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Maricas, vagos y maleantes: el franquismo contra la homosexualidad
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el documental 'pero que todos sepan que no he muerto'

Maricas, vagos y maleantes: el franquismo contra la homosexualidad

Hasta 1979 ser homosexual se consideraba un delito en España. Muchos fueron represaliados por el franquismo y dieron con sus huesos en la cárcel por "invertidos"

Foto: La primera manifestación por el orgullo gay fue en 1977 en Barcelona
La primera manifestación por el orgullo gay fue en 1977 en Barcelona

"Hasta hace unos años el franquismo ha sido el crimen perfecto. Hemos asesinado a miles de civiles; hemos robado bebés a miles de presas republicanas con la teoría de un psiquiatra, Vallejo-Nájera, que decía que las mujeres que habían conocido la democracia en la República podían contagiársela a sus hijos; perseguido a los homosexuales y lesbianas como si fueran delincuentes y les hemos sometido en manicomios a electroshock para curarlos". Quien habla es Emilio Silva, fundador de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica y uno de los testimonios del documental 'Pero que todos sepan que no he muerto', dirigido por la cineasta estadounidense Andrea Weiss —pasó por la Berlinale el año pasado— y que se estrena este viernes en España.

De la guerra fraticida quedan en España más de medio millón de soldados y civiles muertos, alrededor de 120.000 desaparecidos, una inquina cainita agarrada cual liendre a los genes, una especie de omertá materializada en una Ley de Amnistía de 1977 y el símbolo del poeta asesinado "por homosexual", "el primer muerto LGTB en la dictadura franquista", como define Antoni Ruiz, presidente de la Asociación de Ex-Presos Sociales, a Federico García Lorca, quizás "el desaparecido más famoso del mundo".

No hay que olvidar el informe que apareció en 2015, firmado en 1965 por la Jefatura Superior de Policía de Granada, que revelaba que García Lorca fue asesinado junto a otra persona por "socialista y masón" y porque "estaba tildado de prácticas de homosexualismo, aberración que llegó a ser voxpópuli, pero lo cierto es que no hay antecedentes de ningún caso concreto".Y a través de la vida y muerte del poeta granadino, de material de archivo como el documental estadounidense 'Inside Fascist Spain' (1945) y entrevistas a miembros de diferentes asociaciones, Weiss construye en 'Pero que todos sepan que no he muerto​' la fotografía de la represión en la España franquista, con una mirada incidente en el caso de la comunidad LGTB.

En 1977, con la Ley de Amnistía, los presos políticos salían de las cárceles. Los homosexuales se quedaban dentro. A ningún partido político le interesaba si no podían contarles entre sus filas. En 1977, la UCD quiso sacar adelante el proyecto de creación de 10.000 plazas para reeducar a los gays, iniciativa frustrada por la Constitución aprobada al año siguiente. En 1977, tenía lugar en Barcelona la primera manifestación a favor de los derechos de los homosexuales, que acabó con el enfrentamiento de 'los grises' contra un grupo de transexuales que encabezaban la marcha. En 1977 -no se despenalizará hasta dos años después- la homosexualidad seguía considerándose delito.

Vagos y maleantes a partir de 1954, peligros sociales, después, a partir de 1970. Dos leyes que equiparaban la homosexualidad -y la prostitución y la mendicidad- al crimen. En "defensa de la sociedad", la Ley de Peligrosidad, abogaba por la "reeducación para quienes realicen actos de homosexualidad, ejerzan la prostitución y para los menores, así como los de preservación para enfermos mentales; establecimientos que, dotados del personal idóneo necesario, garantizarán la reforma y rehabilitación social del peligroso, con medios de la más depurada técnica y mediante la intervención activa y precisa de la autoridad judicial especializada".

Una ley que no hablaba del escándalo público en las calles, sino en la propia intimidad del hogar. Antoni Ruiz tenía 17 años cuando salió del armario. Su madre, que "provenía de una familia pobre, sin educación y sin cultura", buscó consejo en su hermana, que a su ver buscó consejo en una monja, que a su vez lo denunció frente a la Brigada Criminal por ser un peligro tanto para la sociedad como para sí mismo. Todavía menor de edad, se lo llevaron de su casa y lo mandaron a la cárcel Modelo de Valencia. De allí a Carabanchel, la gran cárcel emblema del franquismo, construida en 1944 por presos políticos y cerrada en 2008. Entretanto, terapias de aversión al estilo Álex DeLarge para que acabase aborreciendo la homosexualidad y pudiese 'curarse'.

placeholder Ficha policial de Antoni Ruiz
Ficha policial de Antoni Ruiz

Y es que, como hijo, más que aplicado, de su época -en Reino Unido, por ejemplo, la despenalización de la homosexualidad se produjo a partir de 1967-, el régimen nacional católico se afanó en encarcelar homosexuales, que las mejores veces recalaban en "galerías de invertidos" y las peores en módulos de presos comunes, entre rateros, violadores y homicidas, y no presos políticos. Como cuenta 'Pero que todos sepan que no he muerto', después de su paso por las cárceles, Ruiz tuvo que exiliarse durante al menos un año a más de 100 kilómetros de su lugar de residencia, tal y como ordenaba la ley. Como muchos homosexuales de la época, se convirtió en un apestado social y se vio abocado a la prostitución como medio de subsistencia. Como muchos homosexuales, padeció el desarraigo de una familia que lo repudiaba por su condición sexual.

La ley se amparaba también en los tratados de -entonces- reputados médicos y psiquiatras afines al nacional-catolicismo, como Valentín Pérez Argilés, el Catedrático de Medicina Legal y de Psiquiatría de la Universidad de Zaragoza que en 1954 aseguraba la "necesidad de conocer y estudiar la lamentable existencia de la homosexualidad, si se quiere poner remedio a este problema social y a la amargura vital de los desdichados que sufren tal tara, dándoles la esperanza de que muchas veces puede lograrse su curación o superarse sus consecuencias".

Electroshock contra los invertidos

El documental echa la mirada atrás, cuando desde finales de los sesenta se había puesto de moda un tipo de terapia conductista en la que a través de castigos corporales infligidos en el momento de experimentación del deseo para relacionar inquebrantablemente ambas sensaciones y provocar así una nueva inversión de la orientación sexual y mantener a la persona, esta vez, en el camino recto. Algo sobre que ya había estudiado, por ejemplo, Arturo Arnalte, autor de 'Redada de violetas' (La esfera de los libros, 2003), un ensayo sobre la "represión estatal organizada" contra el colectivo LGTB hasta 1979.

"Desde la ciencia (médica, psiquiátrica, legal, etc.) se justificó la homosexualidad como patología con terribles consecuencias represivas. Durante el franquismo, distintas disciplinas científicas se unieron como piezas de una misma maquinaria para implantar un tratamiento jurídico y médico que se ocupara de erradicar la homosexualidad; considerada como la antagonista más peligrosa de la masculinidad hegemónica", cuenta el libro 'Al margen de la naturaleza', de Víctor Mora, publicado en junio del año pasado.

Foto: Francisco Franco Opinión

Hombres con hombres era una aberración, una degeneración de la especie humana. Mujer contra mujer, simplemente, un impensable. En una sociedad en la que 'Higiene del matrimonio' era el libro de cabecera de la esposa común -"el matrimonio es algo más que la consagración de las fruiciones genésicas, algo más que la toma de posesión de una mujer, algo más que la autorización legal de aumentar la población (sic)"-, la posibilidad de que dos mujeres mantuviesen relaciones era absurdo. Las lesbianas, simplemente, no existían. "La sexualidad de la mujer quedaba constreñida a la procreación, a dar hijos al varón, como se decía", explica en el documental Empar Pineda, activista feminista.

Bajo el escudo protector de la invisibilidad, las lesbianas del franquismo no sufrieron la penalización, ni el castigo de cárcel. Se movían en círculos clandestinos y, para entrar en ellos, la pregunta clave era: "¿Eres librera?". Si contestaba "sí, soy librera, ya entonces nos pasábamos los teléfonos y quedábamos para ser amigas y poder salir e incorporarla a nuestro grupo", recuerda Pineda. "Pero donde lo pasábamos bien era cuando íbamos de camping; quedábamos todas las que 'éramos de la librería' -siempre íbamos acompañadas también de 'libreros'- para que quedase la cosa lo más disimulada posible. Y es cuando podíamos liberarnos un poquito, para desahogar un poquito nuestra..."

Sin embargo, no hay que olvidar que durante el franquismo entre 4.000 y 5.000 homosexuales acabaron entre rejas meramente por su condición sexual. Vidas como la de Silvia Reyes, transexual que pasó por la cárcel, por la prostitución y, finalmente, por las asociaciones pro derechos y que ahora recuerda su experiencia en el documental de Weiss: "Los travestis no éramos ni vagos, ni maleantes".

"Hasta hace unos años el franquismo ha sido el crimen perfecto. Hemos asesinado a miles de civiles; hemos robado bebés a miles de presas republicanas con la teoría de un psiquiatra, Vallejo-Nájera, que decía que las mujeres que habían conocido la democracia en la República podían contagiársela a sus hijos; perseguido a los homosexuales y lesbianas como si fueran delincuentes y les hemos sometido en manicomios a electroshock para curarlos". Quien habla es Emilio Silva, fundador de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica y uno de los testimonios del documental 'Pero que todos sepan que no he muerto', dirigido por la cineasta estadounidense Andrea Weiss —pasó por la Berlinale el año pasado— y que se estrena este viernes en España.

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