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'Montecristo': el mito del conde para la era de los cuerpazos de mentira y la 'little' Miami
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'Montecristo': el mito del conde para la era de los cuerpazos de mentira y la 'little' Miami

La serie, producida por Secuoya y disponible en España en Movistar Plus+, es tan mala que se ve más por completismo que por interés genuino en su revisión del clásico de Dumas

Foto: El actor William Levy en una imagen de su nueva serie, 'Montecristo'. (Secuoya Studios)
El actor William Levy en una imagen de su nueva serie, 'Montecristo'. (Secuoya Studios)

Para estar inspirada en una novela que terminó de escribirse en 1844, Montecristo no podría ser una serie más actual. Versiona la historia de Alexandre Dumas en un contexto lleno de referentes modernos, como las start-ups, los físicos imposibles y los ansiolíticos, pero también porque presume el extraño logro de caer en incontables vicios de las series de hoy. No se deja ni uno.

Pese a su ambientación contemporánea, la serie, producida por Secuoya Studios para el servicio de streaming hispanoamericano ViX+ y disponible completa en España en Movistar Plus+, es casi un calco, punto por punto, de la trama de El conde de Montecristo. Así que, ¿cómo adapta la producción el clásico decimonónico de Dumas? La respuesta corta es... mal.

'Montecristo' es tan mala que se ve más por completismo que por interés en Dumas

La respuesta larga —porque para todo en esta vida hay una respuesta corta y una larga— debería empezar apuntando que la serie, de seis episodios de una hora de duración, actualiza mucha de la carne de la novela original, dejando el esqueleto casi intacto. Para el papel protagonista, Montecristo ha explotado el alto potencial telenovelesco del material de partida y cuenta con el cubano William Levy, la estrella de Café con aroma de mujer.

placeholder Un momento de 'Montecristo'. (Secuoya Studios)
Un momento de 'Montecristo'. (Secuoya Studios)

Aquí, Levy es Alejandro Montecristo, un empresario estadounidense de origen cubano que se ha enriquecido con una start-up y se traslada a Madrid para expandir su negocio al Viejo Mundo. Pero, en realidad, y como se espera cualquiera que haya visto u oído la historia alguna vez, aunque sea de rebote, Levy es también Edmundo Dantés, un joven condenado injustamente a quienes sus traidores hace tiempo dieron por muerto y que ha vuelto en busca de venganza en secreto.

Conociendo la sinopsis, los espectadores no podían esperar demasiadas sorpresas de esta nueva versión del mito del conde traída a la era de los cuerpazos de mentira y el dinero transnacional condensado en esa little Miami madrileña que representa su protagonista. Pero es que Montecristo es tan mala que se acaba viendo más por completismo que por interés genuino en su revisión del clásico de Dumas.

Dramáticamente asexual

El tal Alejandro Montecristo irrumpe en los mundos de la élite capitalina como una seria amenaza al orden de las cosas, pues nadie sabe de dónde viene su fortuna ni qué quiere exactamente de Madrid. Poco a poco, se descubre que el juego del acomodadísimo inmigrante latinoamericano implica desbaratar el privilegio de algunos viejos ricos (como Fernando Mondego, el personaje de Roberto Enríquez) y sus tejemanejes con una candidata política reaccionaria.

De nuevo, esta adaptación de la trama de Dumas al presente es incapaz de interesar por los medios habituales —los giros, las sorpresas y revelaciones—, pues incluso por los nombres se ve venir a los personajes y su función en el relato. No obstante, Montecristo tampoco atina a hacer que, al menos, ese repaso de los puntos básicos de la novela sea atractivo en sí mismo. Fatales problemas de estilo y tono como estos no se solucionan con un par de secuencias a lo Misión imposible, que también las hay.

placeholder Una imagen de 'Montecristo'. (Secuoya Studios)
Una imagen de 'Montecristo'. (Secuoya Studios)

Porque la cuestión no era hacer la serie disfrutable o divertida, sino exactamente eso, atractiva, dado que su segunda ambición central —y su otro gran fracaso— pasa por el tirón libidinoso de su protagonista. En ocasiones, parece que el propio William Levy, que también es productor ejecutivo de la serie, ha querido hacer de Montecristo un catálogo personal de las potencias que aún conserva como ídolo de las hormonas.

Y, sin embargo, solo en una época como la nuestra, una serie con tanta devoción por los músculos de su protagonista, con unas tensiones tan de rodaje porno entre él y cada personaje femenino que se le pone por delante, podría resultar tan dramáticamente asexual. Montecristo, en fin, es un gatillazo.

Para estar inspirada en una novela que terminó de escribirse en 1844, Montecristo no podría ser una serie más actual. Versiona la historia de Alexandre Dumas en un contexto lleno de referentes modernos, como las start-ups, los físicos imposibles y los ansiolíticos, pero también porque presume el extraño logro de caer en incontables vicios de las series de hoy. No se deja ni uno.

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