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Sexo, veinteañeros y aceleradoras 3D: la historia canalla de C:
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Sexo, veinteañeros y aceleradoras 3D: la historia canalla de C:

Veinteañeros; obsesionados por internet, los videojuegos y la cultura 'underground' y con un canal a su disposición. Así era el espacio más rompedor del satélite

Foto: (Enrique Villarino)
(Enrique Villarino)

Fue un adelantado a su tiempo. En la segunda mitad de la década de los noventa, perdido entre canales de cocina, viajes y estilo de vida, apareció un pequeño refugio para los seguidores de las nuevas tecnologías, la informática, internet o la cultura friki. Su nombre, Canal C:, toda una declaración de intenciones de cuya desaparición se acaban de cumplir quince años. Un canal donde la libertad creativa era extrema: "Todos los viernes llegaba a la redacción pensando que me iban a despedir. Y nunca lo hacían", recuerda Eduardo Jiménez, el último director.

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Fue hace algo más de quince años, el 31 de mayo de 200,1cuando se echó el cierre a una cadena que había nacido años atrás como un servicio dedicado a las descargas digitales y, años más tarde, como espacio de contenidos propios. Ahí fue donde tuvo cabida cualquier temática que sus responsables creyeran oportuna.

"Canal Plus pertenecía a Canal Plus Francia, que era muy proactiva en todo lo relacionado con la tecnología", recuerda Jiménez. De Francia llegó la idea de aprovechar parte de la señal vía satélite para introducir un concepto novedoso: que el descodificador sirviera de enlace para descargar programas informáticos. "Lo conectabas a tu ordenador por un puerto serie y tenías una parrilla de programación con descargas. Te tocaba esperar a la hora que se emitía el programa que te interesaba, como en la tele, y lo descargabas".

El embrión de Canal C: era una cadena que permitía descargar programas a través del descodificador. Era necesario conectar un PC a un puerto serie

Según Jiménez, aquella idea, "delirante" funcionaba porque "internet en aquellos años era testimonial". Cuando habla de 'aquellos años', Jiménez se refiere a 1994, y el internet testimonial no era otra cosa que los módems de 56k. En aquel 94 se constituyó Canal Satélite, una versión homóloga de su hermano francés de la que tomó prestada la idea de venta de 'software' por satélite. "Teníamos hasta una presentadora, Chloe, hecha con animación 3D", recuerda.

Aquel experimento duró tres años hasta que, en 1997, se creó Canal Satélite Digital, la ambiciosa plataforma de televisión por satélite de Prisa hizo de la oferta temática uno de sus ganchos para atrapar a la audiencia. Uno de esos canales fue C:, que aprovechó los contenidos que llegaban de Francia para comenzar a elaborar una parrilla con contenidos propios.

"Heredamos programas franceses, que estaban doblados aunque por debajo se escuchaba la voz original, que cubrían la parrilla", señala Miguel Ángel Villar, más conocido por Maik, uno de los realizadores del canal. "Intentamos mejorar esa oferta", reconoce este miembro de la cadena antes de toparse con la pregunta del millón que se hicieron los responsables en ese año 97: "¿Cómo compites contra un contenido hecho con recursos?"

Un equipo que no llegaba a la treintena

"Íbamos a saco", reacciona Juan Carrillo, el que sería último jefe de programación, en el tramo final de la cadena, cuando Maik lanza la pregunta al aire. Fueron varios los factores que posibilitaron que un grupo de chavales de veinte años —"la media era de 22, yo tenía 27 y era el mayor", apunta Jiménez— se hicieran fuertes en una minúscula redacción en el número 32 de Gran Vía, donde hoy se asienta el mayor Primark de España.

"Al principio tuvimos un enfoque malo: éramos un canal de informática al uso. Muy sesudo, porque hablábamos de la hoja de Excel y de Contaplus", argumenta Jiménez. En aquellos años, Vía Digital, la alternativa al Satélite, tenía su propio espacio para las nuevas tecnologías: Red 2000. Y ese era el ejemplo que en Canal C: querían evitar: "Eran unos brasas", insiste Carrillo. "Ponían una cámara en plano fijo y la dejaban ahí las dos horas de charla mientras que nosotros la cogíamos, subíamos por aquí, por allá. Si hacías un programa, tenías que tener un toque distintivo porque, si no, hacías lo mismo que Red 2000".

Visto que la informática tradicional no llamaba a la audiencia, Jiménez decidió optar por otros formatos. Fue así como comenzaron a surgir, como esporas, ideas más cercanas al público objetivo: los adolescentes. "Sucedió algo maravilloso, que pasa poco en la vida. Una gran corporación puso dinero en manos de una persona muy joven, y con un equipo muy joven, para crear lo que les diera la gana", recuerda con una sonrisa en los labios. Fue así como se gestaron D.O.F. 6, Antipop o Red Infernal, entre otros.

"Me hice cargo de un programa de videojuegos llamado D.O.F. 6. El nombre venía de los simuladores de vuelo, de Six Degrees of Freedom (seis grados de libertad). El equivalente a decir que hagas lo que te dé la gana", afirma Jiménez.

No podía pisar la sala recreativa Picadilly de la Gran Vía. Cada vez que entraba, todo el mundo quería jugar una partida conmigo

¿Pasaban algún tipo de censura o de control de contenidos? "Ninguno", recuerda el último director, que sí que apunta que había reuniones periódicas con la dirección, que estaba de su parte. "Reportaba a un director de canales, Pablo Romero, que tenía un cuadro en su despacho con una tele de tubo que decía: 'Esto no es una tele'. Era un tío muy visionario que nos ayudaba. Cuando la liábamos porque emitíamos en formatos o resoluciones que no eran aptas, llamaba a los técnicos y les decía que podíamos hacer lo que quisiéramos".

En D.O.F. 6, Jiménez se ganó una popularidad indeseada. "No podía pisar la sala recreativa Picadilly de la Gran Vía. Cada vez que entraba, todo el mundo quería jugar una partida conmigo", bromea. Ese programa bandera del canal, atípico, mezclaba el buen hacer de sus trabajadores con un punto entre pícaro y canalla. "Metíamos a Prodigy, Korn, Smashing Pumpkins que ahora sería impensable porque costaría mucho si se tuviera que pagar a la SGAE", señala Maik. "Éramos bastante piratas —añade Carrillo—. Teníamos todas las películas de estreno de Canal Plus y del Satélite y, si querías una escenita, la copiabas y la metías en tu pieza".

El contrapunto a los videojuegos lo puso Antipop (en el vídeo sobre estas líneas), un espacio dedicado a la cultura alternativa, al arte, el diseño o la música, presentado por Adriana Chen, una mezcla latina y oriental que llegó al canal de casualidad.

"Un día, en una discoteca, vi a una chica de aspecto oriental y le propuse que se presentara a un 'casting'. Nos gustaba mucho la cultura japonesa y viajábamos mucho a Japón a las presentaciones de PlayStation. Me dijo si estaba tonto, pero montamos el 'casting' y vinieron ocho o nueve chicas. Una cosa grotesca. Adriana era de familia brasileña, no lo hizo especialmente bien, pero la contratamos y se labró una legión de seguidores", apunta Jiménez.

La mayoría de programas tenían un formato muy similar. De media hora de duración, estaban enfocados en reportajes que los redactores del canal se encargaban de preparar, escribir y locutar. "Teníamos las primeras Mini DV de Sony, que nos regalaron un par, y nos ahorramos las cámaras Betacam de treinta o cuarenta mil euros. Producíamos a unos costes bajísimos", explica el director del canal.

En Red Infernal salían las páginas más bestias que te puedas imaginar. Nunca se ha emitido nada tan salvaje en España

En ese batiburrillo de canales había espacio para todo. "Se cubrían los huecos" que iban surgiendo, ilustra Maik. Así, Kiosko C: repasaba la actualidad de la prensa especializada; Foro C era una tertulia de actualidad; Planeta C "era un magacín", recuerda el realizador; y tampoco se dejó de lado la labor didáctica. "Control C te enseñaba a arreglar el ordenador, a instalar una aceleradora 3D, a meter unos 'drivers' o la diferencia entre un Pentium MMX y uno normal", subraya Maik.

Pero si hay un programa que arranca una sonrisa a los tres protagonistas cada vez que aparece mencionado, ese es Red Infernal. "Poníamos las páginas más bestias que te puedas imaginar, y nadie decía nada. Se emitía los jueves por la noche y al llegar el viernes pensaba que me iban a despedir. Nunca. No se ha emitido nada tan salvaje en España", explica Jiménez.

El programa, que tiene algunos contenidos vetados en YouTube, fue una válvula de escape para un equipo que quería ir un paso más allá. "Queríamos crear un programa con contenido erótico, que nos encontrábamos mucho, con cosas para adultos y donde pudiéramos decir tacos. Que pudiéramos pasarnos tres pueblos", reconoce Maik.

Carrillo, que cree que Red Infernal se alejaba algo del tono general del canal —"iba un paso más allá de un canal 'techie' que te enseñaba a instalar una tarjeta de sonido"—, recuerda que el formato se adaptó a la perfección al espíritu de la redacción: "Había gente muy buena que hacía unos montajes guapísimos, donde mezclaban una telenovela mexicana con cinco 'frames' de la película porno del Plus, que tenía la misma iluminación. Era acojonante".

Liberados de la tiranía de las audiencias

Uno de los factores que permitieron que Canal C: sobreviviera cuatro años con una envidiable libertad era la propia concepción de la plataforma a la que estaba adscrita. Canal Satélite Digital cobraba una cuota que permitía que los contenidos que se emitían estuvieran libres de publicidad, o que esta fuera testimonial.

El presupuesto del canal se medía en función de los abonados de toda la plataforma, y no de los espectadores. "Nos asignaban un coste por abonado y mes", explica Jiménez. Ese presupuesto ("25 pesetas por suscriptor, y teníamos dos millones") les daba para mantener una parrilla siete días a la semana.

El presupuesto de Canal C: eran 25 pesetas por cada abonado a Canal Satélite Digital. La plataforma llegó a contar con dos millones de suscriptores

¿Cómo sabían en Canal C: que la audiencia estaba de su parte? "Hacíamos acciones interactivas", recuerda el director, que les servían para medir el impacto entre los telespectadores. Una de esas acciones se hizo de la mano de Canal Plus. Se sorteó un coche y el Plus recibió unos 150.000 correos mientras que en C: la cifra ascendió hasta los 200.000. "Hay que reconocer que éramos un canal de tecnología y nuestro público era más afín", admite Jiménez.

No fue esa la única herramienta de la que se valía el canal para saber de su popularidad: "Teníamos un sistema para responder una test con el mando, una cosa rudimentaria, y en días en los que teóricamente teníamos muy poca audiencia recibíamos 3.000 contactos interactivos cuando ese mismo día, en el Plus, habían tenido menos".

Las primeras redes sociales

En C: también se valían de la tecnología punta de la época no sólo para saber que tenían un público fiel, sino para relacionarse con él. "Hablábamos con la gente por el IRC Hispano —recuerda Maik—. Casi estábamos inventando las redes sociales. No había 'streaming' y un día que recibimos una Dreamcast de Japón, que era diferente a la europea porque tenía el logo rojo, pusimos una webcam que emitía un 'frame' cada diez segundos para que lo vieran".

Esa relación se convirtió en una tarea imposible de mantener actualizada. Lo demuestra la saturación de la bandeja de correo del canal, que se había publicitado en los programas de producción propia, y que encendió las luces de alarma del servicio técnico de la matriz televisiva: sus servidores de correo ocupaban más espacio que los de Canal Plus.

No fue el único jaleo técnico que ocasionó aquella redacción de veinteañeros. En ocasiones, uno de los periodistas cometía un error que, si no se corregía a tiempo, estaba condenado a repetirse durante una semana entre el estreno y las redifusiones. "Las cintas se enviaban a Bruselas con días de antelación para que se digitalizaran y se metieran en la parrilla. En ocasiones, se te olvidaba meter una cortinilla y tenías un negro de cinco segundos", ilustra Maik.

Aunque era la verdadera pasión de los miembros del equipo, los videojuegos, la que provocó algunos de las situaciones más variopintas. "Teníamos el MAME instalado en todos los ordenadores. Éramos unos frikis de los juegos retro", recuerda Jiménez. Un día, el jefe de informática del canal tuvo que bajar, una vez más, a dar un toque a los redactores: habían tumbado la red de todo el edificio jugando a 'Quake'.

Esa relación con los videojuegos les obligó a dar más de una explicación —"había jefes que se quejaban de que nos veían jugando a videojuegos cuando ese era nuestro trabajo", bromea Carrillo— y nunca les quitó la imagen de bichos raros del lugar. Carrillo señala la reunión mensual para vender temas para la revista del canal como uno de los ejemplos que mejor ilustran esa situación: "Se notaba mucho en la audiencia si uno de tus programas salía en portada o se destacaba. Era una lucha mensual y tenías que ir con lo más fuerte de ese mes, que yo muchas veces no tenía ni idea de lo que era. Les daba igual. Les contaba nuestros temas y se quedaban igual. El único que hacía más el ridículo era el de deportes, pobre, que vendía el curling y cada vez que lo hacía se reían de él".

La fusión con Vía Digital motiva el cierre

Tras años de libertad y de contenidos que no tenían cabida en la televisión convencional, Canal C: echó el cierre. Y lo hizo fiel a la fama que se había ganado dentro de Canal Satélite Digital. Cuando a principios del siglo XXI la plataforma se fusionó con Vía Digital, el nuevo gigante audiovisual español se encontró con un problema. "La suma de los canales era mayor al espacio contratado en el satélite", explica Jiménez.

Según el director del difunto canal, un slot en el que cabían cuatro canales costaba "unos dos millones de euros al año" por lo que las cuentas no salían, ya que se tenía que emitir tanto por el satélite Astra como por Hispasat. "Cerraron cuatro o cinco canales, los que no cabían", señala. Entre ellos, estaba el Canal C:.

¿Se podría haber evitado el cierre? Según Maik, existieron dos ofertas publicitarias, de Nintendo y Akklaim. En ambos casos, los gestores del Satélite "asustaron" a los posibles anunciantes.

La cadena consiguió el interés de Nintendo y de Akklaim, que querían invertir, pero Canal Satélite Digital malogró cualquier tipo de acuerdo

"La gente tuvo la sensación de quedarse huérfana de contenidos", reconoce Carrillo. "Hacíamos caso a un mundillo muy friki, que conocía la existencia de páginas como Rotten", apunta Maik. "En una época con muy poca gente conectada a internet, recibimos 20.000 correos de abonados que firmaban para que no se cerrara el canal", apostilla Jiménez.

En el tintero se quedaron algunas ideas que nunca vieron la luz... con la presentación que C: tenía en mente. "En la última etapa estábamos cansados de hacer programas con reportajes —lamenta Jiménez—. Uno de nuestros redactores, que había vivido en Japón, vino con un formato revolucionario: meter a personas dentro de una casa a convivir y grabarlo con cámaras. Lo escribimos, lo diseñamos, lo presentamos y nos lo tiraron a la cara: '¡estáis locos!'. Dos años después, apareció Gran Hermano, con la diferencia de que nuestros habitantes iban a ser frikis con inquietudes que tenían cerebro y hacían actividades".

Del éxito del canal y de lo bien que conectó con su público objetivo habla bien una anécdota de Maik que se puede ver en el vídeo sobre estas líneas, en el minuto 12:30. El realizador fue a cubrir la primera Campus Party a Málaga, en 1997, en "un pabellón grandísimo". Maik apareció con un cámara y supo integrarse entre los asistentes: "Yo llevaba unas greñas por los hombros y mi acompañante estaba loquísimo".

Llegado al final del evento, el miembro de C: se había colado en las mentes de los participantes. "La gente se bajaba pelis y porno a saco. También jugaban mucho. Al finalizar el campus dieron unos premios. El del mejor jugador del 'Quake' fue una copia del 'Quake 2'. No se habían dado cuenta de que esos tíos eran fans del puto 'Quake', el primero; que habían jugado a la demo del segundo y que iban a quemar esa caja en cuanto salieran. Lo veo ahora y me doy cuenta de que estábamos en el ajo". ¿Qué hizo el realizador? Cogió al cámara y se lo llevó a seguir de cerca a ese grupo de chavales. Su instintó no le engañó: "Me pegué a ellos y, efectivamente, lo quemaron. Cerramos el especial de la Campus Party con aquellos locos gritando y uno con un mechero diciendo que no valía nada".

Fue un adelantado a su tiempo. En la segunda mitad de la década de los noventa, perdido entre canales de cocina, viajes y estilo de vida, apareció un pequeño refugio para los seguidores de las nuevas tecnologías, la informática, internet o la cultura friki. Su nombre, Canal C:, toda una declaración de intenciones de cuya desaparición se acaban de cumplir quince años. Un canal donde la libertad creativa era extrema: "Todos los viernes llegaba a la redacción pensando que me iban a despedir. Y nunca lo hacían", recuerda Eduardo Jiménez, el último director.

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