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Haneke, la broma final del hombre más serio de Europa
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EL DIRECTOR AUSTRIACO RECIBE EL PREMIO PRÍNCIPE DE ASTURIAS DE LAS ARTES 2013

Haneke, la broma final del hombre más serio de Europa

Hemos escuchado tantas veces eso de que Michael Haneke (Múnich, 1942) es un director austriaco que quizás hayamos olvidado ya lo que significa eso. Tan austriaco

Foto: Haneke, la broma final del hombre más serio de Europa
Haneke, la broma final del hombre más serio de Europa

Hemos escuchado tantas veces eso de que Michael Haneke (Múnich, 1942) es un director austriaco que quizás hayamos olvidado ya lo que significa eso. Tan austriaco que estudió filosofía y psicología en la Universidad de Viena (que ya es decir). Tan austriaco que uno no va ver sus filmes para echarse unas risas, aunque quizás sea un chiste el que mejor ha descrito su cine al homenajearlo desde la burla. Se cuenta en la estupenda Ilusión, premio a la mejor película en la sección ZonaZine del festival de Málaga, donde un extravagante cinéfilo que trabaja en una tienda se niega a vender películas de Haneke porque “hacen el mundo un poco peor”. Y hasta envía un mail al director austriaco: “Usted me da pena, señor Haneke. La vida es otra cosa. Abrace usted la esperanza, señor Haneke”.  

Una parodia que esconde varias verdades. Que Michael Haneke se ha hecho tan popular en nuestro país (medalla de Oro del CBA, dirección de óperas en el Teatro Real y ahora premio Príncipe de Austurias de las Artes 2013) que hasta aparece como personaje en películas de ficción. Haneke ya es un icono pop en España. Merito descomunal para un director salido del circuito de la versión original y con una trayectoria cinematográfica tan rigurosa que pensar en verle hacer un filme comercial suena a hipótesis disparatada. Pues aquí está con el Principe de Asturas bajo el brazo.

Otra verdad de la parodia: Haneke es sinónimo de inquietud, desasosiego, drama centroeuropeo y reflexiones inflexibles sobre la violencia contemporánea. Por eso es tan fácil bromear sobre su cine: porque no es ninguna broma. El que quiera diversión o mirar hacia otro lado mientras la sociedad europea se descompone, tendrá que cambiarse de sala. No es Haneke el que hace el mundo peor sino el que pone la cámara delante de unas realidades francamente incómodas.

Cine de conmoción

Haneke se resume así mismo (y a su obra) de este modo: 1) “Siempre enfoco mi cine en la violencia, porque en la sociedad moderna en que vivimos es imposible evitarlo. Me gustaría que me consideraran un especialista en la representación de la violencia en los medios. Además, nuestra cultura está marcada por el judaísmo y el cristianismo, y eso hace que llevemos en las entrañas el sentimiento de culpabilidad. No soy un adicto a la culpabilidad, pero la idea de filmarla me ha obsesionado”. 2) “El cine es complejo. Me interesa cómo cauce de análisis en un mundo tantas veces perturbador. Sin embargo, no pretendo dar un libro de instrucciones sobre mis películas. Como cineasta busco la conmoción en la sala”. 3) Encuentro que las películas de hoy día son cada vez más planas, más banales y al espectador le tratan como si fuera tonto. Quiero que me tomen en serio como espectador. Cuando hago una película intento pensar en mi espectador como una persona inteligente, no un bobo, eso es todo”.

Poca broma, pues. No hace falta que digan que el cine de Haneke es muy serio: ya es encarga él de blindar el tópico.

Sin embargo, Haneke ha dinamitado el juego de los lugares comunes sobre lo riguroso e inflexible de su mirada con su última película, Amor, responsable de su conversión en artista de éxito (Palma de Oro en Cannes por segunda vez y una larga ristra de nominaciones a los Oscar). Porque en Amor, que narra la relación entre dos ancianos (Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva) en estado de decrepitud física (parece mentira que haya tenido que venir un austriaco a mostrarnos de una vez por todas y como nadie lo había hecho hasta ahora lo que significan realmente esas dos palabras), Haneke da muestras de una humanidad que no se le conocía hasta ahora al titán de la frialdad y el distanciamiento detrás de la cámara.

Después de ver Amor ya nadie podrá acusarle de estar tan pendiente de no caer en los abismos de la sentimentalidad que no muestra empatía alguna con sus personajes. Pero que no se asusten los seguidores de Haneke que aún no la hayan visto: Amor es Haneke 100%. Pero viendo sus imágenes hasta se podría pensar, con perdón, que es un hombre con sentimientos. Parece que solo ha tenido que tocar un tema que le era más cercano para ganarse al pueblo. “Creo que Amor es mi película más tierna”, ha dicho. Sí, han leído bien, Haneke ha dicho “tierno” y no se ha hundido el mundo del cine de autor. Ya nunca más le veremos con los mismos ojos. El riguroso pastor protestante del cine europeo también tiene sentimientos. Por tener tiene hasta un Príncipe de Asturias. Contra todo pronóstico (y tópico) razonable. 

Hemos escuchado tantas veces eso de que Michael Haneke (Múnich, 1942) es un director austriaco que quizás hayamos olvidado ya lo que significa eso. Tan austriaco que estudió filosofía y psicología en la Universidad de Viena (que ya es decir). Tan austriaco que uno no va ver sus filmes para echarse unas risas, aunque quizás sea un chiste el que mejor ha descrito su cine al homenajearlo desde la burla. Se cuenta en la estupenda Ilusión, premio a la mejor película en la sección ZonaZine del festival de Málaga, donde un extravagante cinéfilo que trabaja en una tienda se niega a vender películas de Haneke porque “hacen el mundo un poco peor”. Y hasta envía un mail al director austriaco: “Usted me da pena, señor Haneke. La vida es otra cosa. Abrace usted la esperanza, señor Haneke”.