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Los cachorros de la revolución islámica
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Los cachorros de la revolución islámica

Si algo no falta en Irán son jóvenes. Una gran parte de la población (75 millones) ni siquiera gateaba cuando en 1979 Ruhollah Jomeini anunció el triunfo del alzamiento popular

Foto: Los cachorros de la revolución islámica
Los cachorros de la revolución islámica

Si algo no falta en Irán son jóvenes. Una gran parte de la población (75 millones) ni siquiera gateaba cuando en 1979 Ruhollah Jomeini anunció el triunfo del alzamiento popular contra la dinastía pro occidental del Sha y proclamó la República Islámica. Tres décadas después, para la mayoría de los iraníes menores de 35 años -que representan un 50% del censo- el odiado Sha Mohammad Reza es un personaje lejano que ya nada tiene que ver con sus problemas actuales: dificultades económicas, aislamiento, inmovilismo y éxodo. Atrapado por su pasado y acuciado por su incierto futuro, el régimen que impuso el ayatolá afronta además un año electoral que resultará decisivo.

De acuerdo con el Banco Mundial, el alto índice inflacionario, el desempleo y nueve millones de pobres son los principales escollos que Teherán debe salvar. El país sufre, además, una endémica fuga de cerebros. Un reportaje de la BBC con motivo del aniversario de la revolución expuso recientemente la alarmante diáspora iraní: el país pierde anualmente a más de 150.000 de sus mentes más brillantes. La mayor parte de la juventud, con carrera y políglota, no ve futuro en la antigua Persia.

Precisamente la educación, según los analistas, es uno de los logros del régimen de los ayatolás. La tasa de alfabetización juvenil alcanza el 94% y las disparidades relacionadas con el género se han reducido en todos los niveles. De hecho, el Banco Mundial, que sitúa los indicadores educativos de Irán entre los mejores de la región, afirma que las mujeres superan en número a los hombres en el ámbito universitario.     

No obstante, pese a los avances, los jóvenes están sujetos a duras imposiciones que reprimen sus libertades. La lista es larga. Desde que Mahmoud Ahmadinejad ganó las elecciones presidenciales en 2005, los sectores más conservadores del país han impuesto un estricto código de vestimenta islámico. Decenas de mujeres que vestían al estilo occidental han sido detenidas. Además, en un país en el que hombres y mujeres tienen prohibido rozarse si no están casados, muchos temen acabar en la cárcel si los guardianes de la revolución les sorprenden tocándose en público. Y para aquellos que no guardan esperanzas de libertad ni de mejora económicas, las drogas se han convertido en una terrible amenaza. El responsable de la ONU en el país en la lucha contra la drogadicción, Roberto Arbitrio, denunció recientemente que en Irán hay dos millones de adictos. "Teniendo tan cerca Afganistán, que es el primer productor mundial de opio, el 60% de la exportación llega a Irán, de modo que la amenaza es muy grande", dijo a la BBC.

Para otros expertos, como Roger Cohen, del International Herald Tribune, los jóvenes demandan una prensa libre y más libertad de acción, pero los móviles, el acceso generalizado a Internet y la televisión por satélite reducen el anhelo de enfrentamiento con el régimen. Según Cohen, la revolución ha sobrevivido en parte gracias a su flexibilidad.     

Si algo no falta en Irán son jóvenes. Una gran parte de la población (75 millones) ni siquiera gateaba cuando en 1979 Ruhollah Jomeini anunció el triunfo del alzamiento popular contra la dinastía pro occidental del Sha y proclamó la República Islámica. Tres décadas después, para la mayoría de los iraníes menores de 35 años -que representan un 50% del censo- el odiado Sha Mohammad Reza es un personaje lejano que ya nada tiene que ver con sus problemas actuales: dificultades económicas, aislamiento, inmovilismo y éxodo. Atrapado por su pasado y acuciado por su incierto futuro, el régimen que impuso el ayatolá afronta además un año electoral que resultará decisivo.

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