezase a oír cosas "que no tenían nada que ver con el 15M; que si muerte al Borbón, que si el feminismo, que si los países catalanes... Yo no estaba ahí para eso. Es irrelevante que estuviera de acuerdo con ellas o no".

Sergi, 26 años, Bilbao. "Acabó convirtiéndose en una religión"

Sergi, de 26 años, no critica la inclusión en el 15M de terceras reivindicaciones ideológicas. Este programador bilbaíno admite "que siempre había gente intentando convencerte de cosas, algunas muy absurdas", pero no practicaban, dice, la imposición. "Hay espacio para todos, porque siempre quedó claro que lo que pedíamos era más y mejor democracia".

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El problema, nos cuenta, es "el dogma de fe que muchos construyeron alrededor del 15M". "Especialmente muchos en la organización", precisa, "se creyeron que aquello era una revolución y empezaron a actuar como contrarrevolucionarios". Comenzaron a expresarse "con demasiada solemnidad" y a criticar "a todo aquel que les criticase". Algunos, añade, se negaron a hablar con determinados medios de comunicación, lo que Sergi juzga "injustificable". Precisa, eso sí, que eran siempre "una minoría poco representativa" y se muestra comprensivo con su actitud: "Hay que tener en cuenta", nos explica, "que a los organizadores de las acampadas se les llamó de todo, desde perroflautas a terroristas".

El entusiasmo del 15M llenó las calles de media España, pero no todo dentro del movimiento fue autocomplacencia. La llamada Spanish Revolution también cosechó la decepción de algunos de sus integrantes, que vivieron con desencanto la "indocumentación", la "polarización ideológica" o la "indefinición" a las que derivó la iniciativa, utilizando sus propias palabras. El Confidencial recoge el testimonio de cinco indignados de las principales capitales nacionales que, aseguran, volverán pese a todo a las calles del país, pero creen necesaria una reflexión interna si el 12M15M quiere reeditar el éxito de su primera convocatoria.