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'El hombre de las mil caras': cuando la caspa llegó a los pasillos del felipismo
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'El hombre de las mil caras': cuando la caspa llegó a los pasillos del felipismo

Alberto Rodríguez dirige de forma magistral el 'thriller' del año y convierte la historia de Paesa en una película frenética, con altas dosis de suspense, humor e ironía

Foto: Fotograma de 'El hombre de las mil caras'.
Fotograma de 'El hombre de las mil caras'.

Alberto Rodríguez lo ha vuelto a hacer. Ya lo hizo en 'La isla mínima' (2014) y ahora lo ha hecho con el pulso tranquilo y seguro de quien sabe perfectamente, de quien controla el oficio, de quien es un artesano de la imagen. Habría que remontarse hasta 'After' para recordar el momento en que el cineasta sevillanose tropezó por última vez, y de eso hace ya siete años. Y es que con 'El hombre de las mil caras', Rodríguez ha conseguido hilar sin perder puntada el 'thriller' del año, y sobre todosin perder al espectador en la enorme maraña de idas y venidas, transferencias bancarias, trampantojos, agentes dobles y trileros que fue el caso Paesa, la gran ensalada de la política española de mediados de los años noventa.

Tráiler de 'El hombre de las mil caras'

Rodríguez abandona las marismas andaluzas para encerrarse en una película de interiores, de espacios claustrofóbicos, ya sea por el tamaño o por el ambiente sombrío de los pasillos ministeriales. Cambia el calor del sur por la frialdad del mármol, del lujo discutible y de los espacios ajenos que son refugio y no hogar. Y lo hace con un manejo de la cámara elegante con un punto macarra, como quien viste de etiqueta y se calza unas 'creepers' para una boda.

Porque la historia del espía Paesa no se puede contar sin ese enfoquede ironía que merece el retrato de un hombre que engañó a un país y al mundo entero, que ayudó a Roldán a escapar con 1.500 millones de pesetas para luego —en teoría— desplumarlo, como desplumó después al Estado —pidió 300 millones de pesetas— al devolverle el pollo, obviamente sin plumas en la cartera. Paesaes además, junto a Lázaro, uno de los pocos hombres que pueden presumir de haber resucitado y haber leídosu propia esquela. Y como Paesa tiene lo mismo de 'vedette' que de titiritero, su último campanazo no podía sino volver a enseñar la patita en la portada del último 'Vanity Fair'el día antes de que 'El hombre de las mil caras' pisase la alfombra roja de San Sebastián.

Y como Paesa tiene lo mismo de 'vedette' que de titiritero, su último campanazo no podía sino volver a enseñar la patita en la portada del último 'Vanity Fair'

Pero como aquí nadie sabe nada y todas las versiones se contradicen, Rodríguez ha decidido optar por una ficción conducida sobre el ensayo periodísticode Manuel Cerdány a través de la voz de Jesús Camoes (José Coronado), el secuaz rompebragas de Paesa (Eduard Fernández),inspirado en el piloto Jesús Guimerá, quien supuestamente colaboró con el espía durante más de 30 añosy participó en la entrega de Roldán (Carlos Santos) a las autoridades españolas —además de en negocios de tráfico de armas y operaciones encubiertas contra ETA—.

Fernández interpreta a un frío y calculador Paesa, el maestro de ceremonias, que siempre va varios pasos por delante del resto. Un jugador que siempre lleva la cara de póquer puesta. En contraste, el Roldán de Santos,en un papelón, tanto por interpretación como por caracterización del personaje, de la forma de andar, de moverse, de echar los hombros hacia abajo como la gente a la que realmente le gustaría desaparecer. Santos y Rodríguez construyen un Roldán que llega a ser entrañable, con sus complejos de clase y de inferioridad, un ratoncillo excesivamente confiado en la boca de la gatera, que es más grande de lo que él piensa.

Santos y Rodríguez construyen un Roldán que llega a ser entrañable, con sus complejos de clase y de inferioridad

Y Rodríguez sigue a los tres actores y a la sobrina de Paesa (una sorprendente Alba Galocha) en su loco periplo de Madrid a París, Ginebra, Singapur, Bangkok, con un estilo que en ocasiones recuerda a Guy Ritchie y en ocasiones a Scorsese, jugando con los saltos temporales, el montaje picado y las repeticiones de algunas situaciones desde distintos puntos de vista —o diferentes teorías— que gritan al espectador, casi megáfono en mano, que ¡esto es una película, no un documental, y que cualquier parecido con la realidad es una grata casualidad!

Y con un presupuesto exprimido de poco más de cinco millones de euros, el director sevillano ha conseguido una factura a la altura del cine de Hollywood, con un vestuario cuidado y una dirección de arte fuera de lo común. La paleta de colores, que apoya a una fotografía algo deslavada,rememora una España que perdía el color y la inocenciadespués de una Transición que prometía un 'primermundismo' de jauja y libertades. El sueño felipista estaba herido de muerte.

'El hombre de las mil caras' pocas veces pierde ritmo, y si en algún momento lo pierde, la excelente banda sonora a cargo de Julio de la Rosa, que se columpia sobre los bordes del 'Ghost Rider' de Suicide,refuerza unos guiños canallas y desenfadados que aportan una ligereza que se agradece, porque de todo lo que rodea al caso, ya a toro pasado, hay que reírse por no llorar. Porque en España la caspa llega hasta las altas esferas.

De todo lo que rodea al caso, ya a toro pasado, hay que reírse por no llorar. Porque en España la caspa llega hasta las altas esferas

En definitiva, el cineasta sevillanovuelve a demostrar que es uno de los mejores directores de 'thriller', y sobre todo de 'thriller' de época.Quizás 'El hombre de las mil caras' no consiga un impacto visual y sensorial como 'La isla mínima', pero es imposible negar la originalidad de la apuesta y la agilidad con la que el director atrapa al espectador sin que este se suelte de la mano, partiendo de una realidad críptica y, a día de hoy, todavía indescifrable. Y hasta que el exespía se decida a hablar, tendremos que quedarnos con el relato que nos ofrece Rodríguez, que ha demostrado que para contar cuentos chinos —en este caso,laosianos— le pisa los talones al mismísimo Paesa.

Foto: Fotograma de 'Los siete magníficos'.
Foto: Fotograma de 'Neruda'.

Alberto Rodríguez lo ha vuelto a hacer. Ya lo hizo en 'La isla mínima' (2014) y ahora lo ha hecho con el pulso tranquilo y seguro de quien sabe perfectamente, de quien controla el oficio, de quien es un artesano de la imagen. Habría que remontarse hasta 'After' para recordar el momento en que el cineasta sevillanose tropezó por última vez, y de eso hace ya siete años. Y es que con 'El hombre de las mil caras', Rodríguez ha conseguido hilar sin perder puntada el 'thriller' del año, y sobre todosin perder al espectador en la enorme maraña de idas y venidas, transferencias bancarias, trampantojos, agentes dobles y trileros que fue el caso Paesa, la gran ensalada de la política española de mediados de los años noventa.

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