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Dentro de las granjas de insectos donde se fabrican las vacunas del futuro
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Algenex, una empresa española, los cría y procesa

Dentro de las granjas de insectos donde se fabrican las vacunas del futuro

Utilizando un virus se convierte una crisálida de la oruga de la col en un pequeño biorreactor que produce las proteínas necesarias para fabricar medicamentos y vacunas

Foto: Crisálidas inoculadas con el virus producen las proteínas con las que se hacen las vacunas y medicamentos (Fotos: Ernesto Torrico)
Crisálidas inoculadas con el virus producen las proteínas con las que se hacen las vacunas y medicamentos (Fotos: Ernesto Torrico)

Si no prestas mucha atención, parecen unos piñones tostados, o quizá unas almendras, extrañamente colocados en bandejas con huecos hechos a medidas, encajables y apilables. ¿Quién se tomaría tantas molestias para colocar ordenadamente unos piñones? Nadie, porque no lo son. Son crisálidas de la oruga de la col, bautizada científicamente como 'Trichoplusia ni' pero que recibe también el curioso nombre de falso gusano medidor.

Pero quedarnos en que son meras crisálidas tampoco sería del todo exacto porque son más que eso: son unidades de producción de proteínas recombinantes, moléculas que sirven como base para vacunas, medicamentos y kits de diagnóstico de enfermedades. Dentro de su cáscara de keratina, el insecto está llevando a cabo la transición de gusano a polilla, un proceso metabólico (que no llegará a completar) con un enorme potencial para la producción de proteínas, que los científicos han aprendido a aprovechar en nuestro favor en las primeras granjas de insectos con fines terapéuticos.

Una de estas granjas, propiedad de la compañía biotecnológica Algenex, se encuentra en Pozuelo de Alarcón, en Madrid. Es una empresa pequeña, de 12 trabajadores, que ha desarrollado y patentado una nueva tecnología para producir esas proteínas recombinantes a partir de insectos. El procedimiento que llevan a cabo es una mezcla entre la cría de gusanos de seda que todos probamos de niños agujereando la tapa de una caja de zapatos y el sistema de aprovechamiento de la energía del cuerpo humano que las máquinas utilizaban en Matrix.

De los huevos de polilla a las proteínas

Unos cuantos ejemplares se mantienen como individuos para la cría. Cada hembra de polilla de la col puede poner hasta 1.000 huevos. De cada uno de ellos saldrá una larva que crecerá con otras docenas de larvas en cajas, especialmente diseñadas para que todas accedan al alimento en la misma cantidad y por tanto crezcan y evolucionen al mismo ritmo, de larvas a crisálidas.

Este es el primer momento clave del proceso: con las crisálidas colocadas en sus bandejas, una aguja robótica las va inoculando, mecánicamente, minuciosa e incansable, con un virus modificado para la ocasión con el objetivo de que colonice las células del insecto y estas comiencen a producir la proteína deseada. El resultado es que entre 4 y 6 días de incubación después, la crisálida es una cápsula llena de la proteína que servirá para fabricar vacunas y medicamentos.

Claro que para eso primero hay que extraerla utilizando procedimientos mecánicos (las crisálidas se trituran en algo parecido a una batidora) y físicos (el 'batido' de insectos se hace pasar por varios filtros) hasta obtener una concentración superior al 90% de la proteína.

Sin biorreactor es más fácil (y barato)

Jose Ángel Escribano, doctor en veterinaria y fundador de Algenex, explica que producir medicamentos utilizando insectos como plataforma productiva tiene varias ventajas. "Actualmente, la innovación en vacunas apunta al uso de moléculas biológicas recombinantes, que es lo que nosotros hacemos aquí. La forma tradicional de producirlas consiste en utilizar cultivos in vitro de células de mamíferos o insectos, levaduras o bacterias e introducirlos en biorreactores, una maquinaria compleja, cara y poco robusta. Utilizando estas crisálidas no hace falta biorreactor: el proceso es más sencillo, más rápido y más barato".

Da algunas cifras: este método de producir moléculas biológicas recombinantes aumenta la productividad hasta 20 veces frente al método de producción con biorreactores, los costes se reducen dramáticamente (hasta el 95%, asegura) ya que son los biorreactores los que más encarecen la producción y aquí no son necesarios; las proteínas se obtienen 12 veces más rápido que si se emplean células de mamífero y escalar la producción es tan sencillo como añadir más bandejas con crisálidas.

Además, son tremendamente productivas: de una crisálida salen entre 20 y 160 dosis de vacuna dependiendo del principio activo y dosis de vacuna utilizada. "Los insectos son organismos muy apropiados para este fin: en determinadas fases de su desarrollo aumentan su tamaño 5.000 veces en 2 semanas, y cada año se producen toneladas de hilo de seda, que al fin y al cabo son proteínas".

Igual que en un futuro no muy lejano los insectos serán una de las principales fuentes de proteínas en nuestra dieta (y más nos vale irnos haciendo a la idea), Escribano cree que también nos ayudarán a obtener las proteínas en que estarán basadas las vacunas del futuro.

Primero vacunas animales

De momento, Algenex trabaja en productos veterinarios. Su primera vacuna, contra la enfermedad hemorrágica del conejo, desarrollada en colaboración con farmacéutica veterinaria italiana Fatro, estará en el mercado en menos de dos años. Comenzar por la salud de los animales es un primer paso antes de pasar a productos para humanos: es una forma de validar su tecnología y el acceso al mercado es más rápido. También porque, como aportación a la alimentación humana que supone la ganadería, cuidar de los primeros es cuidar de los segundos.

¿Qué falta entonces para que nuestras vacunas se hayan producido en el interior de una crisálida como estas? "El próximo paso es que las farmacéuticas se vayan convenciendo y apuesten por esta tecnología". De momento, la compañía Biokit, con sede en Barcelona, ya utiliza estas proteínas 'made in insectos' para kits de diagnóstico de enfermedades infecciosas y problemas de coagulación de la sangre entre otras, pero pronto estas granjas de crisálidas podrían ser el origen de nuestras vacunas.

Si no prestas mucha atención, parecen unos piñones tostados, o quizá unas almendras, extrañamente colocados en bandejas con huecos hechos a medidas, encajables y apilables. ¿Quién se tomaría tantas molestias para colocar ordenadamente unos piñones? Nadie, porque no lo son. Son crisálidas de la oruga de la col, bautizada científicamente como 'Trichoplusia ni' pero que recibe también el curioso nombre de falso gusano medidor.

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