La amnesia colectiva y el masaje político-mediático han normalizado la aberración de la mesa bilateral. Ya la consideramos hasta conveniente y rutinaria. El chantaje del soberanismo y el travestismo de Pedro Sánchez han convertido el 'diálogo' en una palabra mágica. No se podrá negar a Gabriel Rufián la sinceridad de la sesión de espiritismo que se avecina: si no hay mesa, no hay legislatura.

Y no se le podrá discutir a Quim Torra las condiciones con que se han avenido a sentarse: referéndum de autodeterminación, acoso a los tribunales y relator. Relator ya lo hay. Y no es un letón, como se presumía. Es un vecino de Galapagar.