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"Bouteflika lárgate": Argelia se enfrenta a la mayor ola de protestas desde hace 30 años
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"Bouteflika lárgate": Argelia se enfrenta a la mayor ola de protestas desde hace 30 años

Si Bouteflika logra su propósito la primera potencia económica regional y el primer proveedor energético de España tendrá de nuevo un jefe de Estado capitidisminuido

Foto: Periodistas protestan para poder cubrir las protestas que comenzaron hace una semana en Algeria. (Reuters)
Periodistas protestan para poder cubrir las protestas que comenzaron hace una semana en Algeria. (Reuters)

La canciller Angela Merkel se sentó, el 17 de septiembre pasado, junto al presidente Abdelaziz Bouteflika que la recibía en audiencia. Merkel efectuaba, por fin, una visita oficial a Argelia que meses antes había tenido que aplazar a causa del delicado estado de salud de jefe del Estado. Cuando las cámaras de televisión y los fotógrafos se retiraron del salón de la reunión, un ayudante colocó a Bouteflika un micrófono junto a su boca para que sus palabras fueran audibles a través de un altavoz, pero el presidente solo balbuceó unas frases incomprensibles que el intérprete fue incapaz de traducir, según fuentes diplomáticas conocedoras de aquel episodio. Merkel y su séquito estaban muy incómodos. La audiencia concluyó antes de tiempo.

Lo sucedido en La Mouradia, el palacio presidencial, hace cinco meses, no es algo excepcional. Jean-Louis Debré, expresidente de la Asamblea Nacional francesa, contó en un libro publicado en mayo de 2016 su audiencia, unos meses antes, con Bouteflika. Padecía “dificultades para expresarse”, escribió. “Constato que le resulta cada vez más difícil hablar”, añadía.

A Bouteflika “se le mantiene con vida artificialmente”, recalcaba en septiembre Bernard Bajolet, exembajador de Francia en Argel y exdirector del servicio secreto exterior francés (DGSE), en las entrevistas que concedió con motivo de la publicación de su libro de memorias “Le soleil ne se lève plus à l’Est” (El sol ya no sale por el Este).

Cuando empieza el primer fin de semana de marzo, el presidente argelino lleva cinco días ingresado en el Hospital Universitario de Ginebra para, según la versión oficial argelina, “un chequeo médico de rutina” a los que se somete con regularidad en esa ciudad suiza y en Grenoble (Francia), desde que en 2013 padeció un accidente cardiovascular que redujo drásticamente su movilidad –se desplaza en sillas de ruedas- y su capacidad de elocución.

El mes próximo Bouteflika cumplirá 82 años y su entorno sigue empeñado en que, pese a tener la salud quebrada, sea de nuevo candidato a las elecciones presidenciales del 18 de abril y obtenga un quinto mandato. El candidato del poder siempre sale en Argelia vencedor en las urnas con una aplastante mayoría.

placeholder Un manifestante se enfrenta a la policía durante una protesta contra Bouteflika en Argel. (Reuters)
Un manifestante se enfrenta a la policía durante una protesta contra Bouteflika en Argel. (Reuters)

Si logran su propósito Argelia, el país más poblado del Magreb (41 millones de habitantes), la primera potencia económica regional, la segunda potencia militar de África y el primer proveedor energético de España, a la que suministra cerca del 60% del gas que consumo, tendrá de nuevo un jefe de Estado capitidisminuido. No podrá, por ejemplo, viajar ni siquiera dentro de su propio país, pronunciar discursos, entrevistarse con líderes extranjeros o inaugurar congresos o infraestructuras.

Por mucho que algunos de sus partidarios recuerden que el presidente estadounidense Franklin D. Roosvelt pasó años en silla de ruedas, la situación no es comparable. “No conozco ningún ejemplo de dictador o de emperador que haya seguido reinando estando no consciente”, afirma al teléfono desde París Yasmina Khadra, el más célebre de los novelistas argelinos. “Ningún régimen en el mundo ha llegado a tal nivel de absurdidad excepto Argelia”, subraya.

Desde que se confirmó que aspiraba a seguir ejerciendo la presidencia, cientos de miles de argelinos, sobre todo jóvenes, convocados a través de las redes sociales, se han echado pacíficamente a las calles de las principales ciudades para exigirle “dégage” (lárgate) a él y a su entorno. “Dégage” es la palabra francesa con la que en 2011 los manifestantes tunecinos provocaron con éxito la caída del dictador Ben Ali. A juzgar por la afluencia de manifestantes, sobre todo hoy viernes, se trata del mayor movimiento de protesta en Argelia desde 1988. Lo respaldan también los partidos de la oposición, todos ellos con poco peso en la sociedad argelina.

Foto: Un coche de la Guardia Civil patrulla en Ceuta la frontera que separa España y Marruecos. (Reuters)

El miedo a la resurgencia de la “década negra”, aquellos años 90 en los que el Ejército luchaba a brazo partido contra las guerrillas islamistas, había disuadido hasta ahora a muchos argelinos a reivindicar abiertamente la caída del régimen. “La convalecencia duró demasiado, ahora el pueblo argelino ya se ha recuperado”, asegura Yasmina Khadra.

La motivación de los manifestantes es ante todo “la dignidad y el honor”, explica en el diario 'Le Monde' la historiadora Karima Dirèche, exdirectora en Túnez del Instituto de Investigación sobre el Magreb Contemporáneo. “Los argelinos soportan mal la humillación que supone ese ritual surrealista de lealtad a un cuadro”, añade recordando los homenajes que se rinden a un retrato enmarcado de Bouteflika porque su estado de salud no le permite asistir al acto. “El régimen ha subestimado la paciencia del pueblo argelino (…)”, concluye.

Si el carácter masivo de las manifestaciones no ofrece dudas, no está claro, sin embargo, si durarán mucho en el tiempo y cómo reaccionará el régimen. “Tiendo a pensar que el movimiento continuará porque no es violento y no suscitará, por tanto, una reacción violenta por parte de las autoridades”, vaticina Khadija Mohsen-Finan, investigadora de la Universidad de París I.

placeholder Estudiantes de la Universidad de Argelia protestan contra de la candidatura del presidente Abdelaziz Bouteflika. (EFE)
Estudiantes de la Universidad de Argelia protestan contra de la candidatura del presidente Abdelaziz Bouteflika. (EFE)

Por ahora los periodistas argelinos que denunciaban la censura han sido las principales víctimas –una quincena fueron detenidos- de una represión contenida limitada a lanzar granadas lacrimógenas para bloquear la progresión de algunos cortejos. Desde el Ejecutivo solo se formulan amenazas. Ahmed Ouyahia, el primer ministro, recordó en el Parlamento el jueves a los manifestantes que ofrecían rosas a los antidisturbios “que en Siria [en 2011] también se empezó con flores” y se acabó con una guerra civil que costó cientos de miles de muertos. “El poder es capaz de provocar (…)”, advierte Yasmina Khadra.

Aquellos que apoyan que Bouteflika siga ostentando la jefatura del Estado tienen hasta el domingo por la noche para presentar o retirar a su candidato ante el Consejo Constitucional, el órgano ante el que se acreditan los participantes en la carrera electoral. ¿Quiénes son los partidarios de darle una prórroga? Primero la camarilla familiar, encabezada por su hermano pequeño Said descrito como la “eminencia gris” de la presidencia; después parte de la cúpula militar capitaneada por el jefe de Estado Mayor, el general Ahmed Gaid Salah; algunos “pesos pesados” del antiguo partido único (Frente de Liberación Nacional) y un puñado de empresarios que han amasado fortunas estos últimos años.

La decisión de mantener o retirar a Bouteflika de la carrera presencial está en última instancia en manos del jefe de Estado Mayor y de un puñado de generales que quizás no compartan la misma opinión. “¿Está seguro el Ejecutivo de que el Ejército está de su lado?”, se pregunta Khadija Mohsen-Finan. Tiene motivos para hacerse la pregunta, pero no para responderla porque el poder en Argelia es opaco y apenas trasciende nada de los debates entre bambalinas.

Si de aquí al domingo por la noche, el clan Bouteflika no logra pactar el nombre de un candidato para sustituir al actual presidente caben dos posibilidades. La primera es que mantengan al actual presidente y Argelia tenga un jefe de Estado desvanecido. La segunda es que forjen al menos un consenso para aplazar unos meses la elección y pongan ese tiempo a provecho para alcanzar un acuerdo sobre quién será el nuevo presidente. Esta parece ahora la hipótesis más probable, pero no es seguro que baste para desactivar la mecha que los jóvenes prendieron en la calle.

La canciller Angela Merkel se sentó, el 17 de septiembre pasado, junto al presidente Abdelaziz Bouteflika que la recibía en audiencia. Merkel efectuaba, por fin, una visita oficial a Argelia que meses antes había tenido que aplazar a causa del delicado estado de salud de jefe del Estado. Cuando las cámaras de televisión y los fotógrafos se retiraron del salón de la reunión, un ayudante colocó a Bouteflika un micrófono junto a su boca para que sus palabras fueran audibles a través de un altavoz, pero el presidente solo balbuceó unas frases incomprensibles que el intérprete fue incapaz de traducir, según fuentes diplomáticas conocedoras de aquel episodio. Merkel y su séquito estaban muy incómodos. La audiencia concluyó antes de tiempo.

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