Cómo fue ganar la lotería de Navidad de 1990: "Cometimos el error de contarlo"
A los 28 años, Amalia y su pareja se embolsaron 25 millones de las antiguas pesetas. Con esos 150.000 euros se compraron dos pisos, una autocaravana y viajaron a destinos lejanos
Inimaginable es pensar que, en el siglo XXI y cuando ya hace casi 125 años de aquella primera vez en la que el sorteo del Gordo empezó a llamarse de la lotería de Navidad, alguien que juega con un décimo compruebe de "casualidad" el número el 22 de diciembre y, por ese azaroso anuncio de los vecinos de su zona, descubra que es más rico que el día anterior. Pero lo cierto es que esa es la historia que le sucedió a Amalia Martín Martínez, trabajadora en un hospital, el sábado 22 de diciembre de 1990, cuando se enteró de chiripa al llegar a casa tras tomarse unas cervezas y hacer la compra con su pareja de que le había tocado el premio Gordo, valorado por aquel entonces en 25 millones de pesetas. Era el último año en el que se repartió esa cantidad, ya que para el siguiente sorteo la dotación por décimo agraciado con el primer premio ascendió hasta los 30 millones de pesetas, y se trataba de un dinero exento de impuestos. Cabe recordar que no fue hasta 2012, con la Ley 16/2012 sobre medidas tributarias de las finanzas públicas e impulso de la actividad económica, cuando se determinó que los premios de la lotería administrada por el Estado estarían sometidos a un gravamen especial del IRPF.
"El décimo era de 2.500 pesetas [unos 15 euros]. Fue un poco casualidad porque compramos tres décimos diferentes: uno para nosotros, uno para repartir con la familia y otro a medias con mi suegro, y nos tocó a nosotros solos el premio que tocó en San José de Valderas, Alcorcón", explica en conversación telefónica Amalia a El Confidencial casi 31 primaveras después de llevarse la mayor de las alegrías aquellas Navidades de la década de los 90. Tenía 28 años cuando le tocó el Gordo, que ahora ascendería a unos 150.000 euros, y la combinación agraciada fue el 32.522, un número que había repartido aquel año un club de baloncesto del barrio de San José de Valderas del municipio madrileño ya mencionado. "A mis suegros les ofrecieron papeletas en todos los supermercados, tiendas... Las niñas del equipo iban casa por casa vendiendo y ellos no compraron ninguna. No 'tenía' que tocarles, yo llevaba un boleto y ese año llevábamos otras dos posibilidades de que nos tocara con ellos. Tras eso, estoy convencida de que, si ha de tocarte te toca, lleves un número o lleves 80. No es buscarlo, si te tiene que tocar te toca", cuenta Martín sobre lo "aleatorio" que fue que jugasen ese número de la lotería de Navidad después de pasar por delante de una administración cualquiera en Alcorcón tras una comida con sus suegros.
El propio 22 de diciembre las noticias también llegaron de forma fortuita, como el décimo, al vivir la pareja en el pueblo de Navalcarnero. "Nos enteramos cuando llegamos a casa porque los vecinos estaban diciendo que había tocado en Alcorcón. Entonces dijimos: 'Mira a ver qué número es'. 'Acaba en 22', me contó mi pareja, y le recordé que juraría que llevábamos un 22", relata Amalia sobre aquella mañana, en la que tras enterarse llamó a su familia y a sus amigos más cercanos. "Lo miré y lo comprobé: ‘Uy, si llevamos un 522’, y entonces salí con él en la mano a la calle, vivíamos en una casita baja. Pregunté a los vecinos qué número decían que era y pedí que me lo repitieran dos o tres veces. Pensé: 'Ya está", añade.
Sin embargo, el hallazgo también conllevó malas noticias al levantar opiniones de todos los gustos y formas, en palabras de esta mujer que no se perdió, una vez ganado el Gordo y "tan ricamente", la noche de guardia que tenía que cubrir aquel sábado. "Evidentemente, cometimos el error de contarlo porque éramos muy jóvenes", explica Amalia Martín respecto a la cara B que tuvo para ella y su pareja el premio del Sorteo Extraordinario de Navidad. A los comentarios que le llegaron a espetar en su entorno laboral cuestionando el hecho de que siguiese trabajando a pesar de los 150.000 euros, en pesetas, que acababa de embolsarse, le siguieron las peticiones familiares. "¿Cuánto me vas a repartir?", esa era la pregunta en boca de todos.
"Mi padre era una persona muy sabia y lo primero que hizo fue preguntar qué pensaba hacer. Yo me quedé un poco así, si bien es cierto que quieres ayudar a la familia, la verdad es que a nosotros nos pilló empezando, tampoco tenías muy claro cómo hacerlo", cuenta sobre lo ocurrido en ese sentido. La conclusión a la que llegó con el apoyo de su padre fue, tras ver que no había ningún familiar "pillado económicamente" que no pudiera llegar a final de mes, la de no repartir nada del premio. "Si repartes entre todos, te van a decir que es muy poco; si repartes mucho, tú no vas a tener nada... No repartas nada, no hay nadie necesitado en la familia", analizaron en aquel momento. A pesar de la decisión, ese año las Navidades se celebraron con "regalos más importantes" y una comida en la que estuvieron todos. No obstante, el no haber dado una parte a un familiar político provocó que su suegro le dejase de hablar durante casi cinco años. "Con los años me he enterado de que mi hermana también estuvo muy cabreada conmigo. Me lo dijo, pero no sabía yo hasta qué punto", relata asimismo.
"Pudimos comprar un par de pisos y conseguir la estabilidad económica que tienes con 50 años"
Sin hijos todavía, pero con un trabajo en ambos casos, la vida era entonces un proyecto todavía por construir y que llegó a una cierta estabilidad económica de forma temprana en formato de lotería de Navidad. "Tú tienes una estabilidad económica con unos 50 años, cuando ya no tienes hipoteca y te has comprado la casa que quieres. A nosotros esa estabilidad nos la dio la lotería con 28, básicamente", aduce en este sentido, sin olvidarse de nuevo de recalcar que, a día de hoy, siguen trabajando y tienen una vida normal. "Quitamos hipoteca, pudimos hacer alguna pequeña inversión de comprar un par de pisos para poder alquilarlos… Esa estabilidad que normalmente consigues cuando tienes más años, la tuvimos con 20. Y eso que creo que tampoco supimos invertirlo. Sí que es cierto que compramos pisos que en la actualidad sigo teniendo y están alquilados, y eso te da una tranquilidad económica", agrega. Además, Amalia suma a la lista del pasado una autocaravana, un BMW que se compró su marido y vacaciones que fueron "a sitios más lejos que Londres, viajes más largos y con más tiempo". Pero "no te permite dejar de trabajar con esa edad", sentencia.
A pesar de considerar que, de haber sabido invertirlo con mayor conocimiento, el premio"hubiera durado más", Martín considera que "dio para bastante", ya que según expresa los pisos en aquella época, en la zona de Navalcarnero, podían valer como unos ocho millones de pesetas. "Y nos tocaron 25, pon que invirtiéramos 20 y que cinco se fueron en caprichos y demás", estima.
Ahora lo mantendría en secreto
"No te lo crees. Es una sensación en la que te preguntas: '¿Que este pedazo de papel vale esto?", cuenta Amalia sobre la resaca tras ganar el premio importante del sorteo extraordinario y hace hincapié en el hecho de que el dinero, como tal, no lo ves. "De repente en la cuenta te dicen que tienes un montón de números, pero no eres consciente hasta pasados un par de meses de lo que te ha tocado. Eso creo que sí que lo hicimos bien, el esperarnos ese tiempo antes de hacer nada. No me fui al día siguiente a un concesionario de coches, no. Lo dejamos estar, respiramos, y ya pasadas las Navidades nos sentamos para ver qué hacíamos", concreta.
El banco fue también un factor problemático en la ecuación del azar pues, de acuerdo con lo que apunta también en la entrevista Amalia, "hablaron más de la cuenta" y hubo vecinos del pueblo que, al pasear por la calle, les identificaban como los ganadores de la lotería. "Entonces los bancos abrían los sábados, pero lo pillamos ya cerrado. Pusimos el boleto delante de la puerta para que nos la abrieran porque a mí me daba mucho miedo quedarme con eso en casa, los vecinos se enteraron", comenta en este sentido. "Tengo clarísimo que, si ahora mismo me tocara, no decía absolutamente nada", espeta al ser preguntada por la posibilidad de revivir aquel golpe de suerte.
"Todo tu entorno opina y en el fondo te pide. Es la presión de tener que decir no a todo el mundo", razona acerca de este cambio de pensamiento y apunta que, de pagarle algo a alguien, al final te puedes sentir obligado a pagárselo a todos. "Es mejor no contar nada. A lo mejor suena egoísta, no lo sé, pero ahora no diría nada y, si dentro de seis meses decido que quiero darle un dinero a mis sobrinos, se lo doy sin sentirme presionada", añade. No obstante, de tocarle otra vez el premio Gordo, ya en euros, en 2021, lo repartiría a partes iguales con sus hijas. "Ellas están empezando y yo ahora mismo no necesito más. Me gusta viajar, me dejaría una cantidad para hacerlo y posiblemente en verano a lo mejor me pedía dos o tres meses de excedencia en el trabajo para disfrutar de viajar. Invertir y comprar, ya no", relata en este sentido.
Eso sí, tal y como recuerda Amalia, ahora las tornas han cambiado con Hacienda, así que nada de meterlo en el banco en el mismo día como hizo en 1990. "Me quedaría con el décimo, evidentemente callada en casa, y hablaría con un abogado o con el gestor del banco", apunta. A día de hoy, con la excepción de cuando hay bote en la Primitiva, la lotería de Navidad es el único sorteo al que juega esta mujer porque es más tradición que otra cosa. "Te toca una pedrea y te pones muy contenta", dice 31 años después de llevarse el Gordo.
Inimaginable es pensar que, en el siglo XXI y cuando ya hace casi 125 años de aquella primera vez en la que el sorteo del Gordo empezó a llamarse de la lotería de Navidad, alguien que juega con un décimo compruebe de "casualidad" el número el 22 de diciembre y, por ese azaroso anuncio de los vecinos de su zona, descubra que es más rico que el día anterior. Pero lo cierto es que esa es la historia que le sucedió a Amalia Martín Martínez, trabajadora en un hospital, el sábado 22 de diciembre de 1990, cuando se enteró de chiripa al llegar a casa tras tomarse unas cervezas y hacer la compra con su pareja de que le había tocado el premio Gordo, valorado por aquel entonces en 25 millones de pesetas. Era el último año en el que se repartió esa cantidad, ya que para el siguiente sorteo la dotación por décimo agraciado con el primer premio ascendió hasta los 30 millones de pesetas, y se trataba de un dinero exento de impuestos. Cabe recordar que no fue hasta 2012, con la Ley 16/2012 sobre medidas tributarias de las finanzas públicas e impulso de la actividad económica, cuando se determinó que los premios de la lotería administrada por el Estado estarían sometidos a un gravamen especial del IRPF.