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Nostalgia de ti, dictador Ben Ali
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ELEMENTOS DEL ANTIGUO RÉGIMEN GANAN EN TÚNEZ

Nostalgia de ti, dictador Ben Ali

Cuatro años después de la revolución que echó abajo los 23 años de dictadura, el 51% de los tunecinos cree que la transición deja al país peor de lo que estaba

Los tunecinos acudierona las urnas en las primeras elecciones democráticasentre el desencanto y la esperanza. De un lado, los islamistas de Ennahda, que han estado al frente del país en el período de transición durante el cual se ha aprobado la Constitución más avanzada del mundo árabe. Frente a ellos, los seculares de centro Nidaa Tunis, un partido heterogéneo de centro que reúne a elementos del antiguo régimen de Ben Ali y a partidos más pequeños. A falta de resultados oficiales, todos los observadores y partidos otorgan la victoria a esta formación. Los observadores han notado la ausencia de muchos jóvenes, decepcionados porque los partidos políticos no han conseguido acercarse en este tiempo a los principios de la revolución: trabajo, dignidad y justicia.

Ali Taboub enfila la curva desde la Plaza de la República hacia la Avenida de la Libertad esquivando por poco el tranvía y a punto de chocar con la furgoneta de una tienda de zumos. Se pelea a voces con el otro conductor, maldice el tráfico del centro de Túnez, el mal estado de los autobuses urbanos y el precio de los tomates y la gasolina. Resume su vida entre bocinazos: 56 años, 30 en el taxi, cuatro hijos -dos chicos y dos chicas, los cuatro en paro-, su mujer en casa. “Claro que echo de menos a Ben Ali. Los (políticos) de ahora son una panda de ladrones y corruptos, así que no he ido a votar. Ben Ali también robaba, pero él era un ladrón de ladrones; nunca robó al pueblo”.

‘Claro que echo de menos a Ben Ali. Ben Ali también robaba, pero él era un ladrón de ladrones; nunca robó al pueblo’. ¿Para qué quiero libertad si suben los precios y no puedo pagar las facturas?’

Llegando a la calle Ibn al Jazaar, Ali Taboub termina de desfogarse: “¿Para qué quiero libertad si suben los precios y no puedo pagar las facturas? ¿Para qué, si no estamos más seguros en las calles? ¿Para ladrar como los perros en las manifestaciones?”. Ningún encuestador le ha llamado para preguntarle, pero Taboub es la transmutación en carne -de taxista- de las cifras de un estudio del Pew Research Center titulado “La confianza de Túnez en la democracia mengua”.

Casi cuatro años después de la revolución que echó abajo los 23 años de dictadura de Zine El Abidin Ben Ali, exiliado hoy en Arabia Saudí, el 51% de los tunecinos cree que este período de transición ha dejado el país peor de lo que estaba, según el estudio del Pew. Hace unos meses, el alza de las tasas de los vehículos de transporte hizo volver a salir a la gente a la calle en manifestaciones en Sfax, Ariana, Túnez capital, Gafsa y Mahdia pero el eslogan que se coreaba no era “Dégage, Ben Ali!” (¡Fuera, Ben Ali!) como durante la revolución, sino “Ben Ali, nos hemos equivocado, vuelve pronto”. Unos meses más tarde, aparecieron pintadas en los muros de un barrio de la capital: “¡Viva Ben Ali!”, “!Viva Leila!”.

La omnipresencia de un dictador añorado

Además de la situación económica, que el 88% de los tunecinos califica de “mala”, sólo el 48% (frente al 63% en 2012) prefiere la democracia a otro tipo de gobierno. Y hoy el 59% cree en la necesidad de un líder fuerte, cuando en 2012 eran el 37%. “Esa idea de que necesitamos un dictador, un papá que nos diga lo que tenemos que hacer, viene heredada del colonialismo. También estaba presente con Habib Bourguiba, el primer presidente de la Túnez independiente. Con Ben Ali se despolitizó a los ciudadanos”, explica a El Confidencial el realizador Amine Boufaied, codirector, junto a la periodista Lilia Blaise, del documental 7 vidas, que explora la relación ambivalente de los tunecinos con Ben Ali y el impresionante sistema de propaganda del régimen.

Durante 23 años, la fotografía del dictador fue ineludible. Estaba en la calle, en las escuelas, en los aeropuertos, en los puestos de venta, en los billetes, por todas partes. Los ciudadanos no podían escapar de una imagen que, además, iba rejuveneciendo en los retratos. En 1987, el año del golpe de Estado contra Bourguiba, Ben Ali ya tenía canas en las sienes pero a lo largo de los años fueron desapareciendo. Boufaied recuerda que una vez tuvo una sensación extraña en un festival de cine independiente: “Noté algo muy raro. Luego me di cuenta de que no estaba el retrato de Ben Ali”.

Además de la situación económica, que el 88% de los tunecinos califica de ‘mala’, sólo el 48% (frente al 63% en 2012) prefiere la democracia a otro tipo de gobierno

Era fundamental transmitir la idea de omnipotencia y omnipresencia. El otro símbolo del régimen fue el color malva, el favorito de Ben Ali. Los puentes se pintaban de malva y malvas eran los postes de electricidad y los colores de la cadena de televisión nacional. Junto al rojo y el blanco de la bandera, Túnez tuvo desde principios de los años 90 un color especial .Por si no fuera suficiente, en esta locura megalómana se impuso el culto al número 7. El golpe de Estado fue el 7 de noviembre del 87, así que cada ciudad de Túnez tuvo, desde entonces, una plaza, calle o carnicería, como decían con guasa los blogueros tunecinos en 2011, bautizada con el nombre “7 de noviembre”.

Resultado: Ben Ali estuvo hasta en la sopa durante 23 años. “Los nostálgicos de Ben Ali que aparecen en el filme en realidad no son verdaderos partidarios del dictador -explica Boufaied-. Dicen quedurante esa épocavivían mejor, pero no a causa de la persona sino a causa de ese sistema de propaganda, de culto a la personalidad, que asoció el ambiente de estabilidad y de seguridad a la figura del líder”.

“Haz lo que quieras… menos política”

Tras la caída del dictador, al comienzo del período de transición, los islamistas moderados de Ennahda fueron muy tolerantes con el auge del salafismo. Se concedió una amnistía a los presos salafistas encarcelados durante el régimen de Ben Ali y entre ellos hay grupos que han optado por la vía violenta. Entre 2.500 y 3.000 tunecinos, el contingente de extranjeros más numeroso, han dejado el país para ir a luchar contra el ISIS en Irak y Siria. Además, la situación geopolítica en la región, sobre todo la inestabilidad en Libia, ha propiciado un aumento de grupos terroristas que han asesinado a decenas de agentes de las fuerzas de la seguridad tunecinas. Ya había grupos yihadistas durante la etapa Ben Ali, pero nunca a esta escala.

Pero la estabilidad y esa seguridad tenían precio: para poder conseguir cualquier cosa, desde una licencia a un título universitario, había que pasar por el partido único, el RCD (Agrupación Constitucional Democrática). “Primero con Bourguiba y luego con Ben Ali, el mensaje era ´haz lo que quieras, menos política´, por eso muchos ciudadanos no han desarrollado una visión política o crítica de las cosas. No son conscientes de que detrás del desarrollo de una nación se esconde la democracia, porque es una garantía de un Estado de derecho donde, por ejemplo, se persiga la corrupción o se haga justicia con las víctimas”, señala el realizador.

Uno de los puntos débiles de la transición tunecina es la rendición de cuentas por parte de los altos cargos de un régimen que torturaba con soltura y de los responsables de la muerte de más de 300 personas durante la revolución, muchos de ellos por disparos. Algunos de estos responsables estuvieron en prisión y se les liberó “porque no se investigó adecuadamente, así que les mandaron a casa”, explica Amna Guellali, investigadora de Human Rights Watch en Túnez. Otras 25 personas han sido juzgadas y condenadas a penas de entre 5 y 25 años de cárcel. “Después, en apelación, la pena se quedó en tres años, así que ya están todos en libertad”, concluye Guellali.

Nunca se supo quién dio las órdenes de disparar a los manifestantes. En junio pasado se creó la Comisión de la verdad y la dignidad para destapar la verdad sobre los abusos cometidos por los regímenes de Bourguiba y Ben Ali, desde 1955 a 2011, pero aún no ha echado a andar.

La rendición de cuentas es un asunto que se ha olvidado por parte de la élite política tunecina. En las elecciones a la Asamblea Nacional Constituyente de octubre de 2011, la que aprobó la nueva Constitución, todos los partidos hablaban de la necesidad de juzgar a los miembros del antiguo régimen. Incluso se aprobó una ley para impedirles presentarse a las elecciones. Hoy, gracias a otra ley, pueden volver a concurrir y lo han hecho sin ningún rubor.

Una simpatizante del partido islamista durante un acto de campaña en Túnez (Reuters). Vuelven “los torturadores”

Los seculares y centristas de Nidaa Tunis (La llamada por Túnez) fueron los primeros en abrir la puerta a colaboradores de Ben Ali. Su líder,Beji Caid Essebsi, de 87 años, ocupó varios cargos a lo largo de los 23 años de dictadura y fue presidente del Parlamento.Hoy, hasta cinco exministros se presentan a las elecciones presidenciales del 23 de noviembre: Abderrahim Zouari, Mustafa Kamel Nabli, Hamouda Ben Slama, Kamel Morjane y Mondher Zenaidi, que el pasado 14 de septiembre fue recibido entre vítores de “¡Presidente, presidente!” en el aeropuerto de Túnez, después de pasar tres años en Francia.

“Ahora están de vuelta en la oficina, hay una completa normalización de esas figuras de un régimen en el que la tortura era sistemática. No se trata de buscar revancha pero no debería haber impunidad; no debería lavársele la cara a un sistema que ha cometido tantos abusos”, explica Guellali.

Esta impunidad es una de las principales razones, según Amine Boufaied, de la nostalgia de la etapa Ben Ali: “La justicia ha declarado inocentes a los responsables, así que la gente puede expresar sin tabúes, sin temor a ser colocada en el bando de los malos, ese sentimiento de nostalgia. Muchos quieren convencerse de que los abusos en los derechos humanos eran rumores”. 7 vidas, su documental, termina con una secuencia impactante: un grupo de ciudadanos tira abajo un cartel con el retrato de Ben Ali, pero debajo hay otro. “Queremos transmitir que debemos estar vigilantes. Hemos derribado a un dictador, pero el régimen sigue ahí y puede llegar otro”, concluye.

Los observadores han notado la ausencia de muchos jóvenes, decepcionados porque los partidos políticos no han conseguido acercarse a los principios de la revolución: trabajo, dignidad y justicia

No queda ni rastro de las fotografías de Ben Ali en ninguna ciudad del país. En la Avenida Mohamed V del centro de Túnez, la antigua sede del RCD languidece abandonada rodeada de concertinas y custodiada por militares. En uno de sus muros se puede leer con dificultad un lema desgastado: “Muerte al RCD”. Pero cuatro años después, los partidos políticos tunecinos todavía no han sabido responder a las demandas de trabajo, libertad y dignidad de la revolución.

Los programas de los dos principales partidos, los islamistas moderados de Ennahda-que han pilotado esta etapa de transición- y los seculares de Nidaa Tunis se centran en la economía y la lucha contra el terrorismo, sin concretar mucho más. En el mitin de cierre de campaña, el líder de Ennahda, Rachid Ganouchi, de 73 años, pasó de puntillas por el ideario islamista, aun cuando batalló duro por lograr que la Constitución tuviera un tinte más religioso que el que ha quedado.

Nidaa Tunis es una amalgama de partidos anti islamistas que integra tanto a “exBen Alis” como a antiguos miembros del Partido Comunista, como Tarek Chabouni. Cuando le preguntan por qué dejó el partido, no se inmuta: “Para resumirlo esquemáticamente: ¿quieres ser de Izquierda Unida o del PSOE? ¿Quieres ser la izquierda que molesta un poco o quieres gobernar? Yo quiero gobernar”.

Es como elegir entre el ébola y la malaria”, sentencia el taxista Ali Taboub mientras desde el taxi de al lado suena en la radio un tema de Stromae que sirve de banda sonora para su discurso: “Tous les mêmes” (Todos los mismos).

En la redacción de la revista onlineinkyfada.comse prepara ya el siguiente número con varios reportajes sobre las elecciones. Sana Sbouai, redactora jefe, ha pasado semanas leyendo, editando y corrigiendo textos y análisis electorales y concluye, exhausta: “El problema no es que los tunecinos no estemos preparados para elegir un gobierno. El problema es que la clase política tunecina no está preparada para los tunecinos”.

Los tunecinos acudierona las urnas en las primeras elecciones democráticasentre el desencanto y la esperanza. De un lado, los islamistas de Ennahda, que han estado al frente del país en el período de transición durante el cual se ha aprobado la Constitución más avanzada del mundo árabe. Frente a ellos, los seculares de centro Nidaa Tunis, un partido heterogéneo de centro que reúne a elementos del antiguo régimen de Ben Ali y a partidos más pequeños. A falta de resultados oficiales, todos los observadores y partidos otorgan la victoria a esta formación. Los observadores han notado la ausencia de muchos jóvenes, decepcionados porque los partidos políticos no han conseguido acercarse en este tiempo a los principios de la revolución: trabajo, dignidad y justicia.

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