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Distintas tonalidades en un sobrio y oscuro 'Rey Lear'
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Distintas tonalidades en un sobrio y oscuro 'Rey Lear'

En la negra sobriedad de un escenario en el que en su parte superior se puede leer 'Lear', el centro del universo de la obra, hacen

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Distintas tonalidades en un sobrio y oscuro 'Rey Lear'

En la negra sobriedad de un escenario en el que en su parte superior se puede leer 'Lear', el centro del universo de la obra, hacen su aparición un nutrido grupo de personajes. El rey rodeado de su corte y consciente de su vejez quiere repartir su reino entre sus tres hijas, pero antes pide que cada una demuestre la medida de su amor. Las dos primeras lo hacen, siguiendo un juego lleno de convenciones, pero la tercera, Cordelia, sincera y afectuosa, ve la tarea imposible: el amor y los números son dos términos incompatibles. A partir del reparto y el destierro de su hija menor a causa de su respuesta, el monarca se verá relegado a un segundo plano, despojado de su alta significación para ser convertido en nada: un loco que busca la compañía de su bufón, el único que le dice la verdad.

La locura, la desesperanza y un reino que sufre tribulaciones. Puro Shakespeare en manos de Gerardo Vera con la inestimable ayuda de la pluma de Juan Mayorga, último Premio Nacional de Teatro que ya colaboró en las versiones de las dos otras obras mayores dirigidas por el responsable del Centro Dramático Nacional: Divinas palabras y Un enemigo del pueblo. Y para poner en pie este monumento dramatúrgico, se hace rodear de 23 actores para los que todo son alabanzas: "Nunca he tenido un elenco así. Nunca". Una leyenda de las tablas argentinas Alfredo Álcon, sin el que, según Vera, no hubiese hecho la obra, se ocupa del gran papel, un Lear que descubre la verdad de las cosas una vez que se despoja de sus atributos monárquicos y cae en la cuenta de que aquello que despreció era lo que más valía la pena; el resto, pura farsa.

En torno a él se tejen las conspiraciones de sus dos hijas -las talentosas Carme Elías y Cristina Marcos-, igual que la de Edmond -Jesús Noguero- respecto a su padre, el Conde de Gloucester, el personaje que en paralelo viene a reafirmar las contrariedades que atañen al rey destronado: la vejez, el abandono y la desnudez, así como los ojos que a Gloucester arrancan salvajemente, captadores de una realidad engañosa. Todo es una gran mentira puesta sobre un escenario.

Como siempre, Vera, completo hombre de teatro, se encarga de la escenografía, en este caso acompañado de Ricardo Sánchez Cuerda, un lugar demasiado impersonal debido al espíritu de universalizar el mensaje del inglés, algo que también se hace con los ropajes estilo años cuarenta que portan sus personajes, tiempos revueltos que se adaptan como un guante a sus tramas. A música se suma al tono gris de la obra aportando muy poca miga y un aire algo artificial al resultado final. Pero principalmente hay algo en el tono de las interpretaciones que no termina de funcionar: parece que por un lado fuesen las más sobrias y naturalistas de Alcón, Elias, Marcos o del excesivamente despreocupado Luis Bermejo en el papel de Bufón; y por otro, las de los actores que interpretan a los hijos de Gloucester, Jesús Noguero y Albert Triola, más exagerados y chirriantes-. Y es algo que al final pesa al montaje, sustentado finalmente en la naturalidad y frescura de Alfredo Alcón -totalmente despojado de su acento argentino-, que sorprende y arrastra el aplauso de la sala.

LO MEJOR: La frescura de un actor tan curtido como Alfredo Alcón.

LO PEOR: La excesiva sobriedad del conjunto.

En la negra sobriedad de un escenario en el que en su parte superior se puede leer 'Lear', el centro del universo de la obra, hacen su aparición un nutrido grupo de personajes. El rey rodeado de su corte y consciente de su vejez quiere repartir su reino entre sus tres hijas, pero antes pide que cada una demuestre la medida de su amor. Las dos primeras lo hacen, siguiendo un juego lleno de convenciones, pero la tercera, Cordelia, sincera y afectuosa, ve la tarea imposible: el amor y los números son dos términos incompatibles. A partir del reparto y el destierro de su hija menor a causa de su respuesta, el monarca se verá relegado a un segundo plano, despojado de su alta significación para ser convertido en nada: un loco que busca la compañía de su bufón, el único que le dice la verdad.