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El hombre del año que desgarró a su pueblo
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LOS ÚLTIMOS MOVIMIENTOS DE MOHAMED MORSI DIVIDEN A LA POBLACIÓN EGIPCIA

El hombre del año que desgarró a su pueblo

Había triunfado ya en las elecciones legislativas, pero el liderazgo de Mohamed Morsi al frente del partido de los Hermanos Musulmanes se interpretaba más como un

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El hombre del año que desgarró a su pueblo

Había triunfado ya en las elecciones legislativas, pero el liderazgo de Mohamed Morsi al frente del partido de los Hermanos Musulmanes se interpretaba más como un servicio a la cofradía que como una ambición personal. Y así fue como asumió la responsabilidad de encabezar el cartel del movimiento religioso que vio cómo descalificaban a su verdadero hombre fuerte, Jairat al Shater, después de haber rectificado su intención de no presentar un candidato a la presidencia. Tras poco más de un mes de campaña, consiguió imponerse en los comicios democráticos que otorgaban al presidente el asiento más influyente tras las revoluciones árabes. Su figura fue escalando progresivamente, hasta que hace diez días un repentino movimiento terminó de dinamitar las diferencias internas que ya generaba en la población egipcia.

La falta de carisma, una escasa capacidad retórica y su torpeza para manejarse en público no le reportaban grandes dotes para convertirse en el nuevo líder del mundo árabe. El doctorado durante su juventud en California tampoco había convertido al sexagenario ingeniero del Egipto rural en una prominente figura política. En Occidente cargaba con la desconfianza hacia el islam político y en el terreno interno despertaba los recelos hacia un movimiento dogmático y aglutinador como los Hermanos Musulmanes. Sin embargo, su rival en las urnas finalmente fue el último primer ministro de la dictadura de Hosni Mubarak, que amenazaba con devolver al país a la posición de partida antes de la caída del régimen, lo que depositó en él las esperanzas de muchos de acabar con el pasado.

Tras su apretada victoria, Mohamed Morsi se dirigió a su pueblo en un encendido discurso en la plaza Tahrir en el que aseguró que su legitimidad radica en la revolución. Pese a que los islamistas sólo se sumaron a las revueltas contra Mubarak cuando su dimisión ya estaba cerca, el presidente asumía los objetivos de las revueltas. Morsi intentaba acelerar una transición que había quedado estancada tras la disolución del recién formado Parlamento y la incapacidad para redactar una Constitución.

Pocos días después de su investidura tuvo que enfrentar su primera crisis, cuando una emboscada cerca de la frontera con Israel acabó con la vida de 16 soldados egipcios. Aquel conflicto se cerró en falso, ya que el envío del Ejército a la Península del Sinaí por primera vez desde 1973 no soliviantó a Tel Aviv, aunque tampoco consiguió mejorar la seguridad en la conflictiva región. En el contexto de esta operación Morsi ordenó el cese del hombre fuerte de las Fuerzas Armadas y presidente de facto del país hasta las elecciones presidenciales, Husein Tantaui, a quien condecoró con honores y nombró asesor presidencial. Algunos expertos interpretaron el movimiento como el golpe mortal del poder civil sobre décadas de gobiernos militares. La personalidad de Morsi iba creciendo cuando llegó a Teherán para advertir a Irán, firme aliado del régimen sirio, de que Bashar al Assad debía dejar el poder.

Los islamistas reconstruían el liderazgo regional de Egipto, alejando los temores de que el país se convertiría en una teocracia. Los líderes occidentales resaltaban un nuevo periodo de entendimiento al salir de los despachos del palacio presidencial. Aunque el mayor espaldarazo surgió hace sólo un par de semanas al certificar una tregua entre Hamás e Israel, cuando una incursión terrestre sobre la Franja de Gaza parecía inevitable. Estados Unidos fue el primero de una larga lista de países en celebrar el liderazgo egipcio y felicitar a su presidente. Cuando la revista Time inició las votaciones para nombrar a su ya célebre personaje del año, Mohamed Morsi irrumpió en el primer lugar de la lista, seguido a gran distancia del líder norcoreano Kim Jong Un.

Poderes dictatoriales

Esta influencia exterior se veía mitigada por una importante frustración interna. El presidente egipcio no conseguía hacer frente a las demandas de la sociedad, la vida diaria apenas había cambiado y la política se mantenía paralizada en ausencia de instituciones. Morsi gobernaba a golpe de decreto y en uno de ellos ya se había arrogado el poder legislativo ante la ausencia de la Cámara Baja. La gobernabilidad estaba estancada, ya que el requisito para formar un nuevo Parlamento era redactar primero una nueva Constitución. Pero el órgano que la debía elaborar se encontraba paralizado ante las diferencias irreconciliables de los laicos y la mayoría islamista, a lo que se sumaba la amenaza del Tribunal Constitucional, que podía disolverla precisamente por estar elegida por los miembros de unas Cortes consideradas ilegales.

Con la crisis de Gaza ya resuelta, Mohamed Morsi no esperó ni un día para aprobar unas enmiendas constitucionales que le situaban por encima de la ley. Entre otras medidas, estos decretos protegían las decisiones del presidente mientras no hubiera una nueva Constitución ante posibles veredictos de la Justicia, a la que acusaba de estar plagada de elementos del antiguo régimen que boicoteaban la transición hacia la democracia. Una de las instituciones que quedaban blindadas era la Asamblea Constituyente, encargada de elaborar la Carta Magna.

Esta decisión consiguió aglutinar a toda la oposición no islamista, que se ha mostrado dividida desde la caída de la dictadura. Una de las figuras más destacadas de aquellos días, el premio Nobel de la Paz, Mohamed el Baradei, volvió a asumir el protagonismo y aseguró que Morsi pretendía convertirse en “el nuevo faraón”. Diferentes líderes criticaron estos poderes “dictatoriales” a los que ni el propio Mubarak había llegado. Decenas de miles de personas se echaron a las calles para recuperar una plaza Tahrir, que parecía ya en manos de los islamistas, demostrando al mismo tiempo la gran polarización que vive el país.

Porque si en enero del año pasado, toda la plaza pedía al unísono la cabeza del dictador, los Hermanos Musulmanes no han parado de demostrar su apoyo popular. Ayer mismo, otros tantos miles se movilizaron para defender las decisiones del presidente. Y en días anteriores, diferentes manifestaciones en distintos puntos del país han terminado con enfrentamientos entre ambos bandos y el incendio de varias sedes del movimiento religioso.

La Unión Europea y Estados Unidos modificaron sus parabienes por comunicados de condena a los nuevos poderes del presidente. E incluso el FMI aseguró que podía reconsiderar un preacuerdo firmado sólo hace días para otorgar un préstamo de 3.700 millones de euros al país norteafricano. Morsi tardó en reaccionar y sólo anoche ofreció un discurso oficial a la nación para anunciar que los egipcios deberán acudir a las urnas el próximo 15 de diciembre para decidir sobre el referéndum constitucional. En distintos mensajes anteriores subrayó la temporalidad de unos poderes que dejarán de tener efecto cuando se apruebe la nueva Carta Magna.

La imposición de la Constitución

En medio de este clima y con la negativa de la mayoría de los jueces a acatar los decretos del presidente, los islamistas se apresuraron a aprobar el borrador constitucional, antes de que un hipotético veredicto del Tribunal Constitucional pudiera tumbar de nuevo la Asamblea Constituyente. Tras meses de desacuerdos que habían terminado por provocar la espantada de una cuarta parte de sus miembros, el presidente del órgano anunció de forma repentina una votación que duró casi 20 horas y que sólo contó con los islamistas. Los salafistas, defensores de aplicar una interpretación de la ley islámica más estricta, terminaron por adherirse a los preceptos de los Hermanos Musulmanes. Y el Ejército, que conserva sus privilegios e incluso incrementa su autonomía según el nuevo texto constitucional, continúa con el silencio que adoptó cuando los islamistas llegaron a la presidencia. Mientras, Morsi animó anoche a los egipcios a ratificar una Constitución que supondrá "el inicio de una nueva era en la historia de Egipto".

El profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de El Cairo, Hasan Nafaa, aseguraba hace unos días a este diario que los Hermanos Musulmanes “no pueden cometer la torpeza de intentar aprobar la Constitución sin el consenso de todos”. En las pancartas colocadas en la plaza Tahrir se puede leer: “No a la inmunidad de la Asamblea Constituyente, no a la monopolización del poder y no a una nueva dictadura”. Distintos líderes opositores han calificado este texto como el “peor de la historia constitucional”. Ahora se enfrentan a la difícil tarea de esquivarlo, pese al numeroso electorado islamista, con el debate abierto entre boicotear el referéndum o votar masivamente por el “no”.

Según el analista del centro Carnegie y experto en constitucionalismo en los países árabes, Nathan Brown, los últimos acontecimientos han resucitado el debate sobre la forma en que los islamistas ejercerán el poder. “Las principales preocupaciones son las sigilosas pero extremadamente corrosivas tentaciones políticas que adopta un partido que ha llegado al poder después e la caída de un dictador, heredando un Estado que ha sido moldeado durante largo tiempo por leyes absolutistas, cuando además sólo tiene que enfrentarse a una fragmentada oposición”.

Pese a la reciente autoatribución de ilimitados poderes, la autoridad no recae plenamente en el presidente como ocurriera con las personalistas dictaduras pasadas. La figura de Mohamed Morsi tiene mil caras, las de la gran masa que conforma el movimiento de los Hermanos Musulmanes y, sobre todo, la de su guía espiritual, Mohamed Badie, quien verdaderamente marca los designios de una cofradía religiosa que ayer mismo volvió a demostrar que sigue gozando una amplia influencia popular. Por más que un fotomontaje que decora Tahrir se empeñe en demostrar que el rostro del pasado dictador se confunde con el del actual presidente, que ha sido rebautizado entre los pobladores de la plaza como Mohamed Morsi Mubarak.

Había triunfado ya en las elecciones legislativas, pero el liderazgo de Mohamed Morsi al frente del partido de los Hermanos Musulmanes se interpretaba más como un servicio a la cofradía que como una ambición personal. Y así fue como asumió la responsabilidad de encabezar el cartel del movimiento religioso que vio cómo descalificaban a su verdadero hombre fuerte, Jairat al Shater, después de haber rectificado su intención de no presentar un candidato a la presidencia. Tras poco más de un mes de campaña, consiguió imponerse en los comicios democráticos que otorgaban al presidente el asiento más influyente tras las revoluciones árabes. Su figura fue escalando progresivamente, hasta que hace diez días un repentino movimiento terminó de dinamitar las diferencias internas que ya generaba en la población egipcia.