Reinterpretación plastificada del bodegón

Toda visita a un museo siempre esconde el placer final de pasarse por su tienda y adquirir uno de los bellos productos que allí se ofrecen. El pintor chileno Carlos Vega Faúndez (1972) lo ha tenido muy en cuenta en esta exposición que presenta en la Galería Ansorena de Madrid, con un trabajo centrado en mostrar con una técnica muy realista una serie de catálogos introducidos en bolsas de plástico transparentes o directamente sin desembalar.

Todo este interés por esta temática particular proviene de observar "lo que pasa en el mercado del arte", cuenta el artista a El Confidencial, "ya no se va solo a ver arte a los museos, sino también a comprar catálogos y otras cosas". Y entre esos museos hay uno en el que se centra: el del Prado, cuyas bolsas son las que más "juego" le dieron en sus bodegones.

"La verdad es que siempre me interesó el bodegón y tratando de actualizarlo y, buscando alguna tendencia que me representase, un día se me ocurrió hacer una composición con bolsas de museos", cuenta el artista. De hecho su primer cuadro Bolsas de museos, tiene en esta muestra una segunda versión en la que los catálogos y los rollos de posters se acumulan en cuatro bolsas sobre una superficie blanca.

Pero lo que sobre todo destaca es el bodegón con una sola bolsa que delata o no (es el caso de la de Tate, una bolsa violeta de esa galería inglesa), el contenido, la portada de ese catálogo, por lo general una obra clásica pasada por un tamiz de plástico: "Me gusta imaginarme lo que hubiesen pensado Veermer o Durero si viesen su obra representada dentro de una bolsa".

Vega Faúndez, que reconoce la influencia de pintores realistas compatriotas suyos, como Claudio Bravo, y otros como Muñoz Vera, ya que "en mi carrera la he hecho al alero de él en la Escuela de Chinchón", afirma que lo más destacable de esta exposición "es que he conseguido una técnica bastante madura, lo que hace que la exposición esté muy lograda"

Desde luego que sí. A la originalidad de la propuesta de este creador que se empezó a tomar muy en serio esto de dedicarse al arte pictórico con 16 años -en los veranos se dedicaba a llevar su atril y su paleta en ristre-, hay que sumar el detallismo, el acabado prodigioso de sus obras. Todo un deleite para el espectador o el curioso que crea ver fotografías donde, en realidad, hay óleos