Es noticia
Los buenos modales, con Franco y ahora
  1. Alma, Corazón, Vida

Los buenos modales, con Franco y ahora

El civismo está más de moda que nunca. Las repetidas vulneraciones, a gran y pequeña escala, de las normas de convivencia que hoy vivimos (o, al

El civismo está más de moda que nunca. Las repetidas vulneraciones, a gran y pequeña escala, de las normas de convivencia que hoy vivimos (o, al menos, la frecuencia con que los medios de comunicación inciden en ellas) suelen hacernos pensar que las actitudes de respeto se han perdido, que la cortesía y la buena educación son cosa del pasado. No en vano, cuando Sarkozy afirma, y medio mundo lo repite, que sueña con una escuela donde los alumnos se levanten cuando entra el maestro, está incidiendo en uno de los asuntos a los que la población adulta, por los motivos que se quiera, más importancia concede.

Sobre esos buenos modales, sobre las normas de conducta que cada sociedad encuentra adecuadas, acaba de publicar Fernando Ampudia de Haro, doctor en sociología por la Universidad Complutense e investigador en la Fundaçao para a Ciência e a Tecnología (Portugal) Las bridas de la conducta (Ed. Centro de Investigaciones Sociológicas) en el que da cuenta de los cambios que, a través de los siglos, ha vivido un proceso civilizatorio que encontraba en estos buenos modales un símbolo de importancia expresa. Ser educado y conocer y respetar las normas de convivencia era señal necesaria de que se había domesticado al salvaje que se llevaba dentro, de que se había alejado de los modales rudos del vulgo y, sobre todo, era signo de elevada moralidad.

Ese no es el sentido que se le atribuye hoy, una época mucho más pendiente de que cada cual se autodefina, encuentre su estilo y su forma personal de expresarse. Los manuales que nos enseñaban modales ya no existen y se han transmutado, según Ampudia de Haro, en textos de autoayuda que, claro está, ya no son fuente de moralidad, sino que nos ayudan “ a autorrealizarnos, a distinguirnos emocionalmente desarrollando la autenticidad y originalidad de cada persona”.

Los cambios se aprecian especialmente si los proyectamos sobre el telón de fondo del anterior régimen. Según Ampudia de Haro, “durante la dictadura -y generalizo porque casi 40 años dieron para mucho- los buenos modales están ligados a un arquetipo de ser humano, el español, inconcebible sin el concurso del catolicismo, la tradición y el retorno idealizado y retórico al mundo del Antiguo Régimen. En este punto, resulta curioso que, cuando la sociedad se transforma de forma visible desde los años 60, el grado de congruencia de los cambios con ese arquetipo definido a través de los modales sea mínimo y por ello tal arquetipo acabe resultando anacrónico”. En nuestro tiempo, sin embargo, “los manuales y los modales que prescriben excluyen la posibilidad de dar forma integral a un modelo de ser humano; no son tan ambiciosos o, si se prefiere, no pretenden el adoctrinamiento ni la inculcación”.

La era del autocontrol

Y es que el sujeto de los buenos modales actuales acepta mucho menos el control externo de sus conductas y se preocupa mucho más por autocontrolarse. En realidad, nuestros tiempos creen en la idea liberal de que habitamos en un sociedad en la que cada cual toma sus decisiones, lleva a cabo acciones libres y propias, y adquiere por sí mismo sus recompensas y sus castigos. Y la forma de comportarse, los modales, serían un paso más de en esa tarea de pulimiento interior que necesita el ser humano para lograr los mejores objetivos personales. Viviríamos, pues, en una sociedad donde hay menor presión exterior para que cumplamos las normas, ya que esa obligación se habría interiorizado.

Según Ampudia de Haro “El autocontrol es más exigente para el individuo porque le obliga a pensar sobre sí, a considerar las consecuencias de sus actos, dar con la conducta adecuada y seleccionar adecuadamente la expresión y disfrute de las emociones. Tiene que ver con una mayor variedad de posibilidades de comportamiento dependiendo de los contextos en los que nos movamos y la pluralidad de reglas que se dan en los mismos: éstas no son unívocas y nos obligan a elegir. El heterocontrol no requiere ese esfuerzo reflexivo porque la regla de conducta tiende a ser clara y única y a no depender de elecciones individuales. De todas formas, el comportamiento y la emocionalidad nunca son totalmente autocontrolados o heterocontrolados. Se da un balance entre ambos polos y hay que ver cuál predomina sin que ello signifique la desaparición del no predominante”.

Sin embargo, si la urbanidad y el civismo están más en el suelo público que nunca, es porque parte sustancial de la población entiende que están fallando tanto los mecanismos preventivos como los sancionadores. En definitiva, que estamos siendo demasiado permisivos con conductas particulares que lesionan al colectivo. Y, por tanto, que es necesario mayor heterocontrol, mayor mano dura.

Ampudia de Haro reconoce esas quejas pero cree que la mano dura “no sirve si lo que se quiere es que las personas interioricen conductas cívicas, que las hagan suyas. Si los ciudadanos cumplen cívicamente tan sólo por temor a la coacción y al castigo podemos suponer que, una vez desaparecida la amenaza de la coacción, no volverán a comportarse correctamente. Lo interesante y deseable es que el cumplimiento se interiorice y no dependa tanto de la presencia coactiva, por ejemplo, del Estado y su mano dura; que el individuo calibre las consecuencias de sus actos en la vida social. La interiorización del civismo, su conversión en hábito requiere educación y no se me ocurre quién podría ofrecerla sino es el propio Estado”. Y entiende además, que este asunto no es algo que pueda dividirse en diferentes opciones según el marco político que las impulse. “Esto no es de izquierdas ni de derechas. Me parece deseable que se asuma en términos generales más allá de la disputa política. Somos ciudadanos en todo momento a pesar de quien nos gobierne, compartimos el espacio público y por eso, por compartirlo, tenemos que saber cómo comportarnos y cómo usarlo”.

¿Intromisiones en la vida privada?

Ahora bien, el recurso al Estado como instancia educadora ha llevado a asuntos últimamente polémicos. No sólo por la controversia promovida alrededor de la asignatura educación para la ciudadanía sino por las discusiones generadas por la penalización de la comida basura, la ingesta de alcohol o el consumo de tabaco. Hay quien subrayaba esos asuntos como intolerables intromisiones en la vida privada, pero también quien aducía que eran necesarios para moderar los excesos. Pero, ¿podrían ser considerados faltas de educación, en el sentido de que quien come o bebe en exceso no ha asimilado lo que es mejor para él y para la sociedad? ¿Está el Estado tratando de educarnos?

El Estado, según Ampudia de Haro, “está intentando economizar energías buscando que nosotros invirtamos más esfuerzos y recursos en autogobernarnos. Es un modo de concebir la acción de gobierno, una racionalidad política hablando en términos foucaltianos, que comparten tanto la derecha como la izquierda con diferentes matices. Lo que sucede, por ejemplo, con el tabaco, el alcohol y la comida basura, por ejemplo: se propone un discurso estatal y experto fundamentado en el valor sagrado de la salud, se destapan los riesgos posibles en los que incurrimos si la vulneramos y se nos invita a que conjuremos privadamente el riesgo, por ejemplo, haciendo dietas, siendo moderados, asistiendo a terapias, consultando a profesionales, haciendo ejercicio, desarrollando pautas alternativas de ocio o comprando un libro de autoayuda para dejar de fumar. Los riesgos se combaten apelando a la responsabilidad individual y a los medios que por nosotros mismos podemos poner para hacerlo. En muchos sentidos, civilizarse es hoy eso. Así, los que no cumplen fácilmente acabarán siendo entendidos como los nuevos 'bárbaros' que no asumen lo que es bueno para ellos y para la sociedad en su conjunto”.

El civismo está más de moda que nunca. Las repetidas vulneraciones, a gran y pequeña escala, de las normas de convivencia que hoy vivimos (o, al menos, la frecuencia con que los medios de comunicación inciden en ellas) suelen hacernos pensar que las actitudes de respeto se han perdido, que la cortesía y la buena educación son cosa del pasado. No en vano, cuando Sarkozy afirma, y medio mundo lo repite, que sueña con una escuela donde los alumnos se levanten cuando entra el maestro, está incidiendo en uno de los asuntos a los que la población adulta, por los motivos que se quiera, más importancia concede.