La industria de los megacruceros se ha convertido en un uno de los sectores de más rápido crecimiento en el turismo mundial. El sector está a punto de recuperarse después de la crisis del covid y se espera que siga batiendo récord de pasajeros e ingresos en los próximos años. En las últimas tres décadas, la carrera por el tamaño de los barcos se ha acelerado considerablemente. Hay barcos que incorporan todo tipo de estructuras increíbles, más propias de una urbanización o un polideportivo que de un buque. Pero estas megaestructuras del placer y el relax llevan asociado un coste ecológico muy alto.

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Según un estudio, solo los cruceros que se mueven por el Mediterráneo producen más contaminación, en términos de dióxido de azufre, que los 260 millones de coches del parque automovilístico europeo. En práctica, un pasajero que se desplaza 2.000 km en crucero contamina el doble que si hubiera viajado en avión y usado un hotel. España es el país europeo más perjudicado, con los puertos más contaminados de toda Europa. Pero la cosa no se queda ahí: está el tema del uso del Heavy Oil, el petróleo pesado utilizado para mover los cruceros o el vertido de aguas fecales.

Frente a todos estos reproches, la industria de los cruceros está empezando a tomar medidas. Se habrían comprometido más de 25.000 millones de dólares en el desarrollo de nuevos buques cada vez más sostenibles, apostando por sistemas de limpieza más eficientes a la hora de reducir vertidos y emisiones. A esto hay que añadir la apuesta por motores propulsados por GNL que reducirían las emisiones de CO₂ en aproximadamente un 25%, con bajos contenidos de azufre y óxido de nitrógeno.