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Más de 850 muertos y la calles llenas en Roma. ¿Ha perdido Italia el miedo al covid?
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Segunda ola de coronavirus

Más de 850 muertos y la calles llenas en Roma. ¿Ha perdido Italia el miedo al covid?

¿Ha dejado la sociedad de temer al covid-19, se ha acostumbrado o se ha cansado? Quizás ahora lo que haya es más miedo que antes, pero no a la muerte en un hospital, sino a la total ruina económica

Foto: Un trabajador sanitario, en Roma. (EFE)
Un trabajador sanitario, en Roma. (EFE)

21 de marzo de 2020. Italia lleva 10 días encerrada en casa. Las calles están vacías, las persianas se convirtieron en alambradas. No hay vida fuera de las casas, no como se entendía antes. Solo está permitido salir a la calle a hacer la compra —de uno en uno— cerca de la vivienda. La gente aprende a esperar en largas filas de hasta dos horas frente a tiendas y supermercados entre un silencio triste. No se habla apenas porque abrir y cerrar la boca se entendió que es abrir y cerrar la puerta a un virus extraño. Poco más se sabe. Se mira con desconfianza a los que portan mascarillas, muy pocos, porque los que lo hacen son la casta de esta dolencia. ¿Dónde la consiguieron? Luego, a las seis de la tarde se sale a cantar el himno a ventanas y balcones y se regresa al televisor, como una especie de rito macabro en el que se celebra la vida y la muerte a la vez. A esa hora salen los responsables sanitarios en rueda de prensa y dan los datos de contagios y muertes. Desde hace días no dan datos, dan mazazos. Ese día han muerto 793 personas.

Martes 24 de noviembre de 2020. El club deportivo la Mirage de Roma tiene sus pistas de pádel y dos de las cuatro pistas de tenis llenas. En el bar, cuatro ancianos juegan a las cartas en torno a una mesa. La pista ciclista que va hasta Tor di Quinto tiene bastante ajetreo de zapatillas deportivas y bicicletas que aprovechan un día soleado. En una salida del parque está uno de los centros que realizan las pruebas del test del coronavirus en Roma. Se hace desde los vehículos, ahora con cita previa, y a las 13:00 horas hay más o menos quince coches en espera. Una semana antes la fila de vehículos era tan larga que obstruía el desvío. El restaurante Vino Bono, en el barrio de Prati, tiene como cada mediodía todas sus mesas llenas. Dobló su espacio de terraza y es raro ver una mesa libre. Mejor optar por pizza al 'taglio' (pizza al corte), más rápido. También hay cola. A las 18:00 ya no hay música en los balcones, ni la gente se sienta frente al televisor a sumar muertos, a esa hora se sabe que hay un virus mortal rondando la urbe porque cierran por obligación todos los bares y restaurantes. Las tiendas sí permanecen abiertas. Empieza a haber ambiente prenavideño y un cierto jaleo de compras en las calles de las zonas comerciales. Ese día han muerto 853 personas por covid-19 en Italia.

placeholder Un camarero cierra un bar por las restricciones contra el coronavirus. (Reuters)
Un camarero cierra un bar por las restricciones contra el coronavirus. (Reuters)

¿A qué le teme la gente?

¿Ha dejado la sociedad de temer al covid-19, se ha acostumbrado o se ha cansado del covid-19? Quizás ahora lo que haya es más miedo que antes, pero no a la muerte en un hospital, sino a la total ruina económica, a la soledad, a no volver nunca a lo otro, lo de antes. “Cuando me llaman clientes para pedir citas me preguntan si estoy abierta. Esa es la única duda que tienen. Yo siempre comenzaba a explicar los protocolos de seguridad que practico. Que desinfecto todo después de cada tratamiento, que uso máscara, la distancia de seguridad posible… Pero la verdad es que prácticamente nadie me pregunta por eso y su única duda es si estoy abierta o no”, explica Antonella, osteópata de la clínica Equilibrio Interiore. Su trabajo es arreglar con las manos los dolores del cuerpo de los otros, tocar, algo no hace mucho prohibido. Cuando cayó el virus estuvo cerrada semanas, le costó reabrir, recuperar la confianza de algunos pacientes. Hoy eso es un recuerdo cercano y lejano, existe aún la amenaza de un cierre que siempre ronda sobre las cabezas de toda Italia, hasta ahora la región de Lazio es de las pocas que mantienen la alerta más baja, pero se le ha perdido miedo al virus o, sencillamente, se ha aceptado convivir con él.

Foto: Colas del hambre en Roma. La asociación de okupas en Forte Prenestino entrega alimentos a los vecinos. (Javier Brandoli)

“Yo no he dejado de trabajar nunca durante la pandemia. Supongo que el que tiene un problema en casa de fontanería no puede esperar por el virus, pero en mi caso siento que ahora hay menos miedo que antes. Yo siempre llevo la mascarilla y me lavo las manos, pero ahora noto que las personas están más relajadas cuando entro en las casas. También hay más consciencia de las precauciones que se deben tomar”, explica Jonut, un fontanero rumano que vive en Roma desde hace 20 años.

No hace tanto había un cierto pavor al movimiento. Moverse, especialmente lejos, era poder enfermar. Una extraña norma de la pandemia es que los amigos y los pueblos cercanos no contagian, los desconocidos y los sitios lejanos sí. Hoy eso va cambiando. “Han venido justo ahora dos señoras mayores que me preguntaban por un crucero por Portugal”, explica Marco Cortellessa, director de la agencia de viajes Kaminari. ¿Hay menos miedo a viajar? “La temporada ha sido desastrosa, hemos perdido un 95% de negocio, pero sí hay ahora un cambio en las personas. Viene gente que ha pasado el virus, o que lo conoce y ya sabe cómo protegerse, y su inquietud no es enfermar, es irse a un lugar remoto y que no le dejen volver”, explica.

Los callados suicidios

En términos sociales, en Italia parece que hoy no se teme tanto al virus como a los efectos del virus. “¿Y si cierran todo de nuevo? Tengo ansiedad de pensar en un nuevo confinamiento”, es una idea entre la mayor parte de una población que ya no siente la necesidad de encerrarse para protegerse de este amenaza invisible.

Esa angustia ante un problema del que muchos italianos comienzan a estar hartos y sobrepasados, no parece que haya diferencia ahí con lo que sucede en otras partes del mundo, está llevando a un escenario peligroso de enfermedades mentales. “Hablamos del algo invisible. Comenzamos a tener miedo de tener miedo. Empieza a haber episodios de ansiedad y no se está haciendo nada”, explica Elisabetta Rita Pasqualetto, psicóloga y profesora de la Universidad Pontificia Auxilium en un artículo sobre daños sicológicos en la revista Fanpage.

Foto: Desinfección de una barbería en Roma. (EFE)

Hay ya cifras preocupantes sobre esta dolencia que no pega a los pulmones sino a la cabeza. Según un estudio de la Fundación BRF, en los dos meses y medio del primer confinamiento se han suicidado 62 personas en Italia por causas relativas al covid-19. “Con los miembros del comité científico de la fundación decidimos recopilar todas las noticias locales y nacionales que narraban suicidios e intentos de suicidio. Monitoreamos en particular aquellos vinculados por razones económicas o por temor al contagio al covid- 19”, explica en un informe Armando Piccini, psiquiatra y presidente de la Fundación BRF.

El recopilatorio señala, por ejemplo, del caso de dos enfermeras de 34 y 49 años, una de Monza y otra de Jesolo, que se suicidaron al descubrir que estaban infectadas. En ocasiones, señalan los siquiatras, el suicidio es por el sentimiento de culpa de haber infectado a otras personas y, en otros casos, por devenir en una total ruina y pobreza por causa de todas las nuevas medidas económicas. El ecosistema es triste, la realidad es triste, y eso también se contagia.

Ante este escenario dramático, el diputado del Movimiento 5 Estrellas Cristian Romaniello ha presentado una propuesta de ley para prevenir los suicidios ante unos datos, no oficiales, que hablan de un aumento de suicidios en Italia. “Durante los meses de emergencia grave una de las búsquedas más realizadas en Google fue cómo morirse sin dolor. Las personas buscaban formas de suicidarse sin sufrir”, ha explicado Romaniello.

placeholder Una calle en Milán. (EFE)
Una calle en Milán. (EFE)

En los próximos meses se clarificarán quizá todos esos efectos colaterales de este covid-19 que se mueve hoy entre la búsqueda de retornar a una normalidad cada vez más lejana, el miedo de sus graves consecuencias físicas y económicas, y esa amenaza menos explícita que es el daño que el virus está dejando sicológicamente en millones de personas. El informe de la Fundación BFR señala que la crisis económica de finales de la década pasada provocó más de 4.000 suicidios en Italia. ¿Cuántos provocará el covid?

Sí se conoce la cifra de muertos no por suicidios sino por el virus. Supera ya los 52.000, conviene no olvidarla y menospreciarla. El pasado jueves 26 de noviembre fallecieron 822 personas. Las empresas y personas arruinadas son decenas de miles. Solo en Roma, en agosto, Confesercenti (asociación empresarial) hablaba ya de 3.000 negocios cerrados. La patronal habla de pérdidas para el comercio italiano de 17.500 millones en este último trimestre. Los hoteles han reducido en 2020 un 55% su facturación y los restaurantes un 50%.

Pero la vida sigue, en Italia y en todas partes, con un virus que empieza a formar parte de una rutina. Roma se echa a la calle cada mañana, ya no se encierra tras las persianas como en marzo, pese a haber más muertos que entonces. “No solo se muere de covid, la pobreza también mata”, dice un indigente de acento extranjero que pide limosna en los alrededores de la Piazza del Popolo. Puede, pero el covid, mientras, no deja de matar.

21 de marzo de 2020. Italia lleva 10 días encerrada en casa. Las calles están vacías, las persianas se convirtieron en alambradas. No hay vida fuera de las casas, no como se entendía antes. Solo está permitido salir a la calle a hacer la compra —de uno en uno— cerca de la vivienda. La gente aprende a esperar en largas filas de hasta dos horas frente a tiendas y supermercados entre un silencio triste. No se habla apenas porque abrir y cerrar la boca se entendió que es abrir y cerrar la puerta a un virus extraño. Poco más se sabe. Se mira con desconfianza a los que portan mascarillas, muy pocos, porque los que lo hacen son la casta de esta dolencia. ¿Dónde la consiguieron? Luego, a las seis de la tarde se sale a cantar el himno a ventanas y balcones y se regresa al televisor, como una especie de rito macabro en el que se celebra la vida y la muerte a la vez. A esa hora salen los responsables sanitarios en rueda de prensa y dan los datos de contagios y muertes. Desde hace días no dan datos, dan mazazos. Ese día han muerto 793 personas.

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