Cambio de guardia primaveral: el tránsito sonoro del día a la noche
En una sucesión armónica, los sonidos del atardecer se funden con los del crepúsculo en estos pases de sesión continua que nos brinda la naturaleza en los primeros compases de la primavera
Hay un momento en estos primeros compases de la primavera, todavía de día, en el que empiezan a imponerse poco a poco los sonidos de la noche. A los cantantes diurnos les queda poco tiempo. Los insectos y los pájaros, trigueros, cucos y mirlos, apuran la última claridad antes de que se imponga la pausa nocturna.
Pero junto a ellos se empiezan a escuchar a su vez las tímidas llamadas de los grillos que, poco a poco, templan sus élitros todavía con la claridad del fin del crepúsculo pintada en el horizonte.
Hay otro momento, un rato después, caída ya por completo la noche, en el que aún se siguen oyendo las últimas voces del día, como si todas las horas de luz no hubiesen sido suficientes.
Los cucos lanzan sus últimas retahílas, algún mirlo reclama ante la creciente oscuridad. Aunque es ya la hora de los merodeadores nocturnos. Croan las primeras ranas, arrullan los sapos corredores, ululan los cárabos, se quejan los alcaravanes y los silbidos desde el barro de los sapos parteros marcan el compás.
Y como puente sonoro entre ambos mundos, dominan las fluidas notas de los primeros ruiseñores, recién llegados de su viaje migratorio invernal.
Así suena el largo crepúsculo de primavera, la hora del cambio de guardia en la naturaleza.
Hay un momento en estos primeros compases de la primavera, todavía de día, en el que empiezan a imponerse poco a poco los sonidos de la noche. A los cantantes diurnos les queda poco tiempo. Los insectos y los pájaros, trigueros, cucos y mirlos, apuran la última claridad antes de que se imponga la pausa nocturna.
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