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Realeza surrealista
  1. Cultura
de la música a la literatura absurda, en un paso

Realeza surrealista

Una película olvidada de Orson Welles, la banda sonora del músico Remate y una extraña pareja: los príncipes de Asturias. El surrealismos es esto

Foto: Concierto de Remate y película de Orson Welles, en Matadero. (Chus Arcas)
Concierto de Remate y película de Orson Welles, en Matadero. (Chus Arcas)

Todo apuntaba al absurdo y la realidad lo hizo surrealista. El músico Remate empujaba a la paradoja a trompicones, hasta el escenario de la Mediateca, en el Matadero de Madrid, donde tenía previsto ponerle banda sonora en directo a la película de Orson Welles (antes fueThe Hearts of Age, 1934), que había permanecido oculta entre miles de bobinas y metros de celuloide en una empresa de transporte en Pordenone, en el norte de Italia. En este sueño extraño también huele a vinagre, que es como apesta el olvido.

El filme se descomponía y a los conservadores les dio en la nariz que debían destripar aquella materia pútrida. Allí estaba ese juego extraterrestre titulado Too much Johnson, donde los celos animan a dos personajes a perseguirse durante poco más de una hora de metraje en bruto por las calles y tejados de una ciudad que apunta al cielo. El resultado es una trama fragmentada sin sentido lineal, que aburre a las ovejas. Lo que en 1938 fue un boceto desechado, en 2014 es un experimento adorado.

En medio de todo este fregado dadaísta, Remate, compositor, hombre orquesta, músico conceptual, renacentista anárquico, que le pone sonido a la película muda. Ayer se colocó a pie de pantalla para ponerle la banda sonora en directo, junto con Ana Galletero (violines y voz), Kike Pierrot (batería y percusión) y Gerar González (trombón). No faltaba nadie. Orson Welles, Remate, la música en directo, Letizia y Felipe. Repetimos, la broma surrealista atrajo a los bajos del underground madrileño a la realeza. Y todo cobró sentido. Un sentido absurdo, por supuesto.

Una improvisación real

La banda improvisaba bajo las notas pautadas, con un coro onírico que rocía a la película con laca melancólica. Para ser netamente Remate le falta una pasadita de ironía. A pesar de ello, fueron lo mejor de la noche. Porque era la culminación de una revolución surrealista, coronada por la publicación de un libro de relatos dislocados del músico: Suelo estar, de la recién creada Ediciones Pájaro.

El músico Remate, antes del espectáculo. (Chus Arcas)La minipimer bate a mil los trocitos en la noche más rara de Orson Welles: los planos antecedentes de Ciudadano Kane, los reflejos de Buster Keaton, los casiotones de Remate, la dislocación entre acción y música, una entrevista imaginaria en las revistas del corazón, un libro de relatos disparatadoy la directora del Matadero, Carlota Álvarez Basso, abalanzándose sobre el príncipe para presentarse, dar la bienvenida a la pareja y excusarse por no sé qué de otras inauguraciones culturales. La imparable luxación de la realidad. De nuevo, el absurdo.

“Loco, un poco loco”, dice el músico a alguien que le felicita después del concierto con acompañamiento de cine clásico. Uno piensa que tan loco, loco como los relatos compilados en el libro. “Hoy me levanté cuando aún era de noche, y me puse una capucha verde y unos pantalones de chándal azules, y unas zapatillas ilustradas con palmeras que ya están rotas quizá porque aquí las palmeras se dan mucho peor que en California”, en el relato titulado El naranja no es un color agresivo como el rojo.

Adiós a las tramas

Entre su literatura y su música hay puntos de sutura, básicamente, “la ausencia de la necesidad de una trama clara”. No le interesa tanto el punto cinéfilo del contrapicado, como que el filme, tal y como se presenta ante nosotros, carece de cualquier código coherente. “En estos relatos muestro un mundo propio que se mantiene al margen del mundo de las necesidades y las obligaciones. Sin determinismos, sin destino”.

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Es el caos, la anarquía narrativa. Y en la pantalla, una trama tan enana, naif e inocente, como la que encierra su libro. “Genera un código tan absurdo como el mío”, y subraya que lo realmente surreal es asumir las rutinas.

En Coppola purpurina la deriva espontánea le lleva del cine al portero de la selección colombiana: “El alma del portero hecha delantero, la reencarnación de Higuita si no fuera Higuita, ese futbolista colombiano mítico, si nunca hubiera lucido el flequillo liso y la melena rizada en un mismo y único peinado, en una misma noche y madrugada y despertar in dormir, sino con tupé de los años cincuenta. Despertar sin dormir, eso es Coppola”.

Lo real y lo irreal

Remate está incapacitado para asumir la realidad. Aunque le divierte. Si no, cómo habría corrido por el patio de butacas la sangre real. “Estos relatos son más ligeros que mis canciones. El impacto de las canciones es más sesudo. Para mí la música está en otra dimensión, tiene más calado y es más profunda. La música es el centro de la diana, el epicentro, y la narración es una descripción del resto, los márgenes”.

Literariamente su gusto está menos repartido que sus gustos musicales y Don DeLillo es dios. Por el panteón aparecen T.S. Eliot, Carver y Bukowski. Curioso con las pruebas en las manos. “Me flipa la banda sonora de Jarvis Cocker, para Fantástico Míster Fox [Wes Anderson, 2009]. La mía es oscura, enrevesada, está a las antípodas de esa alegría infantil, pero son cosas que me motivan y me llevan a otro lugar, no a clonar”.

Estos relatos son el campo de trabajo de una canción, textos escritos pensando en canciones, las sobras de la creación de un músico, que terminaron reviviendo como relato. Ligereza y espontaneidad. Sin método, como sus adorados Robert Pollard y Guied by Voices. Un aquí te pillo, aquí te mato, una pedrada, un dardo. La teoría elemental contra lo real, perdón, el perfecto popurrí absurdo.

Todo apuntaba al absurdo y la realidad lo hizo surrealista. El músico Remate empujaba a la paradoja a trompicones, hasta el escenario de la Mediateca, en el Matadero de Madrid, donde tenía previsto ponerle banda sonora en directo a la película de Orson Welles (antes fueThe Hearts of Age, 1934), que había permanecido oculta entre miles de bobinas y metros de celuloide en una empresa de transporte en Pordenone, en el norte de Italia. En este sueño extraño también huele a vinagre, que es como apesta el olvido.

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