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El cura guerrillero y los que le siguieron
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precursor de la teología de la liberación

El cura guerrillero y los que le siguieron

Medio siglo después de su muerte, casi nadie se acuerda de Camilo Torres, el sacerdote que luchó en la guerrilla del ELN en Colombia. Algunos reivindican su ejemplo

Foto: Homenaje al cura guerrillero Camilo Torres en la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, el 15 de febrero de 2016 (EFE)
Homenaje al cura guerrillero Camilo Torres en la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, el 15 de febrero de 2016 (EFE)

Se convirtió en símbolo de la guerrilla en Colombia, aunque sólo estuvo cuatro meses en el monte, con el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Pero para entonces, Camilo Torres Restrepo llevaba más de una década en la activismo social. Cuentan que le impactó su encuentro en París con grupos cristianos que colaboraban clandestinamente con la lucha por la independencia de Argelia, y que allí descubrió que era posible vincular el cristianismo a las ideas políticas revolucionarias. Una firme convicción guió su camino: que el cristianismo bien entendido suponía la creación de una sociedad justa e igualitaria; sin un cambio radical en las estructuras de poder, la eucarestía, que no es sino una celebración de la fraternidad, carecía de sentido.

Ese ideal de justicia social guió su labor como capellán en la Universidad Nacional. En 1964, fue una de las pocas voces que se alzó para impedir la agresión militar contra el movimiento de campesinos de Marquetalia, al suroccidente del país; la brutalidad de la respuesta estatal los forzó a huir al monte, armas en mano. Habían nacido las Fuerzas Armadas Revolucinarias de Colombia (FARC). Al igual que ellos, Torres entendió que no existían las condiciones para una lucha social pacífica. Por eso él, un hombre que quienes lo conocieron describen como tranquilo y conciliador, se quitó los hábitos, tomó un fusil y se echó al monte a luchar junto al ELN.

Pero Camilo no era un guerrillero. Lo suyo no eran las armas, a pesar de que durante cuatro meses, recibió entrenamiento militar mientras, por las mañanas, daba clases de matemáticas, geografía y español a los guerrilleros analfabetos. Y murió en uno de sus primeros combates, doce días después de cumplir los 37 años, en el departamento de Santander. Para entonces, se había convertido en una figura de relevancia internacional. El Che Guevara de los católicos. Hoy, sigue siendo muy recordado en las izquierdas de toda América Latina, pero, a diferencia del Che, ha sido olvidado por el gran público. Para enmendarlo, en todo el continente se han conmemorado estos días los 50 años de su muerte. No sin polémica, como pudo comprobar el senador Iván Cepeda, del Polo Democrático, que recibió críticas por su asistencia al acto de conmemoración celebrado en una localidad de Santander, por parte de ciudadanos que aseguraron ser víctimas de la violencia del ELN.

Torres murió en uno de sus primeros combates, apenas 12 días después de haber cumplido 37 años

Junto a Orlando Fals Borda, que siempre se mostró con él en deuda intelectual, Torres fundó el primer programa disciplinar de sociología en el continente; llamaba a abandonar la pretensión objetiva de las ciencias sociales. Llamaba al cambio político, con la pluma y desde el púlpito; fue por ello una figura decisiva para lo que se llamaría la Teología de la Liberación, un movimiento eclesial contrahegemónico que, sólo dos años después de la muerte de Camilo, nacería con la Conferencia regional de Medellín, formada por clérigos y fieles para quienes el Evangelio exige la opción preferencial por los pobres. Es decir: un buen cristiano es el que vuelca su amor al prójimo en la construcción de un mundo mejor; y lo hace a través de sus acciones, no rezando padrenuestros.

Su prematura muerte hizo de Camilo Torres un héroe, un mártir que había dado la vida por los pobres, un año y medio de la aventura del Che en Bolivia. Su figura inspiró la guerrilla urbana en Argentina que tomó su nombre. Pronto surgiría en Chile el grupo Sacerdotes para el Socialismo; en Nicaragua, algunos clérigos se sumaron a la revolución sandinista; en las villas de Buenos Aires, el cura Carlos Mugica sigue siendo muy recordado.

A día de hoy, la tradición de la que Torres fue precusor sigue fuerte, en Colombia y en toda América Latina, encarnada en los curas villeros que siguen la senda de Mugica o en la Comisión Pastoral de la Tierra brasileña, que ha denunciado reiteradamente las injusticias en el acceso a la tierra y la represión contra los campesinos. Otro ejemplo notorio es la Red Iglesias y Minería, una coalición ecuménica formada por cerca de 70 entidades latinoamericanas, desde comisiones pastorales a teólogos y laicos, que reflexionan sobre los impactos de las empresas mineras en sus territorios. En la misma línea, el teólogo brasileño Leonardo Boff hace una crítica radical al estilo de vida capitalista y consumista.

De Torres a Francisco

Esta visión del amor al prójimo como guía de la acción política guió la vida de la tristemente célebre Yolanda Cerón, una monja católica que pasó años defendiendo el derecho a sus tierras ancestrales de las comunidades de afrodescendientes en Tumaco, al sur del país, y denunciando la violencia de los paramilitares contra los dirigentes comunitarios. Pese a las amenazas de los paramilitares, que la acusaban de simpatizar con el ELN, ella siguió adelante con su lucha. La mataron en 2001, como a tantos otros activistas sociales de la región.

También atraviesa esa visión del cristianismo a la Comisión Intereclesial Justicia y Paz, una de las organizaciones sociales más comprometidas en Colombia con el apoyo a comunidades indígenas, afrodescendientes y campesinas víctimas de la violencia armada y las amenazas cruzadas de militares, paramilitares y guerrillas, ante la inacción estatal o, peor aún, la connivencia.

Digno de mención ha sido el trabajo de Justicia y Paz con las comunidades afrodescendientes del Chocó, una de las regiones más golpeadas por la brutal oleada de violencia paramilitar de fines de los años 90 y comienzos de los 2000. Municipios como Cacarica, Curvaradó y Jigumiandó son tristemente recordados por las masacres, los desplazamientos, los abusos sexuales y las más crueles violaciones de derechos humanos, a fin de crear terror en unas comunidades que convenía desplazar en beneficio de la ganadería extensiva, el monocultivo de palma aceitera o banano. Para proteger a estas comunidades, Justicia y Paz ayudó a constituir las llamadas zonas humanitarias, donde se exige que no entren los actores armados, legales o ilegales, así como las zonas de biodiversidad, que pretenden garantizar la preservación de los ecosistemas que son fuentes tradicionales de sustento.

"Los paramilitares no son sólo un grupo armado, sino un proyecto político, económico y social", asegura Alibio Peña, de la Comisión Intereclesial Justicia y Paz

Desde hace más de una década, Justicia y Paz ha venido trabajando sobre el terreno y ha elaborado rigurosos informes que denuncian la violencia de los grupos paramilitares y la complicidad de los empresarios del agronegocio. Así resume la situación Alibio Peña, co-autor de algunos de esos informes: “Los paramilitares no son sólo un grupo armado: son un proyecto político, económico y social, que pretende controlar extensas áreas de territorio para ponerlo al servicio de los intereses empresariales”. Por la contundencia de sus denuncias de la complicidad de poderes económicos y estatales, se han ganado amenazas e intentos de agresión contra algunas de sus figuras más descatadas, como el Padre Alberto Franco.

“San Juan nos dice: Si alguien dice que ama a Dios, a quien no ve, y no ama a su prójimo, a quien ve, es un mentiroso. Sin embargo, ese amor al prójimo tiene que ser eficaz. No seremos juzgados de acuerdo a nuestras buenas intenciones solamente, sino principalmente de acuerdo con nuestras acciones”, escribió el sacerdote bogotano en 1965. Justicia y Paz recuerda estas palabras, y destaca las convergencias entre Camilo y el Papa Francisco, cuando ambos subrayan que la fe cristiana debe manifestarse en el amor al prójimo y la ayuda a los que están cerca, y no en actos externos como la ritualidad eclesiástica.

"A veces el acento, más que en el impulso de la piedad cristiana, se coloca en formas exteriores de tradiciones de ciertos grupos”, denuncia Francisco. Por frases como esta y por su posicionamiento en cuestiones como el calentamiento global, muchos teólogos de la Liberación han visto en el Papa argentino una esperanza para el Vaticano. Francisco y Camilo comparten una idea fundamental: la verdadera fe sólo puede derivar en el trabajo por un mundo más justo, que, medio siglo después, ha de pasar, también, por el cuidado de la naturaleza.

Se convirtió en símbolo de la guerrilla en Colombia, aunque sólo estuvo cuatro meses en el monte, con el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Pero para entonces, Camilo Torres Restrepo llevaba más de una década en la activismo social. Cuentan que le impactó su encuentro en París con grupos cristianos que colaboraban clandestinamente con la lucha por la independencia de Argelia, y que allí descubrió que era posible vincular el cristianismo a las ideas políticas revolucionarias. Una firme convicción guió su camino: que el cristianismo bien entendido suponía la creación de una sociedad justa e igualitaria; sin un cambio radical en las estructuras de poder, la eucarestía, que no es sino una celebración de la fraternidad, carecía de sentido.

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