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Nintendo celebra su Woodstock con Super Smash Bros
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TRASCIENDE EL CONCEPTO DE LOS JUEGOS DE LUCHA

Nintendo celebra su Woodstock con Super Smash Bros

La catarsis que necesita Nintendo puede llegar por donde menos los esperábamos: por los juegos. Super Smash Bros es calidad, diversión e inteligencia en altísima dosis

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En Woodstock, el movimiento hippie se tentó la ropa. El pacifismo libertario había ido tomando forma durante toda la década anterior, pero fue necesario ese pueblecito a las afueras de Nueva York para que los hippies de todo el mundo se reconociesen frente al espejo. En Woodstock, en 1969, entraron diferentes tribus a conocerse desde la psicodelia y salió un movimiento social planetario. En el fondo no fue más que fue la catarsis necesaria.

Nintendo no tiene a Jimi Hendrix ni a Janis Joplin, pero sí a los personajes más arraigados en la memoria colectiva de varias generaciones. Después de décadas de dominio absoluto en el sector del videojuego, hoy se percibe a la compañía japonesa blanda, sin punch, refugiada en la inocencia del público infantil como el último Michael Jackson. Sus máquinas no rugen tan fuerte como las de Microsoft o Sony, por eso los veinteañeros, que son la mayor fuerza de consumo en todo Occidente, las perciben como juguetes sin mayor recorrido.

Muchos esperábamos que una respuesta de Kyoto. Una que, a poder ser, incluyese sangre e historias oscuras en alta resolución, justo lo que ofrece la competencia. Nos equivocábamos. Si por algo se distingue Nintendo es por el nulo interés que siempre ha mostrado en marcar el camino del sector; queda claro que el mundo va a un ritmo y ellos a otro. Asumido esto, resulta complicado imaginar un golpe de timón capaz de seducir a un adolescente en plena huída de las melodías pegadizas y los colores en tonos pastel.

Hasta que pruebe Super Smash Bros.

Super Smash Bros es a la lucha lo que Mario Kart a los juegos de carreras: lucidísimas reinvenciones desde el prisma de Nintendo. Es lo que tiene llegar tarde a las olas, que te obliga a entrar por un ángulo raro. Pero donde muchos naufragaron, añadiendo elementos ruidosos al modelo Street Figther o escarpando la curva de aprendizaje a base de combos imposibles, Nintendo ha encontrado el camino. En realidad no es otro que el suyo. Super Smash Bros es un juego de combates en el que no hay sangre ni violencia. Como lo oyen.

No importa nada, porque los japoneses han escogido este título para celebrarse un homenaje sin complejos. Saben que tienen un tesoro en su pasado y se han decidido, por fin, a explotarlo. En este título están presentes todos los personajes de Nintendo de 1982 a este año; casi cincuenta, que se dice pronto, perfectamente adaptados al formato. ¿Pueden Kirby o Pacman figurar en un juego de pelea? Resulta que sí, y que además pueden serlo totalmente fieles a su legado. También podemos ver a Mario, Luigi, Donkey Kong, Link, Zelda, Kid Icarus, Pikachu, Megaman, Pacman, Little Mac, Starfox... cualquiera que se le ocurra del Universo Nintendo, está.

Tan feliz es el reencuentro que incluso resuelve viejas rencillas. Como Duck Hunt, un juego de 1984 que tiene por objeto la caza de patos, hoy descabellado planteamiento en Nintendo, que se zanja por la vía rápida: aparecen el perro y el pato en comandita, sin noticias del cazador. O la inclusión de Sonic, cadáver de su batalla con Sega en los años 90, que ahora ejerce como eventual en la casa de Mario. Hasta los aspirantes al trono tienen que comer. Hay, por último, elecciones hilarantes, como la entrenadora de Wii Fit, una silueta monocroma sin rasgos faciales que se erigido en revelación cómica.

A esto súmenle lo que ya daban por descontado de Nintendo: gran calidad técnica, foco sobre la deversión (combates de hasta 8 jugadores) y la posibilidad de ampliar el juego con las nuevas figuras Amiibo, un negocio del que oirán hablar en 2015. También la capacidad de enganchar a cualquier jugador en tres minutos, lo que se tarda en comprender que con dos botones basta.

De algún modo, con Mario Kart 8 y este Super Smash Bros, Nintendo ha dado un golpe en la mesa recordando que, aún contracorriente, sigue aquí y está más fuerte que nunca. Ha identificado referentes, ha contado las tropas y saben qué colina tomar. Como en Woodstock, los nintenderos ya saben que hay un futuro para ellos: misma fórmula, nuevos compuestos.

Más pegados al suelo, Super Smash Bros encierra tantas horas de diversión que, junto a Mario Kart 8 y con la vista puesta en el próximo Zelda, hacen de Wii U una compra obligada para cualquier amante de los videojuegos. Y esto, a día de hoy, no lo puedo decir de sus competidores.

En Woodstock, el movimiento hippie se tentó la ropa. El pacifismo libertario había ido tomando forma durante toda la década anterior, pero fue necesario ese pueblecito a las afueras de Nueva York para que los hippies de todo el mundo se reconociesen frente al espejo. En Woodstock, en 1969, entraron diferentes tribus a conocerse desde la psicodelia y salió un movimiento social planetario. En el fondo no fue más que fue la catarsis necesaria.

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