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Fiebre por la defensa personal entre jóvenes musulmanas de EEUU
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aumento de ataques desde la victoria de trump

Fiebre por la defensa personal entre jóvenes musulmanas de EEUU

En plena ola de ataques contra mezquitas tras el atentado de San Bernardino, Shireen decidió aprender defensa personal... como muchas otras chicas musulmanas estadounidenses

Foto: Una musulmana estadounidense con velo camina ante simpatizantes de Trump en Manhattan, Nueva York (Reuters).
Una musulmana estadounidense con velo camina ante simpatizantes de Trump en Manhattan, Nueva York (Reuters).

El año 2017 no ha empezado bien para la población musulmana en EEUU. Este escaso 1%, unos 3,3 millones de habitantes, que forma una minoría heterogénea, geográfica y culturalmente hablando, tiene en sus mezquitas un blanco reconocible y muy vulnerable, objeto periódico de ataques más o menos graves que se consideran crímenes de odio. En las últimas horas, una mezquita de Chicago ha sido vandalizada por un individuo que ha pegado pegatinas de esvásticas; el último fin de semana de enero, justo después de que el presidente Trump firmase la orden que prohíbe la entrada en EEUU de ciudadanos de siete países musulmanes, una mezquita de Texas quedó destruida por las llamas. A mediados de enero, un fuego provocado destruyó la mitad de una mezquita de las afueras de Seattle.

2017 está continuando con una tendencia que empezó en 2015. Un informe del FBI asegura que en este año los ataques islamófobos aumentaron un 67%. De 154 denuncias en 2014 a 257 en 2015. Y, si los edificios son un blanco fácil, ¿qué hacer cuando tu propia vestimenta te distingue como musulmán a todas horas del día y allá donde estés? En estos días de incertidumbre y tensión, resulta comprensible que si eres mujer, eres musulmana, y llevas hijab sientas cierta vulnerabilidad.

Shireen llevaba años dándole vueltas. Menuda, con cara de niña y una dulce voz cantarina, siempre había querido dar clases de artes marciales, algún tipo de defensa personal. Sobre todo desde que, durante la carrera en UCLA, decidiera dar el paso de llevar 'hijab' y fuese consciente de la "enorme diferencia" que ello suponía en el trato que recibía de los demás. La posibilidad de ser blanco de algún ataque, verbal o físico, siempre ha estado presente en su cabeza ."No solo como musulmana, sino como mujer joven también, que ha vivido sola en una gran ciudad".

'Ha llegado vuestro momento. Hay un nuevo sheriff en la ciudad: el presidente Trump. Va a limpiar América y va a empezar con vosotros, los musulmanes'

Desde que se mudó a Nueva York, donde vivió unos años, lleva un spray de defensa en el bolso. A sus 33 años, a esta nutricionista y escritora freelance, hija de madre mexicana y padre paquistaní, no le han faltado encontronazos con la parte más fea de la sociedad estadounidense. Aquel conductor de autobús que le gritó a la cara en Chicago, aquel portero del show de television al que fue de espectadora que le puso mala cara y la sentó junto a sus amigas en la última fila. "No es raro que la gente te mire mal, especialmente en los aeropuertos y en los aviones", afirma resignada. "Prefiero pensar que en muchas de esas ocasiones se trata más bien de mala educación que de racismo".

Por eso, el día que, en medio de la oleada de ataques contra mezquitas que trajo consigo el atentado de San Bernardino (condado donde creció y vive), supo que a la esposa del imam la habían atacado con un cuchillo a plena luz del día en un autolavado (“y en un buen barrio”), Shireen dio el paso definitivo. Puso un anuncio a través de otras organizadoras de diferentes grupos musulmanes y pronto se juntaron unas 15 mujeres "de entre 20 y 30 años, algunas con niqab, otras con hijab, otras que no llevaban velo". Reclutaron a una experta en defensa personal. Y durante varias semanas aprendieron las técnicas básicas para defenderse en caso de ataque.

"No parábamos de imaginar escenarios posibles. Cada rato interrumpíamos la clase con alguna hipótesis: "¿y si...?". Nos servía de terapia también, de alguna manera, al hablar de la posibilidad de ser atacadas y de cómo reaccionaríamos a ello, nos sentíamos más protegidas". En aquella época, recuerda, tenían mucho miedo. Hicieron algunas fotos de demostración para enseñar en otros centros y mezquitas, donde se pusieron en marcha otros grupos. "Aprender defensa personal me hizo sentirme mucho más segura, más preparada. Ya no me angustiaba tanto".

El condado de Los Ángeles, Orange County y alrededores es una de las zonas de EEUU con mayor población musulmana: 300.000 (en todo el país hay un 1% de población que se define musulmana: 3,3 millones). La asociación nacional más activa e importante en la defensa de sus derechos, CAIR (Consejo de Relaciones Islámico Americanas en sus siglas en inglés), lleva años luchando contra discriminación a nivel personal y colectivo, y no son nuevas para ellos las denuncias por discriminación en el trabajo, actuación policial inapropiada, problemas con las listas de pasajeros sospechosos en aeropuertos. Pero "la situación está empeorando en los últimos meses", afirma Ojaala Ahmad, de CAIR en el sur de California. Un informe del FBI que segura que en 2015 los ataques islamófobos han aumentado un 67%. De 154 denuncias en 2014 a 257 en 2015.

En diciembre de 2016, seis mezquitas del sur de California recibieron cartas amenazadoras, escritas a mano por la misma persona. “Ha llegado vuestro momento. Hay un nuevo sheriff en la ciudad: el presidente Donald Trump. Va a limpiar América y hacerla brillar de nuevo. Y va a empezar con vosotros, los musulmanes". Firmada por "Americanos por un camino mejor" aseguraba que Trump haría a los musulmanes lo que Hitler hizo a los judíos.

El departamento de policía de Los Ángeles se ha tomado las cartas en serio aunque, en sí mismas, no constituyen un crimen de odio. Pero sí indicio de potencial peligro, como en el caso el pasado octubre de un sospechoso en Augura Hills, que amenazó por teléfono al centro islámico del sur de California con disparar contra sus miembros. Localizado, el sospechoso resultó tener en su casa varias armas y munición.

"Exactamente tras el atentado de San Bernardino atravesamos un momento terrible en el que se produjeron actos de vandalismo y profanación en algunas mezquitas", explica Ahmad. Así que ahora, tras la elección de un presidente que ha jugado abiertamente con la idea de crear un registro de musulmanes estadounidenses, en CAIR se preparan para lo peor. Hussam Ayloush, su director ejecutivo, ha responsabilizado a Trump de "normalizar este tipo de retórica".

Ahmad explica a El Confidencial los pasos que han dado desde el resultado electoral: "Hemos enviado boletines con información a todos nuestros miembros explicando cómo sobrellevar esta situación, especificando mecanismos de protección psicológica y física". Mientras que la actividad ahora mismo se centra en actuaciones preventivas (asegurarse de que la comunidad conoce sus derechos y los ejerce, y que denuncia cualquier acto agresivo o racista del que sean testigos), han pedido a las fuerzas del orden que visiten mezquitas y centros islámicos para ayudar a rebajar el miedo de sus fieles.

Un comentario ofensivo o hiriente relativo al aspecto o la opción religiosa de alguien no constituye un delito "de odio" y no puede ser perseguido criminalmente. Pero las autoridades coinciden en que una aumento de este tipo de actitudes, desde la profesora con hijab que se encuentra una nota anónima encima de su mesa invitándola a irse del país hasta el "gracioso" que escribió "blancos" y "de color" encima de unos urinarios en un instituto californiano, puede conllevar un aumento del sentimiento de impunidad del autor y de indefensión de las víctimas, y acabar en algo más grave.

"La gente en las mezquitas está preocupada, especialmente los que son visiblemente reconocibles como musulmanes", aseguraba en un comunicado el presidente de CAIR tras el incidente de las cartas. "En épocas de malestar, de incertidumbre, los ataques con motivaciones racistas aumentan. El miedo a lo distinto es muy muy profundo en la naturaleza humana. Pero no podemos permitirlo. No nos lo podemos permitir como sociedad"; afirmaba el jefe de policía de Los Ángeles Charlie Beck.

Shireen no esperó a recibir ningún boletín. Tras las clases de defensa personal se siente más segura, y ahora ha vuelto a retomarlas en un ambiente "mixto", con hombres y mujeres no musulmanes, para ponerse al día. "Me gusta practicar con hombres porque lo más probable, si me atacan, es que sea un hombre. Cuando practicábamos solo nosotras no podíamos evitar ser un poco delicadas entre nosotras". Se acaba de formar otro grupo con nuevas alumnas de la mismo zona. Pero Shireen es la única que quiere dar su nombre (sin apellido) y se presta a ser fotografiada. "Otras mujeres que han salido en reportajes en los medios estadounidenses han tenido luego problemas y amenazas, la gente no se quiere arriesgar", afirma.

Foto: Fieles en el exterior de la mezquita de At-Taqwa, en Brooklyn, Nueva York, el 24 de septiembre de 2015. (Reuters)

También hay gente que es especialmente amable, que la sonríe o la saluda por la calle. Chicas musulmanas que no llevan velo y se le acercan a preguntarle. "Yo no me atreví a ponérmelo hasta que no estuve en la universidad. Era otro tipo de entorno. En el instituto no hubiera sido capaz de hacerlo nunca"; asegura, consciente de que ese acto cotidiano de cubrirse la cabeza es en sí mismo un tipo de activismo. "Otras minorías, otras religiones, han terminado por perder sus signos de identidad para sumergirse en la cultura americana. Nosotros queremos mantener nuestras costumbres al mismo nivel que nuestra pertenencia a la sociedad estadounidense. Esto nos pone las cosas más difíciles", reflexiona.

A nivel institucional, líderes cristianos han salido en apoyo de la comunidad musulmana, que convive en Los Ángeles con una de las minorías que con más ahínco se dedican a alertar contra la discriminación racial: los japoneses americanos. El Museo Japonés-Americano de Los Ángeles, que recoge los testimonios, fotos y recuerdos de aquellos decenas de miles de japoneses estadounidenses retenidos durante meses en campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, es un aliado fiel contra cualquier tipo de intento de establecer listas de ciudadanos por su religión o raza. "La solidaridad también aumenta. En nuestro último acto de recaudación de fondos, que coincidió con nuestro 20 aniversario, conseguimos la cifra record de 600.000 dólares y llenamos el recinto", afirma Ojaala Ahmad.

"Ahora mismo, estamos preparándonos para lo que sea. Estamos leyendo, profundizando en nuestro conocimiento de la ley y la constitución, vigilantes, atentos. No sabemos con qué nos atacaran ni cuándo, pero queremos estar preparados. Prefiero verlo como una oportunidad para unirnos y reforzar nuestros derechos", reflexiona Ahmad, refiriéndose tanto a la situación en la calle como a posibles pasos legislativos de la administración Trump. Shireen también intenta mantener una actitud positiva: "Ahora veo en esto una oportunidad para hacerme fuerte y sentirme más segura", afirma. En su entorno muchas mujeres no quieren prepararse, y ella cree que para muchos musulmanes es más fácil no pensar en ello. "Pero no es realista. Está pasando".

El año 2017 no ha empezado bien para la población musulmana en EEUU. Este escaso 1%, unos 3,3 millones de habitantes, que forma una minoría heterogénea, geográfica y culturalmente hablando, tiene en sus mezquitas un blanco reconocible y muy vulnerable, objeto periódico de ataques más o menos graves que se consideran crímenes de odio. En las últimas horas, una mezquita de Chicago ha sido vandalizada por un individuo que ha pegado pegatinas de esvásticas; el último fin de semana de enero, justo después de que el presidente Trump firmase la orden que prohíbe la entrada en EEUU de ciudadanos de siete países musulmanes, una mezquita de Texas quedó destruida por las llamas. A mediados de enero, un fuego provocado destruyó la mitad de una mezquita de las afueras de Seattle.

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