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Cómo el crimen organizado (y el mundo moderno) amenaza la revolución anarquista danesa
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¿FIN DE LA UTOPÍA?

Cómo el crimen organizado (y el mundo moderno) amenaza la revolución anarquista danesa

La ciudad libre de Christiania empezó en 1971 como una utopía para quienes aborrecían el sistema. Hoy se ve acorralada por el menudeo de drogas y la sigilosa amenaza inmobiliaria

Foto: "Estás entrando a la Unión Europea". (A.F.)
"Estás entrando a la Unión Europea". (A.F.)

El cantador de aguas vigila con discreción a lo largo de Pusher Street, el punto neurálgico de la venta de hachís y cannabis de Christiania. El movimiento de las drogas blandas ha marcado siempre la esencia de esta distopía europea surgida en 1971, pero los años han modificado el modus operandi del sistema. "No pictures", dice en cada esquina de la calle. En este enclave concreto no está permitido hacer fotografías. Una mujer de abrigo largo accede a Christiania, se acerca a uno de los puestos de apariencia decadente, compra y se va.

Las bicicletas de los dueños del negocio están todas tiradas unas sobre otras en el suelo. El cantador de aguas, de nuevo, gira la cabeza de lado a lado. El enemigo no es solo la policía, sino los otros grupos que han ido adueñándose del espacio de venta. En lo único en lo que se ponen de acuerdo es en lo que tienen que hacer cuando este susodicho grite ¡ost! – queso en danés–. Significa que la policía local ha accedido a la ciudad libre de Christiania y deben salir por patas; todo apunta a que colocan así las bicicletas para dificultar el paso a los agentes.

Foto: Tiroteo en Copenhague. (EFE/EPA/Mads Claus Rasmussen)

A lo largo de las calles de Christiania pueden verse otros letreros. "No drogas duras, no armas, no violencia". Al menos ese era el sentir de quienes primero se asentaron en estos antiguos cuarteles militares en los años 70. Ahora, el crimen organizando es uno de los principales factores que está destruyendo ese sueño. "Todos los años matan a alguien", apunta el sociólogo sueco especializado en drogas y criminalidad, Kim Moeller.

Los últimos diez años han sido clave para cambiar el rumbo de este supuesto paraíso: la policía empezó a acceder al recinto y detener a los traficantes, pero llegaron otras bandas que rompieron con el monopolio del cannabis de los Hell’s, Angels. No obstante, los christianios no quieren que se les relacione con el tráfico de drogas. "Tenemos un serio problema con eso", asegura Hulda Mader, al frente de la fundación dueña del terreno y residente desde hace cuatro décadas en este espacio.

placeholder Baños a la entrada de Christiania, a escasos metros de la zona de venta de cannabis. (A.F.)
Baños a la entrada de Christiania, a escasos metros de la zona de venta de cannabis. (A.F.)

Marc, nombre ficticio porque no ha querido desvelar su identidad, llegó apenas cuatro años después del inicio del sueño, en el 1976. Las casas nuevas las construyeron con sus manos y los fuertes militares los adaptaron para poder vivir dentro. 40 años después, las cosas han cambiado. Ahora pagan impuestos, pero su casa es de propiedad colectiva. Con el gobierno de Anders Fogh Rasmussen en 2003, la presión por normalizar Christiania aumentó. La ciudad libre debía empezar a dejar de ser una utopía y se planteó la idea de comprar el espacio, que tiene una amplitud total similar a 10.000 campos de fútbol.

"Antes no existía la presión del mercado de ningún tipo. Fue a principios de los 2000 cuando se quiso mercantilizar y gentrificar", señala el profesor de Anders Lund Hansen, de la Universidad de Lund. Los christianios tomaron una decisión: crearon una fundación, recaudaron fondos de donaciones compraron dos tercios de la zona (el resto pertenece al estado y lo alquila la fundación). Ninguno posee ninguna propiedad en sí misma, son todos dueños de todas.

Hoy Marc, que roza los 70 años, tiene internet, ordenador y su vivienda descansa, paradójicamente, justo enfrente del NOMA –uno de los mejores restaurantes del mundo, ajeno a la filosofía antisistema del paisaje contiguo–. Pero Marc y tantos otros saben que, al caer la noche, nada se limita al hachís o al cannabis. El menudeo con otras sustancias ha empeorado la convivencia en esta utópica y tierra libre de Dinamarca. Hace menos de un mes, un joven falleció por un disparo. Sí hay armas, sí hay drogas duras, sí hay violencia. "Al final, Chistiania desaparecerá", comenta un treintañero mientras bebe una cerveza frente a un supermercado interno. "Si el Gobierno pacta con la derecha, claro que lo hará", dice otro.

placeholder Una casa de la 'ciudad libre', más alejada de la zona turística. (A.F.)
Una casa de la 'ciudad libre', más alejada de la zona turística. (A.F.)

El declive de la revolución anarquista danesa es solo la punta del iceberg de la multitud de devenires históricos, económicos y sociológicos de las últimas décadas. El crimen organizado y la peculiar gentrificación a la que se ve expuesta presionan el entorno como una olla a presión, más aún después de la estrategia del Gobierno danés a principios de los 2000: "Básicamente, querían normalizar Christiania". En un primer momento, los residentes reclamaban derechos de okupación, pero no les funcionó.

Es precisamente ese proceso de normalización lo que amenaza su propia existencia. El último gran bombazo se produjo en agosto de 2022, cuando el Ejecutivo se hizo con 15.000 metros cuadrados para viviendas sociales. Para acceder a ellas, los daneses deben apuntarse a una lista y las gestionan organizaciones sin ánimo de lucro. El quid de la cuestión es que el Gobierno local de Copenhague tiene acceso a un cuarto de estas viviendas.

¿Quién entrará ahora a vivir a Christiania? Los residentes confían en que serán ellos quienes decidan quién tiene acceso a su terreno, como han hecho hasta ahora. "Buscaron edificar ahí porque es más barato. Volvemos a la misma discusión por la posesión del espacio y el derecho a la ciudad", continúa Lund. "Además, algunos también pagan en función de los metros cuadrados de la vivienda. Esto ya juega dentro de la gentrificación, quienes menos renta tienen, se irán a las más pequeñas". Con esto, se entiende un proceso de conquista del espacio muy "singular", en palabras del experto: la evolución hacia la cotidianeidad en el terreno se hace de forma sigilosa y discreta.

¿El principio del fin?

Christiania nació como alternativa al capitalismo. "Ahora pagamos para que el Gobierno nos deje existir", señalan desde una tienda de alimentos con café recién hecho. Al final, no se puede huir del todo. Se dividen en 13 comunidades distintas. Cada semana, cada microbarrio se reúne para tomar decisiones. Hay que arreglar esta tubería, deberíamos proteger más el césped.

Una vez al mes, toda la ciudad de Christiania es conocedora de las novedades de cada comunidad gracias al periódico local en danés que publican. "Hubo un intento de hacer una escuela cuando empezó todo esto, pero no funcionó", señala Marc. Lo que sí sigue en pie es una escuela infantil, varias tiendas de alimentación y un mercado de artilugios para el campo.

El conflicto con el crimen organizado, el auge del turista alternativo y el último movimiento inmobiliario del Gobierno danés acorralan el paraíso antisistema. "Yo creo que Christiania permanecerá, pero irá cambiando como lo ha hecho durante estos años porque todo evoluciona" continúa la portavoz de la fundación.

El cantador de aguas vigila con discreción a lo largo de Pusher Street, el punto neurálgico de la venta de hachís y cannabis de Christiania. El movimiento de las drogas blandas ha marcado siempre la esencia de esta distopía europea surgida en 1971, pero los años han modificado el modus operandi del sistema. "No pictures", dice en cada esquina de la calle. En este enclave concreto no está permitido hacer fotografías. Una mujer de abrigo largo accede a Christiania, se acerca a uno de los puestos de apariencia decadente, compra y se va.

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