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En defensa de 'Sálvame': sus cinco grandes lecciones televisivas
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UNA HUELLA IMBORRABLE

En defensa de 'Sálvame': sus cinco grandes lecciones televisivas

Desde la continua transgresión hasta la democratización de la fama, el emblemático formato deja una profunda huella en la historia de la televisión

Foto: Jorge Javier, en 'Sálvame'. (Telecinco)
Jorge Javier, en 'Sálvame'. (Telecinco)

Sálvame es historia y con su marcha muere la espontaneidad y la transgresión en televisión. El veterano programa de Telecinco, pilar fundamental de la cadena durante tantos años, ya no encaja con los intereses político-económicos de los altos cargos de Mediaset España. Presionados por la progresiva pérdida de audiencia de su cadena madre, los nuevos responsables del grupo han decidido tomar un rumbo más conservador en términos de contenido, con el objetivo de limpiar su imagen y cautivar al público de Atresmedia. Y Sálvame, con su naturaleza impredecible y un presentador titular tan difícil de amordazar como Jorge Javier Vázquez, se ha convertido en un monstruo indomable.

A pesar de la división de opiniones que ha generado su existencia —genialidad para muchos, telebasura para otros— y su cuestionable código ético, la mayoría de analistas televisivos coindicen en que Sálvame ha dejado una huella imborrable en la industria audiovisual y ha cambiado para siempre la forma de hacer televisión, al margen de su contenido. El formato, producido por La Fábrica de la Tele, ha sabido captar lo mejor y lo peor del ser humano para crear un espectáculo único, impredecible y kamikaze. A continuación, exploramos las valiosas lecciones televisivas que nos deja este inclasificable espacio televisivo que sus sucesores deberían tener en cuenta si también pretenden mantenerse en antena durante 14 años. Y es que como expresó en directo esta semana una de sus colaboradoras más serenas, Gema López, una cadena sin Sálvame a lo mejor se tiene que salvar.

placeholder Jorge Javier Vázquez, presentador de 'Sálvame'. (Mediaset)
Jorge Javier Vázquez, presentador de 'Sálvame'. (Mediaset)

Tu vecina también puede ser famosa

Jorge Javier Vázquez, el rey del cortijo ausente en su despedida por motivos de salud, expresó en una ocasión que en Sálvame tiene cabida "lo mejor de lo peor". Y es que el programa ha logrado desmantelar el concepto tradicional de fama para democratizarla, desafiando el tufillo clasista que se respira en otros programas de la misma cadena. En las sillas de Sálvame ha habido espacio para todo aquel que haya tenido el más mínimo contacto con una figura mediática: el vecino del quinto, el peluquero de confianza, la dependienta de la zapatería, el primo del cuñado e incluso el señor con bigote que pasaba por allí. Poco a poco, el programa ha construido su imagen en torno a una sólida premisa: Sálvame es la voz del pueblo, el altavoz de aquellos que no tienen voz, enfatizando que todos los ciudadanos merecen su minuto de gloria, más allá de su formación académica o nivel cultural. Y por eso tanta gente se ha aferrado al programa con devoción, porque se han sentido interpelados de tú a tú, sin miradas por encima del hombro. La España de Paqui La Coles es la misma que la de Naty Abascal, y solo Sálvame lo supo entender.

Las socialités de la pomposa aristocracia del mundo del corazón han dejado de ser intocables en Sálvame, que ha cuestionado sus privilegios y ha dinamitado el tono complaciente que solía caracterizar a la prensa rosa en su trato hacia estos personajes. La España en blanco y negro representada por marqueses trasnochados, los miembros más díscolos de la casa real o el mundo del toro ha sido puesta en tela de juicio gracias a los debates del programa y la incisiva edición y locución de los vídeos, otro de los puntos fuertes del formato gracias al ingenio de redactores como Germán González o Miriam Ruiz. Sálvame ha desafiado la imagen intocable de estos famosos de alta cuna y ha puesto de relieve su lado más banal, poniendo en evidencia su desconexión con la realidad del común de los mortales.

placeholder Jorge Javier Vázquez y Belén Esteban, en el plató de 'Sálvame'. (Mediaset)
Jorge Javier Vázquez y Belén Esteban, en el plató de 'Sálvame'. (Mediaset)

Un argot propio que trasciende la pantalla

Sálvame ha creado un argot propio, con vocablos y expresiones que la gente replica en la calle, independientemente de si ven o no el programa. En la oficina ya no hablamos de nuestros superiores, ahora nos referimos a ellos como la cúpula. Las personas ya no se mueren, se van de viaje. Si queremos compartir el último cotilleo de alguno de nuestros amigos, rápidamente alguien exclama "¡Bomba!" o incluso simbólicamente pide que le traigan el pulpillo.

Hemos dejado de beber alcohol, ahora ingerimos agua con misterio. Además, utilizamos la pregunta "¿mortero o monedero?" para indagar sobre las preferencias en el arte amatorio. Y hablando de amor: si dormimos en un hotel con un antiguo ligue que sabemos que no nos conviene, preferimos dulcificar la experiencia y decir que hemos tenido una noche de amor, como Chelo y Bárbara.

placeholder El redactor Germán González junto a Lydia Lozano. (Mediaset)
El redactor Germán González junto a Lydia Lozano. (Mediaset)

Cuando nos topamos con el típico sabelotodo en una fiesta, nos preguntamos rápidamente si este ha estudiado en Harvard o en Oxford. Si alguien se hace el remolón para hacernos un Bizum, ¿qué le decimos? Efectivamente: "¡PÁ-GA-ME!". No podemos negar que Sálvame ha dejado su huella en nuestro lenguaje. ¡Sí lo digo! Este lenguaje tan singular se ha traducido en un gigantesco impacto en la cultura popular, que ningún otro espacio diario ha conseguido imitar. Bajo el hashtag #YoVeoSalvame los constantes momentazos del programa rápidamente se volvían virales, convirtiendo al programa en un tema de conversación constante en Twitter durante sus catorce años de vida. Un universo propio imposible de replicar y una habilidad única para trascender la pantalla. Porque la televisión tiene unos códigos muy definidos, pero es más poderoso romper con todos ellos.

La labor social por encima de la frivolidad

Entre pan y circo, Sálvame también ha encontrado espacio para abordar temas más serios sin miedo a incomodar. Desde una aparente frivolidad, el programa ha ido colando mensajes de tolerancia y respeto hacia las minorías, arriesgándose a perder la simpatía del público más envejecido, menos habituado a ciertos discursos. El programa ha respaldado activamente el feminismo, dedicando secciones como Con M de Mujer, con Geles Hornedo, para destacar la importancia de la lucha por la igualdad de género, y otras de contenido social como Perro qué bien, en la que animaban a los espectadores a adoptar mascotas en lugar de comprarlas. Además, Sálvame ha buscado visibilizar al colectivo LGTBIQ+, aunque sin llegar a alejarse de los estereotipos y ciertos clichés. No podemos dar plenamente la razón a Jorge Javier con eso de que es un programa "de rojos y maricones", pero es evidente que ha ayudado a normalizar la diversidad.

placeholder Imagen de los primeros años de 'Sálvame'. (Mediaset)
Imagen de los primeros años de 'Sálvame'. (Mediaset)

El programa de Telecinco también ha abordado asuntos tan sensibles como la violencia de género, especialmente a raíz del impactante testimonio de Rocío Carrasco, actualmente vetada en todos los programas del grupo. Una labor social empañada por su enfoque sensacionalista y por cierta hipocresía a la hora de tratar los temas, pero que al menos ha tenido el valor de ponerlos sobre la mesa.

Las estrellas, cada tarde en el plató

¿Los famosos de siempre no generan suficientes salseos? No hay problema: la vida de los propios colaboradores resulta mucho más interesante y puede ser exprimida hasta las últimas consecuencias. Sálvame ha demostrado una gran habilidad para crear tramas en torno a sus propios trabajadores, un concepto que ya se exploró en formatos como Tómbola o Crónicas Marcianas, pero que Sálvame ha llevado al extremo y ha sido clave para su supervivencia.

Belén Esteban, Kiko Matamoros, Carmen Borrego, Mila Ximénez, Rosa Benito, Raquel Bollo, Lydia Lozano o Anabel Pantoja se convertían en personajes al exponer cada tarde su vida privada, al mismo tiempo que dejaban al descubierto las miserias de sus propios compañeros, quienes se convertían en aliados o enemigos según los intereses del programa. Sálvame no necesitaba depender de que las auténticas celebrities proporcionasen contenido: fabricó sus propias estrellas. Los protagonistas de casi todas las tramas que alimentaban el show formaban parte del mismo universo, se sentaban cada tarde en plató y entraban al trapo en todas las disputas, ya que su salario dependía de ello.

Foto: Rosa Benito, en 'Sálvame'. (Mediaset)

El ciclo estaba claro: un colaborador insultaba gravemente a otro el lunes, lo que llevaba a que este se defendiera el martes, y luego se organizaba un cara a cara entre ambos el miércoles. El jueves llegaba la reconciliación y el viernes se debatía sobre lo sucedido. Para culminar, el fin de semana los protagonistas se sometían a un Polideluxe. Este modelo de retroalimentación, a pesar de su desgaste progresivo —debido a las salidas de los colaboradores más polémicos, el fallecimiento de Mila Ximénez o la moderación gradual de rostros como Belén Esteban y los Kikos—, ha logrado mantenerse fresco durante casi tres lustros.

Behind the scenes: la era del costumbrismo mágico

Sálvame ha hecho historia en la televisión al romper, precisamente, con la magia del medio. En La Fábrica de la Tele han instaurado un nuevo modelo televisivo que podríamos llamar costumbrismo mágico. Es decir, replicar en pantalla el comportamiento natural del ciudadano medio y acercar la televisión a la realidad de la gente. Porque en nuestras casas también discutimos, lloramos a moco tendido, nos increpamos y nos perdonamos mientras merendamos un bocadillo de mortadela. Este estilo se materializó en secciones como Ding Dong, donde el propio Jorge Javier se desplazaba hasta el domicilio de los espectadores del programa para conocer sus historias de primera mano, regalándonos momentos de puro surrealismo.

placeholder David Valldeperas y Jorge Javier Vázquez en 'Sálvame'. (Mediaset)
David Valldeperas y Jorge Javier Vázquez en 'Sálvame'. (Mediaset)

El programa nunca ha tenido reparos en mostrarnos su trastienda, revelando la parte trasera de los decorados de cartón piedra, la redacción, los pasillos e incluso los baños de Mediaset. Si Belén Esteban tenía hambre, se comía un yogur delante de las cámaras. Si Carmen Borrego necesitaba ir al baño a hacer aguas mayores, la acompañaban hasta la puerta. Si un confidente llamaba a alguno de los colaboradores, éramos testigos de la conversación en directo. Hemos escuchado las instrucciones de los directores a voz en grito y hemos acompañado a los colaboradores enfadados en sus salidas del plató mediante los conocidos protocolos de abandono. Sálvame ha triunfado al trascender todos los límites, incluidos los de su propio plató.

Es innegable que Sálvame ha creado escuela, introduciendo un estilo más desenfadado y abriendo el camino a otros programas que han seguido su estela, aunque estos jamás lo reconocerán. Su influencia en la industria televisiva es notable, especialmente en sectores como la prensa deportiva. Programas como el ya extinto Punto Pelota (Intereconomía) o El Chiringuito de Jugones (Mega / La Sexta), e incluso fenómenos más recientes como la tertulia de la Kings League, capitaneada por Ibai Llanos y Gerard Piqué, son ejemplos claros de programas que han bebido de la esencia de Sálvame. Ni siquiera las tertulias políticas se han librado de lo que algunos expertos denominan salvamización de los contenidos televisivos. ¿Existiría Al rojo vivo tal y como lo conocemos sin un precedente como Sálvame?

Una televisión más cercana

Sálvame se despide, pero tardaremos años en olvidarlo. El programa ha sido mucho más que un simple espectáculo para alimentar nuestra sed de morbo, como afirman sus detractores, para convertirse en el refugio de millones de espectadores y en una nueva forma de hacer televisión, le pese a quien le pese. Un fenómeno sin precedentes que ha desafiado convenciones y ha cambiado para siempre las reglas del juego. A pesar de las furibundas críticas que ha despertado —a menudo, justificadas—, Sálvame ha demostrado que la televisión puede ser un reflejo de nuestra sociedad y mostrar nuestras pasiones, debilidades y contradicciones. Su despedida marca el inevitable fin de una era, pero su legado seguirá presente en nuestras pantallas.

Sálvame es historia y con su marcha muere la espontaneidad y la transgresión en televisión. El veterano programa de Telecinco, pilar fundamental de la cadena durante tantos años, ya no encaja con los intereses político-económicos de los altos cargos de Mediaset España. Presionados por la progresiva pérdida de audiencia de su cadena madre, los nuevos responsables del grupo han decidido tomar un rumbo más conservador en términos de contenido, con el objetivo de limpiar su imagen y cautivar al público de Atresmedia. Y Sálvame, con su naturaleza impredecible y un presentador titular tan difícil de amordazar como Jorge Javier Vázquez, se ha convertido en un monstruo indomable.

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