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Treblinka, bienvenidos al infierno
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aparecen las memorias de un superviviente

Treblinka, bienvenidos al infierno

Chil Rajchman, superviviente del campo de exterminio que trabajó arrancando dientes de oro a los cadáveres, logró escapar y escribir estas memorias

Foto: Estación de tren de Treblinka.
Estación de tren de Treblinka.

A setenta kilómetros de Varsovia se encuentra la pequeña y perdida estación de Treblinka. Así la definió Vasili Grossman en una de sus crónicas del exterminio nazi. Eran las primeras noticias que llegaban desde el horror -publicadas desde el 5 de agosto de 1941 en Estrella Roja-, los apuntes con los que más tarde criticará el totalitarismo, el alemán y el soviético. Grossman entiende al llegar a aquella cantera de arena blanca, a cuatro kilómetros de la estación mencionada, en un terreno baldío, un miserable desierto, que Hitler no fue mucho peor que Stalin. Años más tarde Primo Levi rebatirá esa idea.

El escritor y periodista ruso investiga durante días, interroga a supervivientes y guardias encarcelados, recoge material para publicar el primer relato conocido sobre los campos de exterminio nazi, titulado El infierno de Treblinka y prueba en Núremberg. El autor camina a paso lento en el relato de la destrucción, el asesinato, la barbarie, explicando la organización de la tortura, el sistema de encarcelamiento adaptado por las SS del Reich, en un inmenso patíbulo cuyo igual el género humano no había conocido desde los tiempos bárbaros hasta nuestros días crueles”.

Su método, la escucha y la escritura: “El hitlerismo aplicó estos rasgos al crimen contra la humanidad y las SS del Reich procedieron en el campo de concentración de Polonia exactamentecomo si se tratara del cultivo de coliflores o de patatas",se puede leer en Años de guerra (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2009) y en el epílogo de Treblinka, el testimonio desgarrador escrito por Chil Rajchman, polaco judío superviviente del campo, inédito en España hasta el momento y publicado en los próximos días por Seix Barral.

Chil Rajchman, con 28 años, arrancaba los dientes de oro y plata a los muertos, en el campo de exterminio. Al año logró fugarse en el levantamiento y permaneció escondido en un búnker de Varsovia. Allí escribió estas memorias

En el edificio de las tres cámaras de gas pequeña [había otro con 10] había anexa una cabaña de madera. En una larga mesa, repleta de instrumentos odontológicos, trabajaban “los dentistas”. “En un rincón de la cabaña había una caja cerrada en la que se guardaba el oro y el platino de los dientes, así como también brillantes que a veces encontraban en las coronas, y dinero y joyas que hallaban debajo de los vendajes de los cuerpos desnudos, así como en la vagina de las mujeres”.

A la cuarta semana como “acarreador” (transportando cadáveres) ingresa en el comando de los dentistas. Él era el número 20. El trabajo consiste en arrancar, limpiar y separar los empastes y los puentes, clasificar los dientes postizos, etc. “Logra” dejar su anterior tarea, donde comprueba cómo en el edificio de cámaras de gas más grande, entran hasta 400 personas en cada una de las 10 cámaras. “La gente era apiñada como arenques. Cuando atestaban una cámara, abrían la segunda, y así sucesivamente”. La aplicación de gas duraba unos 20 minutos.

Barbarie en crudo

“Los días en que los jefes se enteraban telefónicamente por los comandos de exterminio en Lublin de que ningún nuevo transporte llegaría al día siguiente, los asesinos, por sadismo, hacían que la gente permaneciera amontonada en las cámaras de gas, para que se asfixiaran por falta de oxígeno. Una vez permanecieron así durante 48 horas y, cuando abrieron las puertas, una parte de la gente todavía mostraba signos de vida”. La gente de las SS observaba por las mirillas, para ver si ya todos estaban muertos. Los cuerpos estaban hinchados y negros.

La cuadrilla de dentistas sale a recoger los cuerpos para empezar a trabajar: “Los cadáveres, aún de pie, están tan apretados unos contra otros y tan entrelazados entre sí con las manos y los pies que la brigada de la rampa se mete literalmente en medio de la muerte, hasta que logran sacar arrastrando las primeras decenas de cadáveres. Después los montones se ablandan y los cadáveres ya se desprenden solos”.

placeholder Pala moviendo cadáveres, en Auschwitz-Birkenau.

En la cámara pequeña la muerte es más suave. Y rápida. Antes de morir, la gente evacua la orina y los excrementos. Están empapados en sudor. En las cámaras más grandes la muerte era más lenta y terrible. El rostro completamente negro, “como carbonizados”, los cuerpos hinchados y azules. Los dientes están tan apretados que es imposible abrir la boca para acceder a las coronas de oro. “A veces había que arrancarles los dientes naturales para poder abrirla”, escribe Rajchman.

Veinte hombres extraen los cuerpos, otros cuarenta los transportan hasta las tumbas y allí una brigada de excavadores. Todo se hacía a una velocidad endiablada. Sin respiro. "De estos, había unos diez hombres en la fosa que trabajaban acomodando los cadáveres cabeza con pie y pie con cabeza, para que entraran más. Un segundo grupo cubría cada capa de muertos con arena, tras lo cual volvían a colocar otra capa”. Estas fosas comunes, explica, tenían unos cincuenta metros de largo y cuatro pisos de profundidad.

Unja vez un alemán vio destellar un diente de oro en la boca de un cadáver apilado en la fosa. Rajchman era el último de la fila de los dentistas y las culpas cayeron sobre él. Saltó de inmediato a la fosa, arrancó rápidamente el diente y cuando estaba arriba, el hombre de las SS le ordena tenderse sobre el suelo. Le dio 25 latigazos. Le volvió a ocurrir y entonces fueron 70.

La última voluntad

¿Quién es Chil Rajchman? Polaco, judío, apartado de su familia, deportado al campo en octubre de 1942, con 28 años, y uno de los pocos fugados supervivientes de la sublevación de los prisioneros, en agosto de 1943. Sólo 57 escapan. Emigró en 1946 a Uruguay, donde muere en 2004. Su testamento especifica que las memorias escritas desde el pozo nazi y durante los últimos años de la guerra debían ser publicadas después de muerto. Aparecieron en 2011.

Lo que más sorprende de estas memorias es su falta de rabia. Trazadas desde la voz aséptica del informe más sobrio e impactante, descritas con inmediatez, con toda la crudeza del acontecimiento

“¡Sí, sobreviví para ser testigo de Treblinka!”. “Sí, Sobreviví y me encuentro entre hombres libres. Pero a menudo me pregunto a mí mismo ¿para qué? Para contar al mundo qué fue de millones de víctimas asesinadas, para ser testigo de la sangre inocente que derramaron las manos de los asesinos”, dejó escrito en yiddish.

Rajchman pasó tres años y dos meses en un búnker en Varsovia, ocupando sus horas en la escritura de sus recuerdos, hasta que fue liberado en enero de 1945. Lo que más sorprende de estas memorias es su falta de rabia. Trazadas desde la voz aséptica del informe más sobrio e impactante, descritas con inmediatez, con toda la crudeza del acontecimiento. El testimonio no necesita jugos dramáticos, ni juegos artificiales. Es la barbarie la que se abre camino entre lo inconcebible.

No es el primer informador que vuelve del infierno nazi para darnos noticias de él, pero la rotundidad de las imágenes con las que levanta sus escenas devuelve el reflejo de los Desastres de la guerra de Goya. En estampas como Para eso habéis nacido, Carretadas al cementerioo ¿Qué hay que hacer más?.

placeholder El comandante de Treblinka, Franz Stangl.

Uno de los momentos más emocionantes del libro llega con el levantamiento de los presos del campo. A pesar del miedo, hablan entre ellos, permanecen más tiempo juntos, crece la confianza y planean una fuga. “Nuestra alegría es indescriptible. Los despojos humanos que éramos cobramos nuevas fuerzas y todos queríamos creer que tendríamos éxito”. La señal del levantamiento de los trabajadores será dos disparos. Tienen previsto incendiar las cámaras de gas, matar a los SS y coger sus armas.

Todo está previsto hasta que ocurre lo que no figura en los planes y los echa por tierra: llega un transporte con muchos hombres de las SS. Esto obliga a postergar la fuga. El tiempo pasa, el trabajo cada vez es más duro. “No podemos esperar más. Cada día es para nosotros como un año entero”, es de las pocas apreciaciones íntimas que el superviviente hace en todo el texto.

Hambrientos y libres

El nuevo día es el dos de agosto de 1942. “A pesar del miedo, todos están contentos por lo que vendrá. En todos los rostros se observa una leve sonrisa. Cobramos nuevas fuerzas y estamos reanimados”. Preparan bidones de gasolina, supuestamente para los motores, las tenazas para cortar el alambre… es la hora del almuerzo y los muertos de hambre no prueban bocado. Están nerviosos. Están contentos y animados.

Tres y media, dos disparos, fuego en las cámaras de gas, las han incendiado, se oyen disparos por todas partes, caen los primeros soldados de las SS, se dirigen a la alambrada al grito de “¡Revolución!”, cortan los alambres, ya están en la tercera cerca, y nuestro protagonista todavía está en el barracón. Muchos temen la situación y se quedan paralizados. A cincuenta metros de la tercera alambrada hay postes con gruesos alambres.

Las ametralladoras de los asesinos se desatan y muchos presos quedan enredados en los alambres. Rajchman se abraza con otros fugados, pero los asesinos los persiguen con ametralladoras. Caen muchos huidos. Llega a un pequeño bosque y decide junto con otros compañeros que se esconderán entre las ramas gruesas. Evitan a los escuadrones de la muerte, caminan durante la noche, al amanecer llegan a un bosque grande y tupido. Agotados y hambrientos. Libres. El silencio tenía sus días contados.

A setenta kilómetros de Varsovia se encuentra la pequeña y perdida estación de Treblinka. Así la definió Vasili Grossman en una de sus crónicas del exterminio nazi. Eran las primeras noticias que llegaban desde el horror -publicadas desde el 5 de agosto de 1941 en Estrella Roja-, los apuntes con los que más tarde criticará el totalitarismo, el alemán y el soviético. Grossman entiende al llegar a aquella cantera de arena blanca, a cuatro kilómetros de la estación mencionada, en un terreno baldío, un miserable desierto, que Hitler no fue mucho peor que Stalin. Años más tarde Primo Levi rebatirá esa idea.