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Tantos muertos como en Vietnam: cómo acabar con la epidemia que arrasa EEUU
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"una lucha contra las grandes farmaceúticas"

Tantos muertos como en Vietnam: cómo acabar con la epidemia que arrasa EEUU

Algunas morgues no dan a basto, los ayuntamientos empapelan las calles con anuncios de primeros auxilios y las autoridades médicas discuten cómo vencer esta epidemia cada vez más agresiva

Foto: Sanitarios intentan reanimar a una víctima de sobredosis en Everett, un suburbio de Boston, Massachusetts. (Reuters)
Sanitarios intentan reanimar a una víctima de sobredosis en Everett, un suburbio de Boston, Massachusetts. (Reuters)

El abuso de fármacos opiáceos contra el dolor (y de alternativas ilegales como la heroína) mató en 2016 a 42.000 personas en Estados Unidos. Un 28% más que en 2015 y cinco veces más que en 1999, según datos oficiales. Algunas morgues no dan a basto, los ayuntamientos empapelan las calles con anuncios de primeros auxilios y las autoridades médicas discuten cómo vencer esta epidemia cada vez más agresiva, cada vez más visible.

“Para no estar al tanto de la epidemia tendrías que ignorarla a propósito”, dice por teléfono el doctor David Patterson, profesor de salud pública de la Universidad de Washington. “Mucha gente, o sus familias, ha sido afectada personalmente”. Una percepción respaldada por las cifras. Los datos preliminares de 2017 apuntan al empeoramiento de una crisis que ya ha recortado por segundo año consecutivo la esperanza de vida en EEUU.

La producción está en manos de cinco compañías. El sector gastó 880 millones entre 2006 y 2015 en una campaña de influencia en las instituciones médicas

La Administración Trump ha prometido varias veces atajar la epidemia. A mediados de marzo el presidente de Estados Unidos anunció una serie de medidas que se pueden separar en tres bloques: reforzar la vigilancia médica para reducir un tercio las recetas en los próximos tres años, aumentar el acceso a tratamiento y endurecer los castigos penales a traficantes de drogas, incluyendo la aplicación de la pena de muerte. “Seas un camello, un doctor, un traficante o un productor, si violas la ley y vendes ilegalmente estos venenos mortales, te encontraremos, te arrestaremos y te haremos responsable”, declaró Donald Trump durante un discurso en New Hampshire.

Las palabras “pena de muerte” captaron inmediatamente la atención de los medios de comunicación, pero las personas que lidian en primera línea con los opiáceos destacan otras soluciones, multidisciplinares, caras y complejas.

“Lo primero que habría que hacer es tratar a los opiáceos como se trata a la morfina. Ponerlos en la misma categoría”, dice Patterson. “De esta manera estarían más controlados, cortaríamos el suministro, frenaríamos las adicciones y podríamos centrarnos en tratar a los adicto”. El problema, en su opinión, es que esta medida desataría una lucha con las grandes farmacéuticas, que gracias a los opiáceos “están ganando demasiado dinero”.

Foto: Una farmacéutica organiza unos medicamentos en un establecimiento en Leesburg, Florida, en 2006. (Reuters)

La producción de medicamentos como OxyContin o Percocet está en manos, sobre todo, de cinco grandes compañías: Purdue Pharma, Johnson & Johnson, Insys, Mylan y Depomed. Según una investigación de la agencia AP y el Centro de Integridad Pública, el sector se habría gastado 880 millones de dólares entre 2006 y 2015 en una campaña de influencia en las instituciones médicas para promover la receta masiva de medicamentos altamente adictivos.

Algunos de los estados más afectados están intentando llevar a estas corporaciones ante un tribunal. El Gobierno de Ohio, donde dos de cada diez personas recibieron una receta de opiáceos en 2016, ha acusado a una decena de farmacéuticas de inundar el mercado con estas pastillas aún conociendo sus efectos en el paciente. La ciudad de Nueva York también se unió a las 60 demandas federales a las compañías: exige 500 millones de dólares de compensación por “alimentar esta epidemia vendiendo estas drogas peligrosas y enganchando a millones”, en palabras del alcalde, Bill de Blasio.

“Un exceso de recetas”

Mientras la vía legal se abre camino, la Administración Obama ya había aprobado más recursos contra la epidemia. El estado en el que David Patterson desempeña su labor, Misuri, recibe 10 millones de dólares anuales con este fin desde hace dos años. “Más gente recibe tratamiento, éste es más asequible, puede que el año que viene veamos algunos beneficios”, declara. Pese a ello y al aumento de “conciencia” en la comunidad médica y de formación respecto a los opiáceos, “sigue habiendo un exceso de recetas”.

El mundo médico también experimenta una especie de despertar. Algunos profesionales reconocen haber estado recetando estos fármacos durante años sin conocer, hasta hace poco, sus auténticos efectos: que una semana tomando opiáceos, por ejemplo, engancha al 10% de los pacientes. “Así son de adictivos, y no tenía ni idea”, declaró el cirujano e investigador Atul Gawande. “Estuve alimentando parte de esta crisis. Todos lo hicimos”. Una solución, según Gawande, sería limitar a tres días la receta de opiáceos y solamente en los casos de pacientes con un dolor especialmente fuerte.

placeholder Un sanitario ayuda a una mujer que ha sido reanimada tras sufrir una sobredosis , en Salem, un suburbio de Boston. (Reuters)
Un sanitario ayuda a una mujer que ha sido reanimada tras sufrir una sobredosis , en Salem, un suburbio de Boston. (Reuters)

'The New York Times' preguntó a treinta expertos, desde médicos a sociólogos y policías, qué harían su tuvieran 100.000 millones de dólares para gastar en la lucha contra la epidemia durante un año y medio. De la media total, casi la mitad del presupuesto, el 47%, sería destinado al tratamiento de los adictos: mejorando la cobertura pública y poniendo más recursos a su disposición. El 27% se centraría en limitar la propia demanda de opiáceos, a través, por ejemplo, de la educación. Un 11% atajaría la oferta: con más reglas para los médicos y más actuaciones policiales contra la distribuición.

El 15% de este presupuesto ficticio iría destinado a la “reducción del daño”. Por ejemplo facilitando el acceso a jeringuillas limpias y a la Naloxona, el medicamento que puede salvar la vida, con una inyección, a las personas que están sufriendo una sobredosis. A diferencia del presidente Trump, ninguno de los encuestados mencionó la necesidad de levantar un muro con México.

Otra manera de limitar la adicción a los opiáceos sería legalizando la marihuana para uso médico. El Diario de la Asociación Médica Americana (JAMA, por sus siglas en inglés) acaba de publicar dos estudios que apuntan en esta dirección: aquellos estados que han legalizado parcialmente el cannabis han visto cómo caía un 6% el número de opiáceos recetados a los pacientes del Medicaid (la sanida pública para personas de bajos ingresos). El Gobierno incluso ha pedido a las corporaciones Twitter y Facebook que arrimen el hombro y prohíban la venta online de opiáceos en sus respectivos territorios.

El número de víctimas de opiáceos, legales e ilegales, en 2016, es comparable al de estadounidenses muertos en la guerra de Vietnam. Y como si de una guerra se tratara, la Casa Blanca inaugurará un monumento en honor a los caídos en esta epidemia. El memorial estará compuesto de 20.000 mini-retratos de víctimas de sobredosis, tallados en pequeñas pastillas blancas. La obra se llama “Recetado para la muerte”.

El abuso de fármacos opiáceos contra el dolor (y de alternativas ilegales como la heroína) mató en 2016 a 42.000 personas en Estados Unidos. Un 28% más que en 2015 y cinco veces más que en 1999, según datos oficiales. Algunas morgues no dan a basto, los ayuntamientos empapelan las calles con anuncios de primeros auxilios y las autoridades médicas discuten cómo vencer esta epidemia cada vez más agresiva, cada vez más visible.

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