Audio: el paisaje sonoro de una dehesa a cien metros de altura
El final del invierno es tiempo de indicios. Las últimas voces de las aves invernantes se mezclan con las primeras llamadas que anticipan la cercanía de la primavera
Escuchamos, con el oído de un pájaro, una simulación sonora. La reconstrucción a partir de grabaciones previas de lo que podría escucharse a media altura, unos cien metros por encima de una dehesa, en vuelo planeado. Desde esta posición todo suena en la distancia, no hay referencias cercanas. Los sonidos del suelo, los del aire, se entremezclan y el paisaje es una maraña de voces enredadas unas con otras, difuminadas por el soplo del viento.
La época del año contribuye a la confusión. El final del invierno es tiempo de indicios. Las últimas notas de las aves invernantes -una bandada de grullas, por ejemplo- se mezclan con las primeras llamadas que anticipan la cercanía de la primavera. De una charca para abrevar el ganado -el mismo que muge y bala desde las cuatro esquinas de la dehesa- emergen, muy lejos, las voces rotas de las ranas comunes.
Diseminadas por el arbolado, las canciones rotundas, con ganas de primavera, de mirlos y zorzales, los rechinos de los trigueros. De todas partes llegan las llamadas roncas, ásperas, de grajillas, chovas, cuervos y cornejas. Y en el aire, suspendidas como puntos sonoros, cantan las alondras y silban las totovías.
Todo está listo para la llegada de la buena estación. Solo falta la confirmación: allí abajo, por la dehesa, corre la triple nota de la abubilla.
Escuchamos, con el oído de un pájaro, una simulación sonora. La reconstrucción a partir de grabaciones previas de lo que podría escucharse a media altura, unos cien metros por encima de una dehesa, en vuelo planeado. Desde esta posición todo suena en la distancia, no hay referencias cercanas. Los sonidos del suelo, los del aire, se entremezclan y el paisaje es una maraña de voces enredadas unas con otras, difuminadas por el soplo del viento.