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El proyecto de Vox se sitúa entre la Hungría de Orbán y la Italia de Salvini
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El proyecto de Vox se sitúa entre la Hungría de Orbán y la Italia de Salvini

La formación de Santiago Abascal busca su lugar en la constelación de partidos ultraconservadores y de extrema derecha de Europa, cuyos programas son más diversos de lo que puede parecer

Foto: Santiago Abascal, junto al candidato de Vox en Andalucía, Francisco Serrano, durante la celebración de resultados en Sevilla, el 2 de diciembre de 2018. (Reuters)
Santiago Abascal, junto al candidato de Vox en Andalucía, Francisco Serrano, durante la celebración de resultados en Sevilla, el 2 de diciembre de 2018. (Reuters)

Incluso antes de conocerse los resultados definitivos de las elecciones andaluzas, Marine Le Pen, la líder de Reagrupación Nacional (el antiguo Frente Nacional francés), enviaba un mensaje de felicitación a Vox, una muestra del creciente interés que la “Internacional Nacionalista Identitaria” –léase ultraderecha- europea empieza a demostrar por el partido de Santiago Abascal, al que hasta ahora había poco menos que ignorado. A Vox le interesa tejer alianzas en el continente y ha aprendido mucho de sus socios naturales en los últimos años. Pero lo ha hecho con prudencia, evitando encasillarse en una familia política cuya reputación sigue resultando tóxica en España. “Vox no es de extrema derecha, es de extrema necesidad”, lleva diciendo Abascal al menos desde 2016.

Con su irrupción en el parlamento andaluz, la pregunta es ineludible. ¿Dónde se sitúa Vox en el entorno europeo? La realidad es que el universo de los partidos nacionalistas identitarios es muy variado, y muchos de sus planteamientos difieren de los de los españoles. Son notables, por ejemplo, las diferencias con el propio partido de Le Pen, cuyos postulados económicos se asemejan más a los de una formación socialista y no a los de un grupo neoliberal como defiende Abascal. Tras comparar con detalle todos los programas, la conclusión es que Vox ofrece una postura muy similar a la de la Liga Norte en cuanto a las políticas sociales y de inmigración; y muy parecida a la de la Hungría de Orbán en lo relativo al nacionalismo y la concepción de Estado: centralista, fuerte, exaltando las tradiciones y con una defensa a ultranza de los símbolos patrios y sus gestas culturales y militares.

En lo que todos están de acuerdo, en cualquier caso, es en limitar de algún modo la inmigración. En su programa, Vox propone la "deportación de los inmigrantes ilegales a sus países de origen", además de la de aquellos que "hayan reincidido en la comisión de delitos leves o hayan cometido algún delito grave". También apuesta por incapacitar de por vida a cualquiera que haya entrado ilegalmente en España y excluirlo de cualquier tipo de servicio social para siempre, incluida la atención médica. Es más: los equipara a los terroristas a la hora de eliminar sus privilegios penitenciarios (salarios, seguridad social...). Y habla de "levantar un muro infranqueable entre Ceuta y Melilla". Cambiando el muro por el bloqueo marítimo del Mediterráneo, la fórmula se parece mucho a la que está poniendo en práctica el actual Gobierno italiano bajo el impulso de la Liga Norte de Matteo Salvini.

Para Abascal no todos los inmigrantes son igual de peligrosos. “Frente a los que reivindican la Andalucía de Blas Infante, Almanzor, Abderramán y Al Ándalus, nosotros reivindicamos la Andalucía de la reina Isabel la Católica y las Cortes de Cádiz”, declaró en un mitin en Córdoba a finales de noviembre. En Vox no se cansan de repetir que el islam no es solo una religión sino "una ideología política que busca la conquista del Estado" y como tal debe ser vigilada, reduciendo drásticamente la inmigración procedente de países musulmanes. En su programa se concreta la "expulsión de los imanes que propaguen el integrismo, el menosprecio a la mujer, o la yihad", la "prohibición de erigir mezquitas promovidas por el wahabismo, el salafismo, o cualquier interpretación fundamentalista del islam", así como "ilegalizar la financiación por parte de terceros países de lugares de culto en suelo español" o excluir "la enseñanza del islam en la escuela pública".

En eso no tiene un mejor compañero en Europa que el Partido de la Libertad del holandés Geert Wilders, para quien la oposición al islam es su principal vara de medir. Wilders, considerado el epítome de la islamofobia, no tiene ningún problema con los inmigrantes que no procedan de África u Oriente Medio (siempre y cuando no pretendan recibir ayudas del Estado). En general, una forma u otra de rechazo al islam es la tónica habitual en todas estas formaciones ('El islam no pertenece a Alemania' es uno de los principales lemas de AfD).

Más conservadores que Le Pen

Los nacionalismos europeos proponen como alternativa al multiculturalismo que censuran una vuelta a las raíces cristianas del continente. "Nuestra identidad y la de toda Europa es cristiana, y eso hay que preservarlo porque nuestros valores son superiores y dignifican al hombre", declaró Abascal en 2016 en un encuentro digital con los lectores de 'Infovaticana.com'. En eso coincide con casi todos los demás partidos, que consideran la cristiandad el elemento central de la civilización occidental. Con distintos grados: en Holanda, Alemania y Francia prevalece una visión laica —o al menos aconfensional— del Estado. Mientras que otros, como el Fidesz del húngaro Víktor Orbán o el Partido Ley y Justicia (PiS) de Jaroslaw Kackzynski, proclaman abiertamente la "superioridad" del cristianismo y promueven activamente los valores cristianos en la sociedad y la educación.

Le Pen elogia en multiples ocasiones a dos figuras del feminismo francés como Elisabeth Badinter o, claro, Simone de Beauvoir

En muchas cuestiones, los postulados de Vox son más conservadores que los de muchos de sus compañeros de viaje en Europa. En su programa se pide la derogación de la Ley de Violencia de Género “y de toda norma de discriminación entre sexos”. Se propone una ley que proteja no solo a mujeres sino a ancianos, niños y hombres, y pide la supresión de ayudas a las “organizaciones feministas radicales”.

En cambio, Le Pen, como mujer, se cuida de entrar en estos asuntos. Tampoco ha pedido nunca la abrogación del derecho al aborto, un punto de conflicto con su sobrina Marion Marechal y muchos de sus partidarios. La izquierda denuncia su “falso feminismo”, pero sin encontrar pruebas. Y mientras algunas socialistas se cubren con velo en sus visitas a países musulmanes, Le Pen nunca ha accedido a hacerlo. Ha elogiado en multiples ocasiones a dos figuras del feminismo francés como Elisabeth Badinter o, claro, Simone de Beauvoir. Para la mayoría de estas formaciones, la igualdad entre sexos no es algo que pueda ponerse en cuestión. Hasta hace muy poco, la líder principal de AfD era una mujer, Frauke Petry.

placeholder Marine Le Pen, el líder del partido checo Libertad y Democracia Directa, Tomio Okamura, y Geert Wilders, en una minicumbre de la ultraderecha europea en Praga. (Reuters)
Marine Le Pen, el líder del partido checo Libertad y Democracia Directa, Tomio Okamura, y Geert Wilders, en una minicumbre de la ultraderecha europea en Praga. (Reuters)

Derechos homosexuales, la gran brecha

Algo similar sucede con los derechos del colectivo LGBTI o la cuestión del aborto. Aunque no es un tema que Abascal toque por iniciativa propia, al ser interrogado directamente durante encuentros con lectores o entrevistas, se ha mostrado partidario de derogar el matrimonio homosexual. Y también propone políticas de “cero aborto”. Eso le acerca a formaciones como AfD —que defiende que se combata la crisis demográfica con más hijos de las mujeres alemanas— y, sobre todo, a los partidos con una fuerte identidad cristiana como el Fidesz y el PiS. “Hay que parar la política de género y la sexualización prematura, el gasto público para 'estudios de género' pseudo-científicos, el régimen de cuotas y una desfiguración del idioma alemán”, apunta el programa de AfD.

En Francia, en las elecciones regionales de 2015, nada menos que un 32% de parejas homosexuales votaron a Le Pen, que se ha autoerigido en defensora de este colectivo frente a las agresiones homófobas (subrayando que los agresores son principalmente musulmanes o extranjeros). El propio vicepresidente del Frente Nacional hasta 2017, Florian Philippot, era abiertamente gay. La diferencia es aún mayor con el Partido de la Libertad de Wilders, que enarbola la bandera de los derechos de homosexuales y mujeres —en contraposición con los valores del islam—, y la libertad de elección de estas en cuestiones como el aborto, cuya práctica no está a debate en Holanda.

Tanto AfD como el joven partido español apuestan por una simplificación de los sistemas tributarios, así como rebajas fiscales para las familias

Tampoco hay coincidencia en las políticas económicas. Tanto AfD como el joven partido español apuestan por una simplificación de los sistemas tributarios, así como rebajas fiscales para las familias. Otra coincidencia es su apuesta por la eliminación de los impuestos al patrimonio y a las sucesiones. La defensa de la economía de mercado, con un acento nacional en sectores estratégicos de ambos países, sería la descripción de las apuestas económicas de ambos partidos. AfD tiene un origen claramente neoliberal, que ha ido suavizando con políticas sociales fundamentalmente para los nacionales. Es lo que el partido ultra califica como “nueva cuestión social alemana”, es decir, que el Estado del bienestar y una política migratoria de puertas abiertas son sencillamente incompatibles.

El programa de Le Pen, en cambio, podría compartirlo cualquier formación de izquierda en algunos puntos: preconiza un aumento de las ayudas y una reducción de los impuestos a las rentas más bajas, entre otras medidas, por lo que RN se ha convertido en el partido de los obreros y de los parados. La fórmula de Wilders es más compleja y sofisticada: propone que las ayudas salgan de recortes a la cooperación, las artes y los medios de comunicación públicos, y, por supuesto, ni un céntimo a los extranjeros.

Respecto a la UE, Vox se alinea explícitamente con el 'Grupo de Visegrado' —la entente de gobiernos ultraderechistas del Este en Bruselas, que incluye a Budapest, Varsovia, Praga y Bratislava—, y cita varias veces a Hungría como modelo para "impulsar en Bruselas un nuevo tratado europeo en cuanto a fronteras, soberanía nacional y respeto por los valores”. Un euroescepticismo que resulta moderado frente a la defensa de un referéndum sobre un posible 'Frexit' o 'Nexit', como han defendido Le Pen y Wilders. Por supuesto, Reagrupación Nacional pretende recuperar la soberanía monetaria y volver al franco, si así lo votan los franceses.

placeholder El primer ministro húngaro, el conservador nacionalista Viktor Orbán, durante una rueda de prensa en Praga. (EFE)
El primer ministro húngaro, el conservador nacionalista Viktor Orbán, durante una rueda de prensa en Praga. (EFE)

Contra mis enemigos, todo

Un fenómeno especial es el de la Liga, en Italia, que ha ido moldeando su discurso tras el pacto de gobierno con el Movimiento 5 Estrellas, algo que le ha permitido reforzar posturas euroescépticas y antiinmigración, pero también ha obligado a la formación a posicionarse a favor de la nacionalización de empresas clave como la gestora de la red vial (Autostrade) o la aereolínea Alitalia. Por su descentralización del poder, que quieren alejar de Roma, nunca ha defendido a capa y espada el 'tricolore' italiano, algo que sí hizo con la bandera de los territorios de la Padania durante los años noventa. Entonces solo era un movimiento independentista del norte de Italia; hoy, encabezada por Salvini, ocupa 125 escaños en el Congreso de los Diputados.

En ese sentido, Vox propone acabar con las autonomías, recentralizar el Estado en Madrid, así como promover y proteger los sentimientos nacionales, las tradiciones, la cultura... En su programa se lee: "Suspensión de la autonomía catalana hasta la derrota sin paliativos del golpismo y la depuración de responsabilidades civiles y penales. (...) Ilegalización de los partidos, asociaciones u ONG que persigan la destrucción de la unidad territorial de la nación y de su soberanía". En otras palabras: poner fuera de la ley a partidos con ideas que amenacen la unidad de España.

En eso, los otros partidos europeos son claros: persecución de delitos sí, pero no de enemigos políticos. Las dos únicas excepciones son los dos miembros del ‘Grupo de Visegrado’, que no es que estén teóricamente a favor de perseguir judicialmente a sus oponentes: es que ya lo están haciendo. Ambos gobiernos han modificado las leyes para hacerse con el control de las instituciones y eliminar la separación de poderes, y poder criminalizar algunas actividades de la oposición. También han utilizado los impuestos y las inspecciones para cerrar medios de comunicación críticos y ONG de signo liberal.

Precisamente esas dos formaciones son las únicas que presentan un nacionalismo radical similar al de Vox, las que más reivindican los valores de la patria tradicional con constantes referencias a gestas y glorias medievales. Polacos y húngaros, representantes de las llamadas 'democracias iliberales' de Europa, practican una especie de supremacismo identitario de corte clásico que casa muy bien con las aspiraciones nostálgicas de Vox, lo que tampoco quiere decir que estén destinados a seguir caminos paralelos.

Está por ver si Vox se parecerá también a sus compañeros europeos en cuanto a proyección electoral. Nació el mismo año que Alternativa para Alemania (AfD), en 2013. En ese tiempo, los alemanes han llegado mucho más lejos, impulsados por la crisis de los refugiados y la política de acogida impulsada inicialmente por la canciller Angela Merkel. El pasado septiembre, en las últimas elecciones federales, AfD entró en el Bundestag como tercera fuerza parlamentaria con el 12,6% de los votos. Actualmente lidera la oposición parlamentaria en la principal cámara del país. Es el partido de ultraderecha más exitoso de la historia de la República Federal de Alemania, y marca la hoja de ruta a seguir para Vox: primero el triunfo en un parlamento regional, después la conquista, poco a poco, de las entidades nacionales.

El viaje de la familia Le Pen tiene más años y ha estado cerca de gobernar. Su evolución debería servir de advertencia. A sus votantes los llamaron “fachas”; los partidos crearon hasta hace poco un “cordón sanitario” para impedir acuerdos electorales con el FN; François Mitterrand utilizó el sistema electoral mayoritario para reducir su presencia en la Asamblea; los periodistas se negaban a entrevistar a sus líderes “para no hacerles el juego”. Hoy, Reagrupación Nacional es el primer partido de Francia.

Incluso antes de conocerse los resultados definitivos de las elecciones andaluzas, Marine Le Pen, la líder de Reagrupación Nacional (el antiguo Frente Nacional francés), enviaba un mensaje de felicitación a Vox, una muestra del creciente interés que la “Internacional Nacionalista Identitaria” –léase ultraderecha- europea empieza a demostrar por el partido de Santiago Abascal, al que hasta ahora había poco menos que ignorado. A Vox le interesa tejer alianzas en el continente y ha aprendido mucho de sus socios naturales en los últimos años. Pero lo ha hecho con prudencia, evitando encasillarse en una familia política cuya reputación sigue resultando tóxica en España. “Vox no es de extrema derecha, es de extrema necesidad”, lleva diciendo Abascal al menos desde 2016.

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