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El vecino más odiado de El Cairo
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El vecino más odiado de El Cairo

En El Cairo, Egipto, todos los ciudadanos andan buscando a un vecino desaparecido. Algunos sólo han oído hablar de él, pero nunca lo han tenido cerca,

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El vecino más odiado de El Cairo

En El Cairo, Egipto, todos los ciudadanos andan buscando a un vecino desaparecido. Algunos sólo han oído hablar de él, pero nunca lo han tenido cerca, y casi todos lo han olvidado. ‘Silencio’ se marchó hace mucho tiempo, y ‘Ruido’, un okupa maleducado y molesto, asaltó su lugar y se instaló en las calles hasta hacerse el dueño de la ciudad. Desde que él llegó, no existe la tranquilidad, la quietud, o la armonía. Ha impuesto su ley, la del no-silencio, y desde entonces, la capital egipcia se aleja de todo paisaje medianamente civilizado de una urbe como otra cualquiera y se erige en un verdadero epicentro de sonidos insoportables. Casi 18 millones de personas y un tráfico fuera de todo orden son los guardaespaldas que velan por la presencia este indeseable inquilino.

La voz en grito y la mano en la bocina es el retrato típico de cualquier persona que viva en el centro de la capital. Nadie intenta charlar. Uno ni siquiera oye su voz al hablar con el vecino. Y en las horas punta, ni los propios pensamientos se escuchan en una cabeza martilleada por bocinazos, motores, frenazos... De 7 a 10 de la mañana, cuando el tráfico y la actividad de la polis llega a su punto álgido, el nivel de ruido alcanza los 85 decibelios, es decir, un sonido un poco más alto que el paso de un tren de mercancías a una distancia de cuatro metros y medio. Esa es la conclusión a la que los científicos del Centro Nacional de Investigaciones del país han llegado tras cinco años de estudios en la ciudad. Un dato cuyo mayor impacto reside en que describe solamente la media del ruido a lo largo de una jornada, es decir, que en momentos puntuales, ese tren descarrila literalmente en pleno salón de casa.

Los expertos utilizan otro símil para ejemplificar lo que significa, a nivel auditivo, ser el área metropolitana más poblada del continente africano: “Adentrarse en Rhode al Farag, un típico vecindario de El Cairo es como meterse en una fábrica en plena ebullición”.

No se asemeja al caos de Londres, Nueva York, Roma... Comparadas con El Cairo, éstas se quedan en pequeños picos de intensidad en medio de un mar en calma. Lo de la capital egipcia resulta parecido a intentar dormir con una taladradora o un cortacésped pegada a la oreja en un día de resaca.

Los problemas de fondo

La música de fondo de este desagradable panorama suena a sueldos bajos, inflación, dificultades económicas, huelgas y protestas; problemas que acucian a la población y que, azuzados por el ruido en una ciudad de tantas personas, hacen de ella una olla a presión a punto de saltar por los aires. Las disputas callejeras son algo común en cada esquina, con gritos, malas palabras y muchos nervios perdidos. En varias ocasiones ha habido que lamentar muertes producidas en reyertas que se descontrolan. Y es que el ruido lleva de la mano al estrés, socio inaguantable que hace de las suyas a cada oportunidad.

Obviamente, los altos niveles de contaminación acústica afectan también a la salud de las personas, en cuanto al estado de ánimo, la presión sanguínea o el sueño, y provocan desde dolores de cabeza hasta irritabilidad. Y sobre todo, estrés, ese mal occidental y moderno que nos deja a todos fuera de combate.

Al final, la situación en El Cairo se convierte en un círculo vicioso, en el que el ruido alimenta al estrés para cocinar un caldo de cultivo donde la violencia callejera germina a sus anchas. Es por eso que ante el innegable hecho de que la tranquilidad resulta un bien tan escaso, y preciado en este punto, la pregunta salta con evidencia: ¿Por qué la gente sigue soportando estas condiciones y no se muda a otra parte?

La respuesta está, igual que el silencio, desaparecida de los pensamientos de los habitantes de El Cairo. No encuentran explicación para seguir en tan ruidoso nido, al igual que no hay lógica que aclare el funcionamiento diario de una ciudad prácticamente sin ley. Sin embargo, el aguante tiene un límite. Hace dos años, el más ilustre vecino de la zona, se vio obligado a mudarse. La estatua del faraón Ramsés II, que presidía la principal plaza de El Cairo, tuvo que ser trasladada a una nueva ubicación cerca de las pirámides, debido al deterioro sufrido por la contaminación acústica. No cundió el ejemplo entre el resto de paisanos.

En El Cairo, Egipto, todos los ciudadanos andan buscando a un vecino desaparecido. Algunos sólo han oído hablar de él, pero nunca lo han tenido cerca, y casi todos lo han olvidado. ‘Silencio’ se marchó hace mucho tiempo, y ‘Ruido’, un okupa maleducado y molesto, asaltó su lugar y se instaló en las calles hasta hacerse el dueño de la ciudad. Desde que él llegó, no existe la tranquilidad, la quietud, o la armonía. Ha impuesto su ley, la del no-silencio, y desde entonces, la capital egipcia se aleja de todo paisaje medianamente civilizado de una urbe como otra cualquiera y se erige en un verdadero epicentro de sonidos insoportables. Casi 18 millones de personas y un tráfico fuera de todo orden son los guardaespaldas que velan por la presencia este indeseable inquilino.