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López-Otín vuelve a la luz tras el escándalo: "He sido destrozado y me he recompuesto"
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ENTREVISTA CON EL CIENTÍFICO

López-Otín vuelve a la luz tras el escándalo: "He sido destrozado y me he recompuesto"

El bioquímico, una de las grandes eminencias de la ciencia española, reaparece tras haber pasado el peor año de su vida: 'papers' retirados, 6.000 ratones muertos y un laboratorio destrozado

Foto: El bioquímico Carlos López Otín (José Luis Cereijido / EFE)
El bioquímico Carlos López Otín (José Luis Cereijido / EFE)

El bioquímico Carlos López-Otín tardó 28 días y 28 noches en escribir 'La vida en cuatro letras: Claves para entender la diversidad, la enfermedad y la felicidad' (Paidós, 2019) el primer libro de carácter no científico de uno de los investigadores más citados y renombrados de España. Lo hizo como terapia, después de sufrir varios 'shocks' vitales que, según él, le privaron de su propósito en la vida o 'ikigay', el término japonés que López Otín (Sabiñánigo, 1958) prefiere para describir su aflicción.

Según describe en el libro, el desencadenante fue que en junio de 2018 los casi 6.000 ratones de López-Otín y su equipo en la Universidad de Oviedo fueron infectados con un virus murino que acabó con todos ellos. Meses después salió también a la luz que nueve artículos científicos en los que el investigador figuraba como primer autor fueron retirados de dos revistas científicas, ocho en el 'Journal of Biological Chemistry' y uno más en 'Nature Cell Biology', debido a fallos que, pese a no afectar a las conclusiones de los estudios, eran imperdonables según el propio López-Otín.

Foto: La experimentación con ratones de laboratorio ha sido históricamente eficaz. (EFE/Toni Garriga)

Entre medias, el mundo científico y académico español se ha volcado en defenderle pero en redes sociales el discurso ha sido radicalmente opuesto, tildando a este experto en genética del cáncer y otras enfermedades como un fraude consentido durante décadas. Todo esto llevó a López-Otín a un forzado periodo de desconexión y una escapada de varios meses a París.

Privado de sus labores habituales como catedrático, por ejemplo tener que responder a correos electrónicos y llamadas desde primera hora, y ante su incapacidad para quedarse mano sobre mano, se puso a escribir este libro. Las preguntas se amontonan así que nos citamos con él en el Hotel de las Letras de Gran Vía.

Si un extraterrestre bajara a la Tierra y examinara las pruebas disponibles pensaría que una de dos, o Carlos López-Otín está siendo víctima de una trama que roza lo criminal y cuyos responsables no han sido aún identificados o ha perdido completamente la chaveta.

Pregunta: Cuando los científicos, como ha sido su caso en este libro, escriben sobre la felicidad suelen ser tachados de poco serios, de 'orientalistas'. Se les recuerda que, por muy feliz que uno sea, eso no le va a curar el cáncer. ¿Cómo ve todo este debate?

Respuesta: La ciencia no siempre lo ha aceptado bien, pero llega un momento en el que tiene que aspirar que dejar de ser tan reduccionista como hemos sido hasta ahora, que es coger un ser humano e irlo descomponiendo en sus partes constituyentes hasta llegar a la molécula. Lo que pasa es que la vida es una propiedad emergente, el todo es más que la suma de sus partes. Estamos en una especie de inconsistencia, aplicamos técnicas reduccionistas pero nos falta algo. La ciencia tiene que buscar lenguajes integradores y ahí las emociones juegan un papel fundamental.

Esto lo cuenta muy bien Antonio Damasio, que se presta poca atención a la emoción. Y en este libro, de las cinco claves que se proponen para entender el concepto de felicidad, la última, la integradora, es la emoción.

P: ¿Cómo concibió este libro?

R: Es un libro científico que empieza proponiendo qué le pasa a un ser humano, yo mismo, que ha sido feliz durante toda su vida y de repente empieza a perder esa felicidad basal hasta quedarse abajo del todo. Empiezo a recordar que es un viaje al centro de la vida, otro viaje al centro de la enfermedad y una vez entendido esto, llegamos a la conclusión de que todo, la vida y la enfermedad, están escritas en un lenguaje que es el de las cuatro letras del genoma. Y no solo hay un lenguaje genómico sino que hay otros niveles, el lenguaje epigenómico y el metagenómico. Digamos que el genoma solo forma las primeras páginas del libro de nuestra vida, las demás las escribimos nosotros con los otros dos.

Y en la mezcla de todos estos lenguajes se obtienen no solo la vulnerabilidad a enfermedades o una mutación que nos causa cáncer, sino que también se encuentran los determinantes del bienestar. Por tanto, hoy la ciencia puede decir que hay un sustrato material para la felicidad, ya no es una cosa etérea. Pero la propuesta que hago en este ensayo se encuentra con una dificultad: ¿El azar dónde queda? Hay un componente importantísimo de azar que no está escrito. ¿Podría entonces haber nuevas formas de vida humana en las que el concepto de azar disminuya realmente?

P: Perdone que interrumpa, pero en su libro hay una distinción que me parece relevante: habla de la felicidad versus la percepción de la felicidad. Un mismo premio en la lotería provoca dos reacciones distintas a dos personas distintas. ¡Y lo mismo pasa con la mala suerte!

R: Siempre tiene que haber algo personal, lo que yo digo es que tendrá que venir de algún sitio, no es algo etéreo. Es verdad que no podemos controlarlo, aunque los humanos queremos controlarlo todo, así que la única opción es avanzar hacia los híbridos hombre-máquina o hacia la inteligencia artificial. ¿En qué vamos a quedar? En una nueva especie en la que el ser más feliz del mundo ha obviado la enfermedad, la disbiosis, el miedo, el dolor... sería una especie nueva llamada 'Homo sapiens sientens', el hombre que se da cuenta que siente y quiere sentir más, despojarse de las emociones negativas y multiplicar las positivas. Este es el futuro utópico que yo presento como alternativa al futuro distópico de los robots.

P: Una especie obligada a ser feliz.

R: No, porque la información será siempre imperfecta y sometida a las fuerzas del azar, que forman parte de nuestra existencia, por tanto seguirá existiendo la incertidumbre y por tanto no serás feliz. Por eso me gusta tanto el concepto de Abderramán III en su diario, "sólo he sido feliz 14 días en mi vida". Esto para mí ha sido una guía de mi vida desde que lo leí. Ahora se nos obliga a rellenar el Facebook o el Instagram con imágenes de felicidad banal, muy alejada de esos 14 días de felicidad pura que describió Abderramán.

Las nuevas especies serán más eficaces, pero nos echarán de menos.

P: El libro contiene muchas referencias musicales, de Arvo Pärt o Antonín Dvořák a música pop contemporánea. No conocíamos esa faceta suya.

R: Fue escrito en soledad y, por tanto, en silencio. Así que pensé que estaría bien que hubiera una música en vez de tanto silencio. ¿Y de dónde viene la música? Pues de aquellas canciones que, en 60 años, me han dicho algo. Cuando llegué a Madrid desde mi pueblo, por ejemplo, me encontré con las canciones de Antonio Vega. Es una música que hoy no es antigua, no sé si es de los artistas que le gustan, ¿o no mucho?

P: No, no, me llamaba la atención que en un libro sobre la felicidad con tanta música no apareciera el famoso tema de Vinicius de Moraes: "Tristeza não tem fim, felicidade sim".

R: Muy buena, gracias por la sugerencia. Con respecto a Pärt, el libro empieza y acaba con su 'Spiegel im Spiegel' porque la primera vez que la escuché pensé que era como la lectura del genoma, música repetitiva, muy bonita. De tres en tres, me imaginaba que estaba leyendo nuestros tripletes.

P: En un momento dado del libro critica estos test genéticos que prometen pronosticar tus futuras capacidades como pintor, músico o futbolista.

R: Son muy incompletos. Hay que centrar esos análisis: ¿En su familia hay casos de alguna enfermedad que pueda tener un componente hereditario? Entonces es obligatorio, ¡pero esos los cubre la Seguridad Social! Así es como debe ir un individuo bien informado, no a una página web donde les mandas tu sangre y te dicen que eres rubio con los ojos azules.

P: Me refería más bien a las empresas que, específicamente, aseguran poder decirte dicen si tendrás la misma enfermedad que padece ahora tu padre o madre. ¿Qué opina de esos tests que pronostican la posibilidad de una enfermedad?

R: Es casi imposible descubrirlo ahí, porque por ejemplo, el cáncer, es mucho más complejo que eso. Pero si se dan las circunstancias no hace faltar ir a ningún sitio que no sea una consulta de Consejo Genético. Nosotros hacíamos estas cosas, y si se daban las condiciones, lo mirábamos. Sobre todo casos tan extraños y difíciles que no basta con la comparación y la bioinformática, tienes que leerlo todo desde el principio. Así descubrimos el síndrome de Néstor y Guillermo, dos únicos pacientes en todo el mundo, o el de Bella, Enric y Loewie, de tres continentes distintos y que se reunieron en nuestro laboratorio porque les unía una única mutación en un mismo gen.

P: ¿Puedo preguntarle por lo de los ratones?

R: Por lo que quieras.

P: ¿Cómo sucedió, qué tipo de infección fue?

R: Lo que sucedió fue que, de pronto, un día de junio, nuestro trabajo durante más de 20 años, desde que tres científicos describieron por primera vez que se podía utilizar estrategias para generar ratones modificados genéticamente, carentes de un gen concreto o con mutaciones puntuales, nosotros lo integramos en nuestro laboratorio y tuvimos los primeros ratones modificados genéticamente de España.

P: ¿Se refiere a esos ratones avatar que se usan para probar medicamentos contra el cáncer?

R: No, esto fue antes, mucho antes. Un artículo en 1989 de Oliver Smithies, Martin Evans y Mario Capecchi, que luego ganaron el Nobel por este trabajo. Y nosotros fuimos al extranjero, a uno de sus laboratorios, a aprender cómo se hacía esto para implementarlo en Oviedo. Generamos nuestros primeros ratones mutantes para estudiar modelos de cáncer y otras enfermedades. El segundo ratón que creamos fue el del envejecimiento prematuro, ha generado una información extraordinaria y ha servido para alargar muchas vidas.

Llegamos a tener unos 6.000 ratones cubriendo 20 modelos de enfermedades distintas y bueno, de pronto, un día nos dicen que hay una infección por un virus en el bioterio de la Universidad de Oviedo, creado y construido por nosotros, y la única manera de atajarla es sacrificar a todos los ratones. Al día siguiente nos quedamos sin nada.

P: ¿Pero esos recintos están muy controlados, esterilizados y de todo, no? ¿Cómo pudo entrar ahí un virus mortal?

R: Son impresionantes las medidas de aislamiento, pero... esto es el azar del que hablábamos antes, la necesidad que tienen algunos de hacer daño...

P: En el libro usa la palabra "sorprendente", muy polisémica, para describir aquello.

R: Es sorprendente, sorprendente. Yo he trabajado en bioterios más de 40 años. En un sitio como el CNIO algo así no ha pasado nunca, sería una hecatombe, pues imagínese para nosotros. Y las medidas de seguridad biológica de nuestro animalario son iguales o superiores a las del CNIO, estrictísimas.

P: ¿Y qué tipo de virus era?

R: Yo no... o sea, fue tal el daño, que yo simplemente sentí...

P: ...como si le hubieran disparado.

R: Absolutamente. Prefiero no tener respuestas, porque el principal daño... fue aquí dentro.

P: ¿Pero lo denunciarían, no? ¿Está siendo investigado?

R: No. Qué más dará...

P: ¡Hombre, eso hay que investigarlo!

R: Antonio, se sacrificó todo, y en una semana se lavó todo, se desinfectó todo, se destruyó todo para poder empezar de cero otra vez. El principal daño fue aquí dentro. Como me dijo mi maestro Zen, 'este no te lo voy a curar'. Me podía curar la tristeza pero nunca la pérdida de las herramientas experimentales.

P: ¿Y ahora?

R: Dos años para regenerar las colonias y otros tres para iniciar los experimentos y ponernos en la casilla de salida.

P: Cinco años perdidos.

R: Tal cual. Cinco años. Imagínese los ocho doctorandos de mi laboratorio. Tuve que ir a terapia, absoluta, de aislamiento y luego me fui a París seis meses para recuperar fuerzas. Y cuando lo hice volví a dar mis clases. Pensé que no podría volver a darlas y pensé que no podría sacar al laboratorio de sus cenizas, pero he cogido y me he puesto a pensar. ¿En qué? En experimentos que no impliquen el uso de ratones hasta dentro de dos años. De algún modo hay que acabar esas tesis. Y otra parte del laboratorio dedica todo su esfuerzo a la reconstrucción de las cepas.

P: ¿Cómo se definiría emocionalmente ahora mismo?

R: Inestable completamente. Perplejo, porque he sentido que todos somos vulnerables. Yo nunca había estado enfermo de ningún tipo nunca, ni del alma ni del cuerpo. Y de repente pasé a este eclipse total del alma. El maestro Zen dice que tardaré dos años en curarme.

P: ¿Pero el maestro Zen quién es?

R: Mi psiquiatra. Le empecé a llamar así porque 'psiquiatra' asustaba un poco a la gente. Ha sido extraordinario porque me ha dado muchas pautas para sobrevivir, y una vez tienes esto... yo siempre digo lo de Chesterton: 'envejeceré para todo menos para el asombro'. Aunque últimamente estuve asombrado pensando 'joder, qué cosas más raras me pasan, ¿no? qué cosas más malas, por qué me están ocurriendo estos desastres que me están cambiando la vida...' A lo mejor es una oportunidad para volver a crecer por otra vía, número uno: escribir un libro.

P: ¿Y tiene otras estrategias aparte de escribir el libro?

R: Número dos, recuperar un propósito vital, mi 'ikigai'. El primero me ha durado 60 años, desde niño mi propósito fue ser pro-social, creo que esto es genético y he actuado así siempre. Perdí mi propósito vital y me hice adicto al silencio y a la soledad. Y ahora esto está siendo una exposición masiva.

P: Sí, la verdad es que me sorprendió que, tras los últimos meses de polémica, Carlos López-Otín saliera ahora a hacer una tourneé por los medios.

R: De repente paso del silencio total a esto. Se explica por medio de la reparación, en japonés el 'kintsukuroi', el arte de reparar lo roto. He sido destrozado y me he recompuesto. Estoy recomponiendo el laboratorio, forma parte de la terapia, y he reconstruido el espíritu de los estudiantes para que se den cuenta de que si yo no me rindo, ellos tampoco se pueden rendir. Ya tengo otra vez la emoción de que hay un trabajo en camino.

P: ¿Cuándo volverán a tener ratones?

R: Cinco años empezando desde ahora. Lógicamente somos precavidos y nuestro laboratorio estaba perfectamente organizado, teníamos embriones congelados de todas las cepas. Nunca puedes imaginar que todas las cepas se destruyan, claro, entonces empezamos por prioridad: la primera, la que usa más gente, la segunda... así hemos recuperado unas diez cepas. Poco a poco van creciendo, pero hasta tener una colonia experimental necesitas años.

P: Después de este drama, la última movida con los 'papers' retractados le habrá resultado llevadera en comparación.

R: Lo he vivido con mucha más distancia, porque científicamente es irrelevante comparado con todo el sufrimiento que me ha generado ver cómo se quedaba el laboratorio. Esto forma parte de una estrategia de redes sociales en las que alguien te señala con el dedo por un motivo banal y te coloca en la lupa más grande del mundo. Hay personas que siempre tienen que encontrar algún defecto, es una labor realmente triste.

P: ¡Igual hay gente que busca la felicidad de esa manera!

R: Creo que no, porque eso lo decía Séneca. Jamás será feliz quien crea que otro es más feliz que él.

P: Lo que me ha llamado la atención de todo esto es que, por un lado, los fallos detectados en los artículos, imágenes rotadas y tal, no eran capitales...

R: Son irrelevantes.

P: ...pero eso contrasta con la defensa férrea, a ultranza, inquebrantable, que se ha hecho de usted . Pensaba yo '¿es que no vamos a poder tener nunca una discusión científica racional en este país?' Es todo o 'Carlos López-Otín es un genio que jamás se ha equivocado' o 'es un farsante que no merece volver a entrar en un laboratorio'.

R: Todos nos podemos equivocar, por eso una de las claves de la felicidad es reconocer la imperfección. Yo hubiera estado encantado de que, en lugar de insultarme a mí y a mis estudiantes, de los que alguno no ha podido resistir la presión, porque ellos son los que hacen los experimentos, no yo... ¿qué hago con ellos, les crucifico? No, respeto máximo porque si ellos se equivocaron yo también puedo equivocarme.

P: Al final firman todos colectivamente, ¿no?

R: Sí, claro. Pero en esto se sabe quién es el que lo hizo, ¿y? ¿Me voy a convertir en el policía que los desacredite? No, asumo la responsabilidad como director de laboratorio. ¿Hay que retirar los trabajos para que nos dejen en paz? Los retiramos. Pero habría agradecido que me hubiesen dicho "oye, he detectado un error en un trabajo tuyo..."

P: ¿Y no se podía haber resuelto con una corrección, hubo que retirarlos?

R: Es que no quisieron. Es tan irrelevante, porque nosotros repetimos los experimentos por si acaso, los errores estaban ahí resueltos.

P: Fue decisión de ustedes y no de la revista científica.

R: Por supuesto. Lo hicimos para que nos dejaran en paz.

P: ¿Le había pasado antes en alguno de sus 450 trabajos?

R: Hasta ahora nunca. En un laboratorio como el nuestro había que extremar el rigor al máximo, y en 450 trabajos ni uno, a mí mismo me parece increíble. Pero mucho de nuestro trabajo era tan obvio como clonar un gen o descubrir una enfermedad.

P: O está el gen o no está.

R: O el ratón mutante, o se cura o no.

P: Usted ve una conexión entre todas estas cosas malas que le han pasado.

R: Hombre, claro. La hay, pero si le sigo dando vueltas no me recuperaría nunca. El principal daño no se lo hicieron a los ratones o a los 'papers', me lo hicieron a mí y a alguno de mis estudiantes. Alguno no ha resistido, pero yo sí. A ver hasta dónde llegamos.

El bioquímico Carlos López-Otín tardó 28 días y 28 noches en escribir 'La vida en cuatro letras: Claves para entender la diversidad, la enfermedad y la felicidad' (Paidós, 2019) el primer libro de carácter no científico de uno de los investigadores más citados y renombrados de España. Lo hizo como terapia, después de sufrir varios 'shocks' vitales que, según él, le privaron de su propósito en la vida o 'ikigay', el término japonés que López Otín (Sabiñánigo, 1958) prefiere para describir su aflicción.

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