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Giacometti: operación aguar al aguafiestas
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MAPFRE ALTERA EL PROPÓSITO EXISTENCIALISTA DEL ESCULTOR SUIZO POR UNO MÁS LÚDICO

Giacometti: operación aguar al aguafiestas

Hace un año el Museo Picasso de Málaga hacía de Alberto Giacometti “un hombre lleno de humor”. La comisaria de aquella retrospectiva, Véronique Wiesinger, quiso acabar

Foto: Giacometti: operación aguar al aguafiestas
Giacometti: operación aguar al aguafiestas

Hace un año el Museo Picasso de Málaga hacía de Alberto Giacometti “un hombre lleno de humor”. La comisaria de aquella retrospectiva, Véronique Wiesinger, quiso acabar con su imagen de artista “solitario, angustiado y obsesionado por la muerte”. El tópico, según la experta, nos confunde e insiste en enseñarnos al escultor más importante del siglo XX como “un artista que sufre”. ¿Por qué? “En la mayor parte de sus fotografías de madurez, adopta una expresión seria. Pero porque, como Hemingway, tenía la dentadura muy fea y no quería enseñarla por coquetería”, dijo Wiesinger aportando un argumento de peso.

Una explicación rotunda para hacernos ver que estábamos equivocados, que Alberto Giacometti no era ese aguafiestas que él mismo se empeñó en hacernos ver cuando escribía sobre su “vacío existencial” y “el pequeño hueco en el vientre” que le producía la náusea que evidencia el desencuentro con la existencia.

En la Fundación Mapfre recogen el testigo de Málaga y presentan a un hombre obsesionado por sacar su arte a la calle, sus esculturas al campo, un artista que quiere jugar y relacionarse con la humanidad, que sus figuras de hombres se enfrentan a las figuras de mujeres para demostrar la tensión vital y la frustración del ser humano en un ciclo de eternas rupturas. En este caso, es Annabelle Görgen-Lammers la responsable de hacer una nueva lectura de la imagen del escultor y darle una vuelta como un calcetín.

El mal de la novedad

Giacometti sufre el mal de la novedad, como Picasso, como los impresionistas. Grandes nombres que arrastran masas, esclavos de una revisión nueva al año que impide presentarles como lo que son. Porque con eso, con lo que son, ya no es suficiente. Hasta el momento, el relato sobre Giacometti hablaba de un artista que va perdiendo anécdota surrealista en su camino hacia la esencia del ser humano hasta encontrar el material cruel de la inquietud y la perturbación, tal y como compartió con Jean-Paul Sartre o Samuel Beckett a partir de 1939.

Ya que mencionamos la fecha en la que huye a Ginebra ante el estallido de la II Guerra Mundial hay que decir que la primera falta de la muestra de Mapfre es el silencio que sucede entre la planta baja y la planta alta, entre su iniciación y su regreso a París tras la guerra. Es una persona distinta, víctima de la posguerra, pero no parece merecer mención.

Sartre se pregunta en esos años por el material que utiliza Giacometti. “Cómo hacer un hombre con la piedra sin petrificarle. Es todo o nada”. Es un problema que debe resolver. Es su principal preocupación. Necesita un material que ponga menos resistencia que la piedra para representar sus “existencias”. Es el yeso. Con él deja huella en los cuerpos de sus figuras, puede hundir el dedo en el cráneo de la mujer que se alarga hasta el infinito y desaparece en el contexto. Sola en un bosque de soledad.

Esto es un juego

“A principios de los años treinta, partiendo de las primeras invenciones formales en su obra escultórica temprana, las esculturas de Alberto Giacometti se expanden horizontalmente, como terrenos de juego”, escribe en el catálogo la comisaria de la muestra Giacometti. Terrenos de juego. A principios de los años treinta, cuando el escultor todavía estaba por hacer, cuando probaba formas y texturas para saber quién era, cuando tanteaba y compartía fórmulas con los surrealistas, cuando buscaba en el calor del grupo la protección contra el miedo del camino en solitario, cuando experimenta. Es entonces, cuando Giacometti no es Giacometti, ni ha sobrevivido a una guerra mundial, cuando el escultor se siente atraído por la cara más lúdica del arte y la vida pública de las piezas.

Las esculturas de tablero de mesa de la primera etapa, son vinculadas por la comisaria con el trabajo que desarrolla a la vuelta de la guerra, momento en el que el escultor es presentado al visitante como un artista obsesionado –durante 40 años- por realizar una gran escultura en el espacio público. La prueba con la que este discurso trata de demostrar su tesis es el proyecto frustrado –encargado en 1958- para la explanada del Chase Manhattan Bank de Nueva York, con el que se cierra la sala que despide la exposición, coronada por las espectaculares y carísimas piezas La gran mujer y El hombre que camina.

La comisaria explicó hasta en tres ocasiones durante la rueda de prensa que esta exposición en su primera parada, en Hamburge Kunsthalle (Hamburgo), recibió 100.000 visitantes, antes de aclarar que el artista vivía en una contradicción: aislado de la población y comunicado con ella. El problema básico de esta exposición –magna exposición- es que no aclara ni una cosa ni la otra. Ni queda patente la nueva cara que quiere hacerle la comisaria al escultor suizo, ni lo contrario.

La escultura escasea

Las pretensiones no quedan claras porque no es una muestra sobre la escultura de Giacometti, si tenemos en cuenta que de las 197 piezas, sólo hay 32 esculturas, es decir un 16%. Lo más sobresaliente es su trabajo sobre papel, ya sea acuarela, litografía y tinta, que es lo que más se reparte a lo largo del recorrido, casi el 54% de lo expuesto. La mayor parte de este material sirve para recrear el famoso taller de 18 metros cuadrados que el escultor tenía en la Rue Hippolyte-Maindron.

Pero aquí también surgen las contradicciones. Mientras que el dramaturgo Jean Genet escribe en 1958 un breve ensayo sobre el taller de Giacometti. Asegura que allí es donde se refugia del mundo para hallar una soledad temporal pero profunda y encontrarse con el origen de la belleza, que no es otro que la herida. “Singular y distinta en cada uno de nosotros”.

Entonces Genet disecciona el significado del trabajo de nuestro escultor: “Lejos está entonces el arte de Giacometti de lo que llamamos miserabilismo. Pareciera más bien que su arte se propone descubrir esa herida secreta de todo ser y hasta de toda cosa, a fin de que los ilumine." Pero la comisaria no lo ve así, entiende esta diminuta estancia completamente diferente a como dice el mejor de los testigos directos: “El espacio del taller se convierte en terreno de juego y experimentación”.

Fuera todo lo oscuro

“Nada llegará”, escribe Giacometti en un acto que niega el futuro, una afirmación dentro de una negación. Un calado de poso apesadumbrado. En una entrevista de 1961 al L’Express responde que no ha tenido nunca la impresión de estar estancado: “Además, me es indiferente que en la exposición haya cosas conseguidas o fracasos. Como de todos modos, para mí es un fracaso, me parecería normal que los demás ni siquiera mirasen. Nada tengo que pedir, salvo seguir enloqueciendo”.  

El Giacometti doloroso e iluminado ha quedado enterrado por el celebratorio y jaranero en la muestra. Probablemente, los responsables hayan temido que en el año 2013, con un panorama más cenizo que las propias figuras del artista, y una población mundial deprimida -incluso la española, a pesar de lo que el presidente de todos ellos anuncia-, lo conveniente era trabajar en otra línea con la imagen icónica del escultor.

Mejor la celebración del pop, la devoción del fotogénico, atractivo y misterioso artista visitado por un sinfín de fotógrafos en horas de trabajo. Giacometti visto por Man Ray, Cartier-Bresson, Robert Doisneau o Ernst Scheidegger. En total, 59 fotos (casi un 32% del volumen de las obras expuestas). En Mapfre hay un artista que se parece a Giacometti, no se lo pierdan.  

Hace un año el Museo Picasso de Málaga hacía de Alberto Giacometti “un hombre lleno de humor”. La comisaria de aquella retrospectiva, Véronique Wiesinger, quiso acabar con su imagen de artista “solitario, angustiado y obsesionado por la muerte”. El tópico, según la experta, nos confunde e insiste en enseñarnos al escultor más importante del siglo XX como “un artista que sufre”. ¿Por qué? “En la mayor parte de sus fotografías de madurez, adopta una expresión seria. Pero porque, como Hemingway, tenía la dentadura muy fea y no quería enseñarla por coquetería”, dijo Wiesinger aportando un argumento de peso.