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Los chinos temen por primera vez que los robots les quiten el trabajo
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cambian el estereotipo de fábrica esclava

Los chinos temen por primera vez que los robots les quiten el trabajo

El aumento de los costos laborales en el gigante asiático provoca que grandes multinacionales propongan sustituir trabajadores por líneas automatizadas

Foto: Fábrica de Antex en Guangzhou. (Zigor Aldama)
Fábrica de Antex en Guangzhou. (Zigor Aldama)

El imaginario colectivo occidental atribuye a las fábricas chinas características poco atractivas. Son un lugar atestado de gente que se deja las pestañas durante jornadas interminables en lo que sea que estén haciendo, desde osos de peluche hasta productos electrónicos, y que recibe por ello un sueldo mísero. Los trabajadores llevan a cabo su labor con maquinaria obsoleta y en condiciones de seguridad e higiene lamentables. Todo para que el mundo occidental pueda beneficiarse de productos baratos (y generalmente de dudosa calidad) cuyo beneficio queda exclusivamente en el bolsillo de los empresarios.

El país ya es el hogar de un 25% de todos los robots industriales del mundo, y su número se ha disparado un 53% en los últimos dos años

Es hora de actualizar esta extendida imagen que representa a una China en rápida extinción. No en vano, el gigante asiático es ya el segundo país del mundo que más invierte en I+D, y aspira a convertirse en una potencia mundial en sectores tan diferentes como el de los trenes de alta velocidad o las telecomunicaciones. De hecho, empresas que hace una década apenas tenían presencia en nuestro mercado, como Huawei o ZTE, confían ahora en llevar la voz cantante en el despliegue de las redes 5G por todo el mundo.

No es una revolución que se ciña exclusivamente a la alta tecnología. Las manufacturas de menor valor añadido también se han sumado a la vanguardia, y diferentes empresarios españoles reconocen que la maquinaria con la que cuentan muchas empresas chinas de los sectores textil e industrial es incluso más avanzada que la de sus homólogas europeas.

Un buen ejemplo de ello es Antex, fabricante de lencería para diferentes marcas locales y extranjeras. Sus instalaciones en las afueras de la ciudad costera de Hangzhou están impolutas, y, aunque las largas filas de trabajadores con la mirada concentrada en bragas y sujetadores sí que encajan en la idea preconcebida de fábrica china, una inspección detallada demuestra un importante aumento de la automatización de muchos procesos.

La razón la explica con claridad su presidente, Qian An Hua: “La mano de obra en China es cada vez más cara. El sueldo mínimo se actualiza una media del 10% anual, y los salarios medios crecen incluso por encima. Antes no resultaba rentable invertir en maquinaria porque los trabajadores cobraban poco, pero eso ha acabado porque la tecnología es cada vez más asequible y el empleo cada vez más caro”. Qian afirma que el costo por empleado (incluidas cuotas de seguridad social) se ha multiplicado por tres en la última década, mientras que el margen de beneficio ha caído casi un 40%.

El Gobierno está impulsando un sistema económico basado en el consumo interno, cada vez más alejado del motor que suponen las exportaciones

Antex, como muchas otras firmas de un sector al que afectan mucho el aumento de los costos de producción y la fortaleza de la divisa china, ha decidido introducir nueva maquinaria que automatiza procesos antes realizados a mano. “Básicamente son robots que nos blindan ante este constante aumento del precio de la mano de obra”, sentencia Qian.

El avance de las máquinas es imparable. Incluso grandes multinacionales como Adidas han decidido invertir enormes sumas de dinero en la creación de fábricas totalmente automatizadas. La marca de ropa deportiva ha denominado su proyecto piloto 'speedfactory', y en él los humanos apenas tienen espacio. Quizá por eso la primera fábrica de este tipo estará operativa el año que viene en el país de origen de la empresa, Alemania, y no en China o Vietnam como se ha hecho habitual entre las compañías que han deslocalizado su producción.

Los robots cuestan lo mismo en cualquier parte del mundo, pero la legislación europea proporciona un marco mucho más propicio en disputas laborales y en protección de la propiedad intelectual. El plan es implantar estas nuevas instalaciones productivas en Estados Unidos para estar más cerca del consumidor final y ahorrar en logística.

Más sorprendente aún resulta el megalómano plan de Foxconn, subcontrata de gigantes como Apple o Xiaomi, que desde 2011 ha introducido nada menos que un millón de robots en sus líneas de montaje. Ahora ya opera una fábrica totalmente automatizada en la ciudad de Chengdu, y su objetivo es dejar un 70% de los procesos en manos de las máquinas para 2017. “Los robots no están pensados para reemplazar el trabajo manual, pero sí nos permiten reestructurar nuestros recursos humanos”, dijo el año pasado su fundador Terry Guo.

La mano de obra en China es cada vez más cara. El sueldo mínimo se actualiza una media del 10% anual, y los salarios medios crecen incluso por encima

Además, los empleados de aleaciones metálicas tienen una ventaja importante sobre los de carne y hueso: no se quejan. Foxconn ha sufrido graves crisis de imagen por las pésimas condiciones de sus empleados, que se han traducido en sonadas huelgas y en la trágica epidemia de suicidios que vivió hace unos años. Teniendo en cuenta que la multinacional taiwanesa emplea a más de un millón de personas, la mayoría en China, es evidente que, por mucho que Guo diga lo contrario la adopción de procesos automatizados va a tener un impacto importante en el empleo.

En esta nueva revolución industrial los trabajadores chinos salen mal parados. El país ya es el hogar de un 25% de todos los robots industriales del mundo, y su número se ha disparado un 53% en los últimos dos años. Según la Federación Internacional de Robótica, China será el país con mayor número de robots en sólo dos años. Para quien visita regularmente todo tipo de fábricas, es un cambio que ya salta a la vista. Y que puede provocar importantes problemas sociales. Según el China Labour Bulletin, una ONG con base en Hong Kong, las disputas laborales se duplicaron el año pasado, en gran medida por el cierre y la reestructuración de empresas en el corazón manufacturero del sureste del país.

También existen dos importantes elementos sociales que van a marcar el futuro rumbo de las manufacturas en China: el primero está relacionado con la caída de la natalidad, en gran parte fruto de la ley del hijo único -vigente hasta este año-, que resultará en una reducción de la población activa del país en el futuro más próximo; el segundo tiene que ver con el espectacular aumento del número de jóvenes que acceden a la universidad, un hecho que se traduce en un sustancial incremento del número de trabajadores bien formados que, sin embargo, ven erosionadas sus oportunidades laborales por el aumento de la competencia y la saturación del mercado.

Hay quienes consideran que este escenario es, a medio y largo plazo, muy positivo para la sociedad china, con robots o sin ellos. “El Gobierno está impulsando un sistema económico basado en el consumo interno, cada vez más alejado del motor que suponen las exportaciones. Su objetivo es que del crecimiento se beneficie más gente, porque una economía con más consumo es también una economía que distribuye mejor la riqueza”, explica Pedro Nueno, presidente de la China-Europe Business School (CEIBS) de Shanghái.

Muchos chinos se hacen una pregunta que hace una década ya se plantearon los trabajadores del mundo desarrollado con los chinos como protagonistas: ¿Nos quitarán los robots el trabajo? “Las empresas siempre buscarán el modelo de producción más barato y estable”, responde Qian sin ambages.

El imaginario colectivo occidental atribuye a las fábricas chinas características poco atractivas. Son un lugar atestado de gente que se deja las pestañas durante jornadas interminables en lo que sea que estén haciendo, desde osos de peluche hasta productos electrónicos, y que recibe por ello un sueldo mísero. Los trabajadores llevan a cabo su labor con maquinaria obsoleta y en condiciones de seguridad e higiene lamentables. Todo para que el mundo occidental pueda beneficiarse de productos baratos (y generalmente de dudosa calidad) cuyo beneficio queda exclusivamente en el bolsillo de los empresarios.

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